El delfín, una especie amenazada
Su caza, tortura o manipulación, sin una autorización expresa de la administración competente, está considerado un delito tipificado con penas de prisión.
Cuenta la leyenda que Dionisio, Dios de la vid y del vino, había venido a la tierra en forma de un apuesto varón vestido con joyas y ricos ropajes. Después de una noche de vino y excesos, quiso Dionisio ir a la isla de Naxos. Para ello, contrató a unos marineros a quienes encargó que lo llevaran allí.
Los marineros no eran tales sino fieros piratas y, viendo su apariencia majestuosa, creyeron que estaban ante un príncipe o un hombre rico. Por ello, tras cobrar el dinero, urdieron un plan: una vez llegados al lugar de destino, venderían al joven Dionisio como esclavo, o tal vez pedirían un fuerte rescate por él.
Estando a bordo, los piratas pensaron que Dionisio se hallaba borracho y profundamente dormido tras los efectos del vino que había tomado, y aprovecharon para atarlo con pesadas cadenas. El joven Dios los observaba aparentando dormir. Cuando los piratas marcharon, Dionisio hizo que las cadenas, al contacto con su piel, perdieran su fortaleza y se soltaran, cayendo al suelo.
En ese momento el barco comenzó a inundarse con un delicioso y perfumado vino, a la vez que una vid se enroscó en la vela, impidiendo que esta pudiera desplegarse al viento. Sobre el mástil se adhirió la más oscura de las hiedras; los remos de madera se convirtieron en serpientes; y el sonido de miles de flautas resonaron por toda la embarcación.
Los piratas comprendieron la verdadera identidad del joven y temiendo su castigo, saltaron aterrorizados a las aguas embravecidas. Y podrían haberse ahogado, de no ser porque Dionisio, en su magnificencia, decidió perdonarles la vida, convirtiendo a los piratas en delfines, a los que, a cambio, ordenó como misión que hasta el fin de los tiempos acompañaran y protegieran a los marineros en sus viajes.
Según cuenta el relato mítico, así ha sido desde entonces. Cumpliendo las órdenes del Dios Dionisio, los delfines velan por los humanos que se adentran en el mar con sus barcos, orientándolos y acompañándolos en su travesía.
Ha pasado mucho tiempo desde que se escribió esa leyenda, pero lo cierto es que, hoy en día, observar a estos bellos animales en plena libertad, nadando alrededor de los barcos, es una experiencia difícil de olvidar.
Sin embargo, lamentablemente también, el delfín es en muchas ocasiones objeto de maltrato y trofeo de caza. Cada año, el Gobierno de Japón permite que alrededor de 20.000 delfines sean cazados cruelmente en Taiji, prefectura de Wakayama.
El método de caza es de una crueldad sin parangón. Los pescadores asustan y acorralan a manadas enteras de delfines en pequeñas bahías. Una vez los delfines están dentro, cierran la salida con redes y mediante garfios, arpones o cuchillos acaban con ellos.
Otro de los métodos habituales para capturarlos es herir deliberadamente a algunos ejemplares. Los defines son cetáceos que se organizan entre sí manteniendo fuertes lazos familiares con sus clanes, por lo que jamás abandonan a un miembro herido. De ahí, que esta forma de darles alcance sea tan efectiva para los cazadores, ya que constituye una manera fácil de acorralar y cazar clanes enteros.
En el mejor de los casos, los delfines cazados son vendidos a delfinarios de todo el mundo, donde permanecen el resto de su vida, no volviendo a ver el mar nunca más.
Aunque la carne de delfín no es adecuada para el consumo humano, en ocasiones se etiqueta como carne de ballena y se vende en los supermercados y tiendas de comestibles. Sin embargo, gran parte de los ejemplares que se cazan van destinados a la alimentación de otros animales, como pueden ser las especies carnívoras que viven en los zoológicos.
En Perú —un país en el que se consume en abundancia la carne de tiburón y la exportación de sus aletas a países asiáticos reporta pingües beneficios— se calcula que alrededor de 15.000 delfines son sacrificados cada año y convertidos en cebo para la pesca de los escualos.
Los delfines mueren tras los arponazos de pescadores artesanales. Aún agonizantes, los suben al barco y posteriormente trocean su carne para ser usada como carnada. Aunque se trata de una práctica ilegal que se castiga con penas de prisión y suspensión de las licencias de pesca, el número de pescadores que lo hacen se incrementa cada día.
Ya en España, en Almería, se da el caso de que un elevado número de delfines están apareciendo desde hace varios años muertos y desmembrados. Algunos decapitados con la pericia de un cirujano; otros, con multitud de cortes por todo el cuerpo; y algunos incluso con una marca en uno de sus costados, realizada posiblemente con un cuchillo, en la que puede leerse el nombre de Juan —como una macabra imitación del pintor que da por finalizada su obra imprimiéndole su rúbrica.
¿Quién puede ser capaz de agredir de esta manera a los delfines?, cabe preguntarse. De momento, se desconoce la autoría de los responsables de estas atroces muertes, ni el motivo que hay tras ello. Hay quien especula con la posibilidad de que se trate de una mera diversión; también se cree que podría tratarse de pescadores que no quieren la competencia de los delfines en sus caladeros.
Recordemos finalmente que el delfín es una especie protegida. Su caza, tortura o manipulación de todo tipo, sin una autorización expresa de la administración competente, está considerado un delito tipificado con penas de prisión.