El fin del presidente que agarraba por el coño a las mujeres
Termina una presidencia definida por la trasnochada concepción de la masculinidad de Donald Trump.
Empezó hablando de “coños” y termina hablando de “nenazas”.
Hace cuatro años, cientos de miles de mujeres se manifestaron de forma pacífica en Washington, capital de Estados Unidos, para mostrar su oposición al recién nombrado presidente. Llevaban gorros rosas con lemas feministas y pancartas que decían frases como “los coños contraatacan”.
El pasado miércoles 6 de enero, otra manifestación, esta vez violenta, asaltó el capitolio azuzada por ese mismo presidente.
Ese día por la mañana, el vicepresidente Mike Pence recibió una llamada de Donald Trump. Según The New York Times, la intención del presidente saliente era presionar a Pence para que cambiara el resultado de las elecciones. Durante esa llamada, parece ser que Trump le planteó a su vicepresidente una encrucijada: “Puedes pasar a la historia como un patriota o como una nenaza”.
Un final perfecto para la era de Trump, una presidencia de cuatro años definida en gran medida por su trasnochada concepción de la masculinidad.
Trump tiene unos cuantos rasgos fácilmente identificables, y la misoginia es uno de ellos. De hecho, es un rasgo definitorio de sus cuatro años en la Casa Blanca, pero quizás no sea el más característico, ya que es aún más destacable su obsesión por proyectar una “masculinidad” tóxica.
Cuando empezó su primera campaña presidencial, su lema Make America Great Again (MAGA, ‘hagamos grande de nuevo a América’) estuvo imbuido desde el principio de una ideología racista, misógina y de una profunda ansiedad por los cambios culturales que está viviendo gran parte del mundo en lo relativo a la raza y el género.
“Lo que quería decir con MAGA es ‘pongamos a los hombres blancos de nuevo en el centro del escenario’”, expone el educador y cineasta Jackson Katz, cuya película más reciente, The Man Card, explora la identidad masculina en la política. “Gran parte de la explicación de Trump como individuo y del trumpismo gira en torno a la masculinidad blanca”.
La concepción de Trump de la masculinidad blanca siempre ha girado en torno a la idea de que ser un “hombre de verdad” implica imponer a los demás tu voluntad por la fuerza. Y, desde la perspectiva del presidente y sus fanáticos, cualquier redistribución de poder igualitaria que no coloque en el centro a los hombres blancos es una destrucción del país.
“La manifestación previa al asalto no se llamó ‘Salvad a América’ por casualidad”, razona Katz. Para ellos, salvar Estados Unidos significa impedir el avance de las mujeres, de las personas de color y de la cultura progresista. “Está en línea con la ideología de derechas: si se reduce el poder de los hombres blancos, el país se irá al carajo”. Durante su discurso, que duró casi una hora, el presidente saliente insistió varias veces en la necesidad de mostrar un tipo muy particular de “fuerza”.
“Jamás recuperaréis vuestro país con debilidad”, les dijo Trump a los furiosos manifestantes, muchos de los cuales llevaban armas de fuego y armas blancas. “Debéis ser fuertes y mostrar vuestra fuerza. Si no lucháis duro, dejaréis de tener un país”.
Por un lado, que Trump llame nenaza a Pence es una muestra más del lenguaje sexista del presidente, el típico insulto de patio de colegio de “juegas como una niña”.
“Si quieres insultar a un hombre en Estados Unidos, esa es la forma de hacerlo”, explica Soraya Chemaly, autora de Rage Becomes Her y directora ejecutiva de The Representation Project. “Lo peor que le puedes hacer a un hombre es compararlo con una mujer”, sostiene.
La obsesión de los trumpistas con la masculinidad retrógrada no surge de la nada, sino de los cimientos que han sentado los republicanos durante décadas al catalogarse como el partido masculino y al feminizar a los demócratas, sobre todo a los hombres feministas y progresistas. Han manipulado con éxito a millones de hombres blancos para que apoyen sus políticas identificándose con ellos así”.
