El experimento interminable
Queridos alumnos, disfrutad todo lo que podáis de los cuatro años que faltan hasta que la ley Celaá sea derogada.
- Y tú, Laurita, ¿tuviste la religión como asignatura evaluable en la escuela?
- Sí, es que el Partido Popular tuvo mayoría absoluta en aquella legislatura, ¿tú no, Pablito?
- Qué va, soy dos años mayor que tú. En mi época el PSOE necesitaba para gobernar los votos de IU. ¿Entonces tampoco tuviste al español como lengua vehicular?
- Mmmm… no sé… creo que sí. El que ya no la tiene es mi hermano pequeño. Como el PSOE necesita los votos de los independentistas para aprobar los Presupuestos, ahora llaman en la escuela “lenguas propias” a las lenguas cooficiales.
- ¿“Lenguas propias”? ¿El español qué es? ¿Ajena? ¿Impropia?
Ocho reformas educativas en cuarenta años de democracia. Tras el fin de la I Guerra Mundial, Woodrow Wilson proclamó que esa guerra se hizo para acabar con todas las guerras. Cada ley educativa se hace para acabar con todas las leyes educativas. Llevamos ocho guerras mundiales. El asunto nacional que requeriría más estabilidad es el más voluble. El que debería legislarse desde principios más constantes es el que se regula desde coyunturas más circunstanciales. Es falso que los partidos políticos tengan únicamente intereses cortoplacistas, centrados en las elecciones inmediatas. Las diferentes leyes de Educación que se han ido sucediendo demuestran irrefutablemente que el PP y el PSOE también están interesados en los futuros votantes de su partido, aunque falten ocho, diez o doce años para que el estudiantado pase a formar parte del electorado.
Legislan para los demás. Como panaderos que comprasen en otras panaderías el pan que se come en su casa, los sucesivos ministros de Educación -Celaá, la última- muestran un interés por intervenir en la escuela pública sólo comparable a su aversión por que sus propios hijos estudien en ella. Saben perfectamente la decisiva importancia que tiene el paso por el sistema educativo para el futuro de las personas, y por eso no permiten que se experimente con ellos, que se les inyecte esa mezcla de empanada humanística, miseria ideológica y aversión al conocimiento en su acepción más sólida que busca dejarlos a los pies de Glovo y TikTok -eso sí, incluyendo las identidades y celebrando las diversidades, que todos los pedagogos coinciden en que comerse los propios mocos es el método educativo más eficaz-. Hola, soy el jefazo de Pfizer, nuestra vacuna es maravillosa; ¿yo? yo me pongo la rusa, por supuesto.
Así que, queridos alumnos, disfrutad todo lo que podáis de los cuatro años que faltan hasta que la ley Celaá sea derogada. Si el drama educativo no va a ser tan grave como los párrafos anteriores sugieren será únicamente gracias al trabajo arduo y vocacional-casi-a-la-fuerza de vuestros profesores, que actúan como amortiguadores de los bandazos ministeriales. Lo mucho o lo poco de bueno que obtengáis en vuestro paso por el sistema educativo se lo deberéis más a ellos que a ningún director general y lo habréis conseguido más a pesar que gracias a la LOECE, la LODE, la LOGSE, la LOPEG, la LOPE, la LOE, la LOMCE o la LOMLOE. Todas van a tener una cosa en común: no os van a explicar en la asignatura de Historia las circunstancias menores, coyunturales e interesadas que dieron lugar al experimento interminable que es vuestro sistema educativo.