El futuro de La Palma, esperanzas a la sombra del volcán
Preguntamos a los palmeros cómo ven el futuro de su isla tras las heridas abiertas por el volcán Tajogaite en casas, carreteras, plataneras y enclaves turísticos.
“No, no hay plazo. Cuando terminen los gases”, responde resignado Óscar cuando le preguntan cuándo cree que podrá volver a abrir la tienda familiar que tienen en Puerto Nao, uno de los principales enclaves turísticos de La Palma y la única zona de viviendas a la que no se puede acceder desde que hace un año una explosión en la zona de Cumbre Vieja cambiara sus vidas.Y nadie puede predecir cuando terminarán de salir esos gases.
Así han tenido que aprender a vivir los palmeros este año, sin plazos. O con plazos que no se correspondían con sus prisas: para volver a mi casa, o volver a tener una casa; para dejar de tardar casi dos horas en coche para hacer un recorrido que antes se hacía en 15 minutos; para saber si voy a recuperar mi trabajo, o cuándo le va a llegar agua a mi finca; para recibir la indemnización que me permita dar los primeros pasos para empezar de nuevo, o para que empiecen a llegar otra vez los turistas, los de península, pero sobre todo los guiris.
Pero, aunque sea más lento de lo querrían sus habitantes, la isla va recuperándose poco a poco del golpe que supuso el flujo de lava durante 85 días. Un centenar de personas aún vive en los hoteles que se ofrecieron como solución de emergencias, según fuentes del Cabildo Insular. Pero son muchas más las que siguen viviendo en los salones de sus familiares o en caravanas. Una pista de tierra pasa ya por encima de la frontera, entonces insalvable, que abrió la colada entre el norte y el sur del Valle de Aridane. Y ya está planificada otra vía más cerca de la costa y que sí cumple con los requisitos de una carretera convencional y que debería estar abierta a finales de este año.
Imaginar de nuevo el Valle
Frente a la tentación de volver a poner todo donde estaba, expertos en la ordenación del territorio en Canarias señalan la necesidad de repensar la ubicación de viviendas y comunicaciones. Para ser más rápidos en la reconstrucción, para que el resultado sea más sostenible, y claro, para evitar daños en caso de una nueva erupción. Por tanto, nos dicen, hay que concentrar lo más posible las viviendas en las localidades del norte del valle y evitar la idea de que “todo tiene que volver a donde estaba”.
“Por costes es imposible actuar sobre toda la lava. A un metro de profundidad la temperatura hace que no se pueda trabajar todavía”, nos cuenta un técnico que participa en el diseño de ese nuevo valle y que prefiere hablar desde el anonimato. A estas dificultades se les unen las discrepancias políticas y sociales. Se han abierto procesos de participación con los vecinos afectados, pero en los que es casi imposible llegar a consensos porque cada quien tiene sus intereses y preferencias.
“Ahora solo hay afectados por el volcán, pero también tendrá que haber afectados por las expropiaciones de la reconstrucción”, apunta este urbanista, que reclama una mirada “pensando más en el interés general y en las futuras generaciones”, al tiempo que señala que esta falta de acuerdos y de decisión política están retrasando la construcción de viviendas, regadíos y comunicaciones. Y es que a menos de un año de las elecciones locales y autonómicas nadie quiere aparecer como el malo que decidió expropiaciones e impidió a la gente volver a donde antes estaban sus casas. Los expertos consultados reclaman así que se forme un consorcio que agrupe a todas las administraciones implicadas, con capacidad económica y técnica para sortear todos estos problemas. “Solo así se podrán acabar todas las obras que hacen falta en menos de diez años”.
Plátano y turismo, las dos patas heridas
Las dos patas en las que se sostenían los principales ingresos de la isla, el plátano y el turismo, se vieron dañadas desde el primer día de la erupción. Pero sin apenas industria, con una capacidad hotelera muy reducida frente a otras islas y con el principal cultivo dependiente de las subvenciones de la Unión Europea, la inquietud sobre la economía palmera viene de mucho antes del nacimiento del nuevo volcán.
Entre enero y agosto de 2022, debido a las plantaciones que estuvieron, se han producido alrededor de 50 millones de kilos de plátanos menos respecto al mismo periodo en 2021. Esto supone casi un tercio de la producción habitual de la isla. Son los datos de la asociación de productores ASPROCAN. En declaraciones al Huffington Post su presidente, Domingo Martín, lamenta que a este descenso en la oferta los agricultores hayan tenido que sufrir una bajada de precios por parte de las distribuidoras debido a los defectos en el exterior de la fruta. “No han sido los consumidores, sino las cadenas de tiendas que no han querido cambiar de mentalidad y han seguido rechazando el producto por cualquier efecto de la ceniza en la cáscara”.
