El equilibrio de Nash y la COVID-19
Esta información sobre cómo se va a poner fin a esta situación económica no había existido en ninguna crisis anterior, aprovechémosla.
A estas alturas no es ninguna noticia que la pandemia de la COVID-19 esté paralizando la economía global, y que nos encontramos inmersos en una crisis económica a la que los expertos pronostican una recesión como nunca antes se había visto desde las dos guerras mundiales. En esta línea, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ya ha anunciado una previsión de destrucción de doscientos treinta millones de empleos.
Para afrontar el problema lo mejor es retornar a la esencia de la palabra “crisis”, su origen es médico y fue acuñado por el padre de la medicina –Hipócrates–. Allá por el siglo V a. de C este galeno utilizó “krísis” como sinónimo de “decidir” o “juzgar”. Eso es precisamente lo que debemos de hacer, tomar una decisión, pero con mayúsculas, ante la terrible situación a la que nos enfrentamos.
Si hay que tomar una medida de ese calado, y dado que vivimos en una aldea global, parece evidente que la apuesta debe ser integral y no se entendería aplicar recetas nacionalistas o regionalistas. El sentido común nos dice que el mejor sitio para ellas en estos momentos es el rincón del olvido, en espera de que lleguen tiempos mejores.
Voces autorizadas han recordado y desempolvado la importancia que tiene la teoría de juegos en la resolución de los problemas económicos. Esta rama de las matemáticas se viene utilizando desde mediados del siglo diecinueve para formalizar y modelar las decisiones estratégicas de los agentes económicos.
Si echamos la vista atrás, durante mucho tiempo imperó la metáfora de la “mano invisible” de Adam Smith, según la cual cada uno de los participantes no puede influir en las decisiones que toman los demás. Siguiendo esta teoría, cada uno de los actores se debe esforzar por corregir lo antes posible su problema y despreocuparse de los demás, esperando que, más adelante, una fuerza invisible devuelva la situación a la normalidad.
El economista John Forbes Nash meditó sobre esta teoría y llegó a la conclusión que era imperfecta y que no hacía más que perpetuar el problema, subrayando que una asignación de incentivos inadecuada genera que se tomen decisiones individuales, las cuales, a la postre, acaban perjudicando al conjunto. Él defendió un nuevo modelo en la búsqueda de un equilibrio.
Veamos su aplicación. Hay que tener en cuenta que en estos momentos la capacidad productiva está intacta, no hay carencia de materia prima y no se han disparado los bienes básicos de consumo; el problema estriba en la perspectiva a corto-medio plazo, se dibuja un horizonte de grises que provoca una enorme incertidumbre en el consumidor.
La incertidumbre, en términos económicos, nos conduce a la austeridad. Vayamos a un ejemplo concreto. Si alguien estaba pensando cambiarse de coche lo ha desestimado por miedo a ser despedido, pero este proyecto de futuro hace que descienda la demanda y que se frene la producción de la industria automovilística, lo cual se traduce finalmente en el despido de miles de empleados.
Ahora bien, ¿cómo se puede invertir esta cascada? Confiando. Es cierto que estamos en una crisis sin precedentes pero también que finalizará en un lapso de tiempo finito -esperemos que sea breve-, en el momento en el que se logre un tratamiento curativo o preventivo frente a la enfermedad COVID-19. Es cuestión de mantener la calma económica hasta que llegue ese momento y no derrumbar los puntales sobre los que se sustenta el Estado de bienestar con maniobras desafortunadas.
El “equilibrio de Nash” nos explica que si todos los jugadores conocen las estrategias de sus competidores pueden llevar a cabo una maniobra que maximice los dividendos del conjunto. Si lo traducimos al momento actual, la ganancia será mayor cuando la vacuna sea una realidad, hay que estar preparado para ese momento y esperar con una apuesta globalizada. Esta información sobre cómo se va a poner fin a esta situación económica no había existido en ninguna crisis anterior, aprovechémosla.
Por otra parte, esto también nos lleva a otra reflexión de enorme calado. La ciencia no conoce atajos, hay unos tiempos que no se pueden acortar, seamos conscientes de ello, y para evitar que esta situación se repita en el futuro es inexcusable que los estados apuesten por la ciencia. Aprendamos de la historia.