El debate de Mónica García
La candidata de Más Madrid ha sido la única capaz de sacar de sus casillas a Ayuso a base de datos, propuestas e ideología.
Uno se pone delante de la hoja en blanco después de haber visto el debate de los candidatos a las elecciones en la Comunidad de Madrid y no sabe por dónde empezar, menos aún cómo acabar. Porque, sencillamente, no sabe ni qué decir, aunque quiera decir muchas cosas. Un poco como lo que ha pasado en las dos horas de intercambios de propuestas, ideas, insultos e inanidades que, intuye, no van a alterar demasiado el sentido del voto de los madrileños.
A veces uno se sentía espectador de un combate de boxeo; otras se indignaba al ver al típico macarra de barrio que insulta al que se cruza con él —a Díaz Ayuso a veces sólo le faltaba un palillo en la boca y una copa de coñac en la mano— y, en todo momento, se sentía espectador de un partido de tenis a tres bandas en el que se intercambiaban pelotas Rocío Monasterio y Pablo Iglesias, Mónica García e Isabel Díaz Ayuso y Edmundo Bal y Ángel Gabilondo. Un lío.
Y se le ocurre que tal vez sea buena idea empezar diciendo quién ha sido el ganador del debate. Intenta ser justo, deshacerse de cualquier prejuicio, ideología o afinidad y concluye que ha sido la candidata de Más Madrid Mónica García la que más ha convencido a los votantes de izquierdas y molestado a los de derechas. Que a eso iba. Ágil, y siempre sorprendente, ha sido la única capaz de sacar de sus casillas a Ayuso a base de datos, propuestas e ideología.
El resto de candidatos han sido exactamente lo que se esperaba de ellos. Ni una sorpresa: todos han sido un calco de sí mismos. Ángel Gabilondo, de menos a más, ha dejado sólo un momento memorable al cambiar su perfil más “soso” por el de indignado para arremeter contra Ayuso tras sus críticas a las colas del hambre. Ese era, probablemente, el Gabilondo que esperaban la mayoría de los votantes socialistas.
Nadie de Unidas Podemos puede quedar satisfecho con Pablo Iglesias. Su arranque de campaña gris se ha certificado con una intervención que, ni mucho menos, ha generado momento alguno de entusiasmo. Ni siquiera por aprovechar, ha empleado los 60 segundos de intervención final, generando la sensación de que, o no tenía mucho más que decir, o creía ir tan sobrado que con 40 segundos era suficiente. “Pablo, tenemos 12 días para ganar las elecciones”, le había espetado momentos antes Gabilondo. A tenor de su reacción, da la sensación de que Iglesias le podría haber respondido: “Con dos días nos vale, Ángel”. Una gran oportunidad, su gran oportunidad, perdida.
Edmundo Bal (Ciudadanos) producía hasta ternura. Con mucho que ganar y nada que perder, porque lo tiene todo perdido, ha estado muy por encima de lo que se esperaba de él: ha transmitido solidez y demostrado una magnífica capacidad oratoria, aunque muchas veces no se sabía si buscaba al votante del PP, al del PSOE, al de centro —qué demonios será ser de centro—, a la extrema derecha o, simplemente, reclamaba que le dieran otra oportunidad para presentarse de nuevo dentro de dos años.
Uno sigue pensando cómo abordar el texto y cree que dejar a Isabel Díaz Ayuso para el final es lo mejor porque, como parecía previsible, era la que más juego iba a dar. Pero es que no ha sido así: no puede dar juego quien no ha presentado una sola propuesta, quien no ha reconocido ni un solo error, quien ni siquiera ha esbozado un atisbo de disculpa por criticar algo tan humanamente desgarrador como las colas del hambre, quien ha recurrido al insulto personal, quien ha sido incapaz de mirar a la cara a sus oponentes, quien ha defendido que “las muertes son de todos”, quien no ha dudado ni un segundo en hacer de la pandemia —en contra de lo que dijo hace tan solo una semana— un arma de confrontación política, quien ni por saber conoce el dato de cuántos madrileños han muerto por covid en la comunidad que preside. No puede dar juego, aún menos puede entusiasmar, quien mostraba una perpetua cara de hastío se hablase de fallecidos en residencias, de paro juvenil, de economía, de pactos, de lo que fuera. Hastío o, lo que es peor, displicencia.
Ayuso, tan dada a presumir de pisar calle y hablar con los madrileños, sólo ha aceptado un debate electoral. Que para ella ha sido un mero trámite que le incordiaba ha quedado patente no sólo en sus palabras sino, sobre todo, en sus gestos. Daba la sensación de que, en realidad, nos estaba haciendo a todos un favor al tener que explicarnos las razones para votarla. Pues muchas gracias.
En el debate, por cierto, también ha participado otra señora llamada Rocío de la que no hay nada que decir.