El dilema de la vacunación en adolescentes: por qué la idea no convence
Inmunizar a menores de países ricos cuando en el resto del mundo sigue habiendo sanitarios desprotegidos plantea dudas éticas e incluso epidemiológicas.
El 30 de diciembre de 2019, las autoridades sanitarias chinas alertaron de que habían detectado una treintena de casos de neumonía atípica en Wuhan. Tres días antes de que se cumpliera un año de ese aviso, en España, y en el resto de la Unión Europea (UE), se ponían las primeras vacunas contra esa enfermedad extraña causada por un coronavirus, a la que se acabó llamando covid-19.
No han pasado todavía seis meses desde que comenzó el plan de vacunación en la UE, y ya se puede decir que la campaña ha sido un éxito: en España, el 93% de la población mayor de 50 años tiene al menos una dosis puesta, y los países estudian ya cómo inmunizar a sus adolescentes. Sin embargo, las cifras no son tan halagüeñas en otras latitudes, y algunos expertos se preguntan dónde quedó aquello del “no estaremos a salvo hasta que todos estén a salvo”.
“Estamos en una pandemia y esto requiere de respuestas globales”, afirma Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología. “El problema no se arregla con que tengamos razonablemente vacunada a la ciudadanía de España, Francia, Portugal, Canadá, Bélgica o Estados Unidos; se soluciona si también tenemos vacunada a la población de Burkina Faso o Pakistán”, explica.
Vacunación a dos velocidades
Mientras que en todo el mundo se han puesto 2.500 millones de dosis de vacuna, a un ritmo diario de 33,9 millones, sólo el 0,8% de la población de países en desarrollo ha recibido al menos una inyección, según datos de Our World in Data. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha llegado a hablar de un “apartheid de vacunas”.
El pasado 14 de mayo, el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, fue muy claro al respecto: “Entiendo que algunos países quieran vacunar a sus niños y adolescentes, pero les urjo a que lo reconsideren y en lugar de ello donen más dosis a COVAX [plataforma global que busca una distribución equitativa entre Estados]”. El doctor Tedros recordó que en los países pobres todavía no tienen vacunas suficientes “ni para inmunizar a los trabajadores sanitarios, mientras los hospitales se inundan de gente que necesita asistencia urgente para salvar su vida”. Todo ello, al tiempo que los países ricos ya presentan sus planes para vacunar a adolescentes de entre 12 y 15 años.
Estados Unidos, Canadá, Israel, Alemania, Francia o Italia fueron de los primeros en abrir la veda. El 28 de mayo, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) dio luz verde a administrar la vacuna de Pfizer a menores de entre 12 y 15 años, momento en el que España también se puso manos a la obra.
En un principio se planteó la posibilidad de vacunar a los adolescentes en septiembre, al comienzo del próximo curso. Esta semana, la Comisión de Salud Pública ha ido más allá, y ha aprobado la vacunación en jóvenes vulnerables de entre 12 y 19 años, además de la posibilidad de que las comunidades autónomas vayan solapando citas entre diferentes grupos de edad.
Por lo pronto, Extremadura, Castilla y León, Baleares, Cataluña, Andalucía y Aragón ya se han mostrado a favor de esta medida, y han anunciado su intención de inmunizar a alumnos mayores de 12 años antes del inicio del próximo curso escolar.
“Una actitud profundamente egoísta”
Epidemiólogos y vacunólogos se debaten sobre la idoneidad de esta decisión. Daniel López Acuña, exdirector de la Acción Sanitaria en Crisis de la OMS, considera que los territorios están teniendo “una actitud profundamente egoísta” en la pandemia en general y con la vacunación en particular. “Está muy bien que la EMA diga ahora que una vacuna es segura y eficaz en adolescentes, pero no debe ser motivo para correr y empezar a vacunarlos”, sostiene el epidemiólogo, que defiende que esto incidiría aún más en la desigualdad.
