El Delta del Ebro, anegado: lo esperado en la zona más sensible del litoral español
Los informes sobre subida del nivel del mar y salinización sitúan esta región como la más expuesta de la península, más allá de 'Gloria'
La borrasca Gloria sigue causando estragos. Mientras le da por parar, es hora de ir haciendo balance de lo afectado, y una de las zonas más azotadas, donde más cuentas hay que hacer, es el delta del Ebro. Allí las fuertes precipitaciones, sumadas a la entrada de agua del mar como consecuencia del temporal, están provocando daños de consecuencias aún incalculables en los hábitats naturales, en los campos de cultivo (sobre todo de arroz y frutales, con 3.000 hectáreas anegadas), en las infraestructuras y las edificaciones.
Hablamos de uno de los hábitats con mayor diversidad natural de Cataluña y de la costa mediterránea.
Las imágenes del satélite Sentinel-1, difundidas ayer en Twitter por Josep Sitjar, geógrafo y analista del Servicio de Sistemas de Información Geográfica y Teledección de la Universidad de Girona (SIGTE-UdG), dan cuenta del impacto del agua en la zona.
El agua se ha tragado la mayor parte del delta, un territorio que cuenta con 320 kilómetros cuadrados de superficie donde conviven río, mar, bahías, playas, dunas, salobrales, bosque de ribera, lagunas costeras e islas fluviales.
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, no ha dudado en calificar los destrozos que se han registrado en la zona tras la borrasca como una “catástrofe histórica”, por más que desde el Parque Natural del Delta del Ebro aún no se puedan dar datos concretos del daño. Sí afinan, indica EFE, que si grave es el daño agrícola, tremendo es el ambiental.
La zona más sensible
Ahora nos llevamos las manos a la cabeza, pero lo cierto es que todos los estudios apuntan a que catástrofes como esta se van a repetir y que justamente el delta es una de las zonas de España donde más daños se esperan por culpa del incremento del nivel del mar, por la crisis climática. La región está a punto de desaparecer por esa subida, por la erosión de la costa, incapaz de retener el agua, y por la multiplicación de potentes fenómenos meteorológicos en breve tiempo, como tormentas y oleaje, que harán que se aneguen suelos y se salinicen las aguas interiores, haciendo imposible la biodiversidad de hoy.
Los escenarios que se manejan son variados: que el mar suba 50 centímetros en 2100 (menos de eso, imposible), que lo haga 85 centímetros o que lo haga dos metros (una hipótesis pesimista, pero fundamentada). No se salva nadie: los efectos serían especialmente duros en la cornisa cantábrica, el Golfo de Cádiz y el norte de Canarias, pero por supuesto no se escapan ni el Mediterráneo ni las Baleares. Eso, en cuanto a retrocesos de costa.
En el caso de la intrusión salina, el gran perdedor es el Delta del Ebro, que tendría además una reducción de caudal del propio río. Perdería gran parte del suelo y su naturaleza única quedaría totalmente transformada. Así lo constatan el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), el Ministerio para la Transición Ecológica, los analistas que redactaron el Acuerdo de París o los de la conferencia Change the change.
Y no es algo nuevo: ya en los años 60 se levantaron presas en la zona para contener, es decir, la amenaza tiene décadas. Los agricultores y los ecologistas avisan sin cesar de los niveles que suben año a año, pero sólo ahora, con un drama súbito, parece tomarse conciencia del riesgo.