El portavoz de ASPROCAN calcula que el 90% de la superficie que no está produciendo en estos momentos se debe a una cuestión de riego o por invernaderos que se vinieron abajo por el peso de la ceniza, por lo que éstos deberían volver a ser productivos en menos de dos años. Mientras que para recuperar ese 10% restante, Martín propone trabajar en la propia colada, creando bancales, que podrían estar en funcionamiento en un plazo de cinco años. Eso sí, el plátano canario cuenta con ayudas de la Unión Europa desde 1993. La renovación de estas ayudas es fundamental para el sector. “Si las ayudas desaparecen el sector desaparece”, reconoce Martín, ya que resulta imposible competir frente a la banana de Sudamérica.
Al menos hasta ahora no hay indicios de que vayan a retirarse las ayudas, pero hay voces como la de un empresario local, Rosendo Cabrera, que apuntan que se debe aprovechar el momento para dejar de cultivar un producto subvencionado y apostar por otros frutos. Aunque otras alternativas como el aguacate necesitan de tanta agua que tampoco sería viable que sustituyera al plátano como principal cultivo de la isla.
Por otra parte, sin grandes playas ni zonas hoteleras, el turismo de La Palma apuntaba a un visitante activo, con ganas de moverse por la isla, caminar por la naturaleza y dejar dinero en pequeños establecimientos y comercios. Pero la herida a este sector, que justo empezaba a recuperarse de la pandemia ha sido profundo. La patronal hotelera ASHOTEL sitúa entre 4.000 y 5.000 las camas hoteleras que están hoy en día destruidas o bloqueadas, cerca de una cuarta parte del total de la isla.
Su vicepresidente, Carlos García, destaca que el sector se recupera poco a poco gracias a los visitantes de otras islas -apoyados por un bono de 250€ ofrecido por los gobiernos estatal y canario- y en segundo lugar por el turista nacional. Por si fuera poco, añade, la guerra de Ucrania ha hecho que se retrase aún más la vuelta de los europeos, en particular de los alemanes que siempre han sido los senderistas más habituales en los infinitos caminos de la isla. “Tenemos que ser diligentes en convertir el daño que ha hecho el volcán en beneficio”, propone García, para quien las lavas del Tajogaite deben convertirse en un atractivo más de la isla, como en su día lo fue el Teneguía.
Diseñar establecimientos sostenibles y a la vez atraer a los grandes touroperadores, aumentar los visitantes pero seguir ofreciéndoles un turismo de contacto con la naturaleza, de tranquilidad y sin masificar. En ese difícil equilibrio tendrá que seguir avanzando la locomotora económica de la isla.
Convivir con Tajogaite
Igual que los psicólogos aconsejan poner palabras a las emociones, era necesario que el nuevo volcán tuviera pronto un nombre. Aunque aún no sea oficial, al menos los palmeros ya han elegido uno a través de una votación popular y también en su día a día. Tajogaite, así era como llamaban los benahoaritas, el pueblo guanche que vivía en La Palma, a la zona donde irrumpió la lava hace un año.
“Vivimos en Canarias, hay muchas cosas positivas, pero tenemos que aprender a convivir con esto”, nos cuenta Óscar, vecino del Valle de Aridane. Y por esto se refiere a ya no poder olvidar que en cualquier momento puede haber otra erupción, que nadie sabe dónde podría ser la siguiente, ni hasta dónde podría llegar la lava.
Sandra Brito, psicóloga en el Ayuntamiento de El Paso, trata a diario el tema. “Sí, es complicado vivir con esa amenaza”. El anterior volcán, el Teneguía, solo era un espectáculo, no le recordaba a nadie ningún peligro. El Tajogaite sí, y todos los vecinos de la zona lo ven a diario, y pasan por encima de sus coladas mientras se hacen un mapa mental de qué tienen bajo sus pies: la casa de un familiar, un bar donde solían ir, la iglesia donde fueron bautizados, o el cementerio lleno de apellidos conocidos… “Tenemos que acostumbrarnos a que el paisaje ha cambiado. Será más fácil cuando todos estén realojados definitivamente y se creen nuevas rutinas”, apunta Brito, quien apuesta a que con el tiempo “se normalizará la nueva situación, pero siempre quedará esa herida honda”.
“Somos de origen volcánico, los niños no pueden vivir con miedo a los volcanes, es su paisaje”, nos dice convencida Susana Lorenzo, directora del colegio público de Jedey, el más próximo al cono de Tajogaite. Este mes han vuelto a su centro, pero con menos alumnado debido a la dispersión entre los evacuados. Su objetivo para el curso, visitar Lanzarote para que sus alumnos vean con otros ojos el paisaje de la lava. Pero al mismo tiempo reconoce que vive con miedo cualquier aviso de pequeños temblores, como los que de hecho están ocurriendo estos días. “Perdimos para siempre la tranquilidad”, concluye resignada. Y es que da igual cómo se imaginen el futuro de su isla bonita, los habitantes de La Palma ya saben que tendrán con vivirlo con la posibilidad de que despierte otro Tajogaite.