Todos los expertos consultados coinciden en que llegará el día en el que habrá que inmunizar a la población completa. La pregunta es cuándo, y en qué orden. “A pesar de que los ancianos son mucho más vulnerables y tienen más posibilidades de cursar de forma grave la patología, el virus nos ha demostrado que también afecta a los jóvenes”, explica David Bernardo, docente e investigador en Inmunología de la Universidad de Valladolid, que menciona casos de personas de menor edad sanas y deportistas en las UCIs. “Hay un riesgo mucho más bajo entre jóvenes, pero está ahí, existe y es necesario seguir vacunando”, remarca el inmunólogo.
Alcanzar el 70% de población inmunizada de un país, meta que España aspira a conseguir en agosto, no significa el fin de la vacunación. Habrá que ir buscando “porcentajes mayores” de protección. “Lo del 70% no es una cifra mágica —señala Daniel López Acuña—; todavía no sabemos si se necesita un porcentaje mayor para la inmunidad de rebaño”, admite.
Una medida “éticamente reprobable”
López Acuña reconoce que el dilema entre seguir con los planes nacionales o donar a países extranjeros es sobre todo ético. “Técnicamente, en algún momento hay que vacunar a todo el mundo, incluso a adolescentes y seguramente niños”, afirma; no obstante, “si siguiéramos la ética no habría que hacerlo con los menores, sino con los más vulnerables de cada país”, zanja.
En el mismo sentido, José Jonay Ojeda, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y portavoz de SESPAS, opina que en Occidente “estamos siendo demasiado egoístas”. “Los países ‘ricos’ están avanzando hasta un nivel que probablemente les protegerá de forma temporal, pero no en el conjunto. Mientras, los países que no tienen tantas vacunas ni siquiera han podido proteger a los sanitarios de primera línea”, lamenta el epidemiólogo.
Ojeda tacha esta actitud de “éticamente reprobable”, pero, además, defiende: “Si lo miramos desde un punto de vista egoísta, nos debería interesar que esos países avancen también en la vacunación”. “Si no, se puede favorecer la explosión de nuevas variantes que escapen de alguna región”, advierte el epidemiólogo.
Cuestión “de justicia” y de epidemiología
Para Amós García Rojas, conseguir una inmunización global es “una cuestión de justicia”, pero también “una cuestión epidemiológica”. “Si quedan muchos espacios geográficos con ciudadanos sin vacunar, eso puede dar lugar a la aparición de nuevas variantes”, avisa. “A lo mejor habría que replantearse lo de vacunar a colectivos ciudadanos [adolescentes] que, por su perfil, tienen poco riesgo y tampoco tienen un papel importante en la difusión de la enfermedad”, apunta el vacunólogo. “Habría que tener claro que debemos mandar vacunas a otros países”, plantea.
En Reino Unido saben bien a lo que se refiere el experto. Con el 63% de su población vacunada con al menos una dosis, el país ha tenido que retrasar un mes su desescalada por la expansión de una variante más contagiosa y resistente que procede de India, donde sólo un 15% de la población ha recibido una dosis. El Gobierno de Boris Johnson, que hasta hace poco había seguido una política muy nacionalista negándose a exportar vacunas, cambió hace unos días de postura, y defendió ante el G7 la responsabilidad que tienen los países ricos para hacer llegar vacunas al resto del mundo.
El pasado domingo, el foro anunció su compromiso de donar 1.000 millones de vacunas a países en vías de desarrollo a lo largo del próximo año, con el objetivo de que sean 2.300 millones para finales de 2022. De momento, el mecanismo COVAX sólo ha repartido 80 millones de dosis entre 129 países, muy lejos de su compromiso de distribuir más de 3.860 en los próximos años.
¿Son suficientes? Seguramente no. ¿Llegan tarde? Seguramente sí. Los expertos entienden lo complejo del dilema, y citan cuestiones “políticas” y “económicas” que a veces escapan lo sanitario. No obstante, si algo tienen claro es que “todos los países deberíamos ir a la par, y si alguno se queda atrás generamos un problema”.