El "fachismo" creciente
El recientemente fallecido Philip Roth escribió hace casi veinte años la excelente novela antirracista La mancha humana, que probablemente sea la mejor de su famosa trilogía americana. El lector que no quiera conocer el argumento de la novela es amablemente invitado a evitar los tres siguientes párrafos.
El protagonista de La mancha humana es el profesor Coleman Silk, decano de la Universidad de Athena, que es un afroamericano de tez muy clara, como existen bastantes. Al inicio de la novela Roth nos explica como Silk rompe todos sus vínculos familiares para hacerse pasar por blanco y mejorar así sus perspectivas profesionales. Este acto de ruptura de puentes con el pasado tan radical es el que los americanos conocen como passing y fue aparentemente inspirado en el caso real del difunto Anatole Broyard, crítico literario del New York Times. El giro irónico (¿quizás kármico?) de la novela de Roth es que en ella el profesor Silk acaba siendo despedido del puesto por el que renunció en su juventud a sus orígenes familiares al ser acusado de racista por una joven profesora posmodernista que lanza una muy interesada caza de brujas contra él (ya que ansía su puesto al frente del Departamento de Literatura) disfrazándola de cruzada en favor de unos supuestamente oprimidos estudiantes negros a los que el profesor Silk había reconvenido por hacer novillos con un término de sonoridad ambigua.
La situación del profesor Silk (que en la novela ha enviudado recientemente) se hace insostenible al hacerse público que tiene una aventura con una limpiadora de la Universidad. La novela fue escrita al mismo tiempo que en Estados Unidos los puritanos estaban intentando revocar al presidente Clinton por el affaireLewinsky, con el que la novela hace paralelismos explícitos. Puesto que atacar al profesor Silk por tener una simple aventura no es propio de las élites demócratas de la costa este de los Estados Unidos, la joven profesora posmodernista hace aparecer a Silk como lo que aparentemente es: no solamente un racista sino además un depredador sexual que habría usado su privilegio de poderoso hombre blanco para subyugar a una indefensa mujer -que el lector aprenderá que es analfabeta-.
Incapaz de revelar su secreto, lo que le situaría en una posición de víctima que Silk estima deshonrosa, o de proporcionar detalles íntimos de una relación entre adultos consentidores, Silk constata impotente como su reputación es efectivamente destruida por su ambiciosa rival de Departamento, y no solo es despedido de su puesto como decano sino que además muchos de sus antiguos amigos acaban por darle la espalda (no así Nathan Zuckerman, el sosias de Philip Roth, y narrador de la historia).
Muy pocos años después de publicarse la novela de Philip Roth, Barack Obama fue elegido como el 44.º presidente de los Estados Unidos. La práctica del passing descrita por Roth en su novela se antoja hoy un anacronismo, ya que nadie en sus cabales duda de la capacidad de un negro para ejercer un alto cargo, sea éste lo alto que sea. En cambio, el proceso por el que el profesor Silk se convierte en un apestado resulta completamente verosímil, y de hecho parece que en ciertos campus de Estados Unidos se están dando cada vez más situaciones similares con cierta regularidad.
De hecho, hace más de cuatro años escribí un post en el que hablé del caso de Larry Summers, quien hubo de dimitir de su puesto como presidente de la Universidad Harvard por dar a entender que las diferencias en la desviación estándar (que no en el logro de la media) entre las poblaciones de hombres y mujeres podría tener una componente biológica.
¿Es ésta una afirmación realmente tan escandalosa? Aparentemente sí lo es si uno asume como punto de partido ciertos postulados feministas que defienden que hombres y mujeres han de ser iguales no solamente en dignidad y en derechos (lo que, de nuevo, nadie en sus cabales duda hoy), sino que hombres y mujeres son también iguales en lo que respecta a su personalidad, intereses y orientaciones, obviando así entre otras muchas cosas que los niveles medios de testosterona de los primeros sean de 4 a 5 veces los de las segundas. Y pese a que el solapamiento de la personalidad, intereses y orientaciones de hombres y mujeres es sin duda muy importante, la afirmación de que éstos son estrictamente los mismos es una afirmación puramente ideológica.
De hecho, la ideología según la cual el logro de hombres y mujeres difiere exclusivamente por la opresión patriarcal ya no está confinada solamente al campus universitario, ya que el año pasado James Damore, un ingeniero de Google con estudios de posgrado en biología en Harvard fue despedido por expresar ideas parecidas a las de Summers después de asistir a un seminario de concienciación contra las conductas sexistas (en el que se animaba a los empleados a dar su opinión). Curiosamente, el diario The Guardian (uno de los templos de los progresistas anglosajones) dedicó un artículo bastante extenso a Damore en el que se daba a entender que el despido del ingeniero era probablemente innecesario, excusando en parte su conducta en el hecho de que Damore, aunque culpable indudable de por lo menos varios "micromachismos", es ligeramente autista, y por lo tanto es como tal miembro de un colectivo que como las mujeres merece ser "protegido contra la discriminación" (una condición de víctima que por cierto Damore, como el profesor Silk, rechaza).
Muchos americanos creen que la elección de Donald Trump, cuya mayor virtud parece ser no actuar como un político ni tener consideración alguna por el discurso que se ha dado en considerar como políticamente correcto, es un resultado directo del creciente poder de la clase progresista y de su voluntad de controlar no ya las palabras que se usen, sino los propios límites de lo que puede ser expresado en público.
Hace poco más de un mes, el escritor libanés Nassim Taleb invitó a sus followers de Twitter a acuñar un término para definir a todo aquél que acuse gratuitamente a su interlocutor de sostener opiniones racistas o chauvinistas gratuitamente:
El término ganador (bigoteer) fue acuñado por el escritor Tim Ferriss, autor del muy recomendable libro La semana laboral de 4 horas. El término deriva de bigot, que en inglés viene a tener un significado muy parecido a nuestro "facha".
La semana pasada este diario se preguntaba en un buen artículo ¿Qué es un facha?, ante la inflación constante del uso término que durante el pasado mes de octubre llegó a aplicarse hasta a Joan Manuel Serrat. Pese a todo casi nadie lo aplica nunca a apologetas del terrorismo como Valtonyc, mientras que profesores como Jordan Peterson deben soportar el epíteto porque sus investigaciones arrojan conclusiones en la línea de las ideas expuestas por Larry Summers hace más de diez años.
Y es que los Valtonyc de turno, todo hay que decirlo, no son exactamente fachas, son otra cosa peor si cabe: son fachistas.