Mostrarse como un macho alfa salvador es fundamental para transmitir su mensaje, del mismo modo que esa masculinidad ha sido esencial para la clase de dictadores que el presidente admira, asegura Ruth Ben-Ghiat, catedrática de Historia en la Universidad de Nueva York. Como ejemplo, recuerda la infame afirmación de Trump cuando aseguró que podía disparar a alguien en la cara en plena calle y no sufrir las consecuencias.
“Lo que dijo fue que su violencia podía imponerse a la ley y eso les transmitió a sus seguidores la imagen de un hombre poderoso”, señala.
En su último libro, Strongmen, Ben-Ghiat equipara a Trump con dictadores como Benito Mussolini y Vladimir Putin, que también alcanzaron el poder proyectándose como machos heroicos.
A diferencia de Putin, a Trump hace mucho que no se le ve sin camiseta, de modo que sus seguidores a menudo han editado sus fotos con Photoshop para encajar su rostro en el cuerpo de hombres mucho más musculosos para exhibir su virilidad.
Desde este punto de vista, se puede entender cómo es posible que su campaña presidencial no se fuera al garete cuando se destapó una grabación en la que presumía de poder agarrar a las mujeres por el coño. Trump ya era conocido desde hace tiempo por “poner a las mujeres en su sitio” mediante insultos. Con esa cinta, el mundo comprendió que este hombre también estaba por encima de las agresiones sexuales.
“No podría haber encajado mejor en el papel de guerrero misógino”, asegura Ben-Ghiat.
Cuando el jefe de los misóginos luchó contra la amenaza percibida del creciente poder de la mujer ―como Kamala Harris o Nancy Pelosi―, sus seguidores se sintieron tremendamente inspirados y actuaron en consecuencia en el Capitolio.
La imagen del asaltante Richard Barnett sentado en el despacho de Nancy Pelosi con los pies sobre su escritorio muestra a un hombre enseñando quién manda, elevando su masculinidad al tiempo que hunde a una mujer poderosa.
“Cada vez que veo esa foto me entran náuseas”, comenta Ben-Ghiat.
Adam Johnson, de 36 años, robó el atril de Pelosi y trató de subastarlo, lo que metafóricamente Ben-Ghiat traduce como un intento de silenciarla. Tanto Barnett como Johnson han sido detenidos.
Lo que vimos ese día fue una reafirmación del poder masculino, asegura Chemaly. “Una reafirmación de su derecho a la violencia, al poder y a saltarse las normas”.
Cuál será el futuro de la masculinidad estadounidense es una incógnita, pero Katz argumenta que la única forma de avanzar es apartarse de esa “vergonzosa e infantil” concepción trumpista de la fuerza. Hay que “plantarse y apoyar los ideales estadounidenses de justicia, libertad e igualdad ante la ley”.
“Estos ideales requieren que los hombres blancos dejen de estar en el centro de todo”, sostiene Katz, “pero estos hombres pueden desempeñar un papel muy importante en el avance. Si eres suficientemente fuerte y estás comprometido con estos ideales, no te dejarás asustar por los cambios”.
Al final, por supuesto, ese héroe macho con afán por agarrar coños no logró la reelección y pronto habrá una mujer sustituyendo en el cargo al “nenaza” de Mike Pence.
“Donald Trump era un hombre de negocios inseguro que se empezó a sentir poderoso degradando a las mujeres”, expone Jennifer Lawless, catedrática de Ciencias Políticas en la Universidad de Virginia. “Era un presidente inseguro que cantaba victoria cada vez que debilitaba la diversidad, la inclusión y la igualdad. Y ahora está a punto de convertirse en un expresidente inseguro cuyas declaraciones dejan claro que las mujeres son demasiado débiles para ser patriotas”.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducidodel inglés por Daniel Templeman Sauco.