El crimen de Almonte: de cómo el asesinato de un padre y su hija siguen sin justicia
El único procesado ha pasado tres años en prisión pero ya está libre, absuelto en tres ocasiones. ¿Quién mató entonces a Miguel Ángel y María?
27 de abril de 2013. Un padre de 39 años y su hija de ocho años se preparan para salir a cenar una pizza, pero alguien entra en su casa y los mata, asestándoles 151 puñaladas. Nadie paga hoy en la cárcel por ello, aunque durante tres años ha estado entre rejas el que fuera novio de la exesposa y madre de las víctimas. Tres tribunales lo han declarado no culpable. A la espera de ver si prospera la petición para que se repita el juicio y se analicen las nuevas y sorprendentes pruebas que han salido a la luz ahora, tanto tiempo después, el llamado crimen de Almonte (Huelva) sigue sin justicia.
Los hechos
Miguel Ángel Domínguez había estado viendo un partido de fútbol con un amigo. Luego se desnudó para ir a la ducha, para arreglarse y salir con su hija, María. La niña le espera, mientras. Pero una persona -un hombre, a juzgar por la investigación policial- entra en su piso, en la Avenida de los Reyes de la localidad almonteña, y los mata. Con un arma blanca, larga, ataca al varón y, luego, a la pequeña. Al ver que iban a por su padre, María intentó ayudarle y cogió un cuchillo de la cocina. Ella se lleva la peor parte, 104 de las 151 puñaladas contadas por los forenses. Al hombre le dejaron una marca de conquista, una herida en forma de cruz en la espalda. La menor fue una "víctima accidental". Estaba por allí.
La reconstrucción posterior desvela que quien fuera el atacante conocía la casa, no forzó la puerta ni rompió cristales para entrar, porque posiblemente tenía las llaves. Debía tener relación con la niña, le tapó la cabeza con una manta, para no ver lo que le había hecho. Aunque lleva guantes, se limpia las manos llenas de sangre en unas toallas y hace lo mismo con el cuchillo.
La Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, que se hizo cargo de la investigación, calcula que todo fue muy rápido, apenas 10 minutos, entre las 21.52 y las 22.02 horas. Ayudan a poner hora datos como el mensaje que una vecina manda a un amigo: "Qué miedo, niño. Están peleando al lado de mi casa. Una niña está gritando". El hermano de esta chica declara más tarde que escucha dos voces masculinas con acento del pueblo. Y un grito: "¡Hijo de puta! ¿Qué haces aquí? Me tienes harto". Luego, una voz infantil, que decía: "No, por favor, no" y "Papi, papi".
Dos días tardan en encontrarse los cuerpos. Los padres de Marianela Olmedo -la expareja y madre de los asesinados, que en ese momento tenía otra pareja- se alteran al saber que la menor no ha ido al colegio. Tampoco su aún yerno se ha presentado en el trabajo. Por eso acuden al piso y encuentran sus cuerpos. Un dolor infinito.
Las investigaciones
Como es de costumbre, los investigadores comienzan indagando en el entorno más cercano de las víctimas, empezando por la madre, destrozada. Saben que el motivo del crimen no fue el robo, porque en la casa no falta nada; ni siquiera se llevaron los casi 300 euros que había en una hucha abierta. Se van descartando nombres, rostros, horarios, itinerarios... Se abren hasta 10 líneas de investigación diferentes, pero todas acaban en dique seco.
Hasta que en junio de 2014 se detiene a Francisco Javier Medina, de 30 años, pareja de la madre. La mujer se había ido con él apenas tres semanas antes de que se cometiera el asesinato. Estaban buscando un piso para una nueva vida en común, pero Marianela mantenía pese a todo una buena relación con su ex y se veían con frecuencia, sobre todo por la cría. Tanto Miguel Ángel como Marianela y Francisco Javier trabajaban juntos en el supermercado Mercadona del pueblo y se conocían bien. 14 meses después del asesinato, Medina ingresa en prisión. Una prueba de ADN fue definitiva para su arresto.
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¿Qué había en su contra?
Cuando en septiembre de 2017 arranca el juicio contra Medina hay demasiadas cosas por aclarar. Hasta que un mes más tarde es declarado no culpable por un jurado popular pese a la petición de 50 años de pena por parte del fiscal, en la sala se escuchan muchas y diferentes versiones. La suya siempre fue firme: "Soy inocente".
La duda inicial era si le dio tiempo o no a matar a estas dos personas, dónde estuvo en ese tramo de la noche, quién lo vio o quién podía darle coartada o lo contrario. Al parecer, a las 22.08 horas se encontraba en el supermercado, donde tenía turno de tarde, pero ¿y antes? Él siempre dijo que estaba trabajando. Una expareja suya y compañera testificó que estuvo en la tienda todo el tiempo. Sin embargo, otros siete empleados dijeron que desde las 21.01 horas, última vez que aparece en las grabaciones de seguridad, no supieron dónde estaba. Dos caballistas -la zona es la puerta al Parque Nacional de Doñana y el municipio más próximo a la aldea de El Rocío- dijeron que se lo cruzaron pasadas las nueve, contradiciendo su versión. Haciendo el trayecto más corto desde el piso al súper y sin semáforos, se tarda cuatro minutos. A las 22.09 ya estaba con Marianela y se fueron a cenar.
Otra más: en el escenario del crimen se localizaron huellas de un zapato deportivo de la talla 44 y 45, pero el acusado calza la 42-43. Unos peritos podólogos pagados por la acusación particular afirman que quien pisó con esos zapatos tenía en realidad una talla inferior.
La duda esencial: los investigadores encontraron ADN de Medina en tres toallas de la casa, en cantidad abundante y no mezclado con el de la mujer. ¿Cómo llegó hasta allí, a las mismas toallas en las que el asesino se limpió la sangre? El procesado dijo siempre que no había estado en la vivienda, en el escenario del crimen. Unos peritos consultados por sus abogados decían que el ADN había llegado porque Medina y Olmedo habían tenido relaciones sexuales en un coche, él se había limpiado con esas toallas y ella se las llevó de vuelta a la que aún era su residencia.
De fondo, también había valoraciones contradictorias sobre la capacidad del acusado para ejecutar el doble asesinato. Marianela, al conocer la detención, se negaba a creer que fuera cierto y lo defendía, aunque su actitud cambió con la llegada de las pruebas. Aunque no lo dijo de inicio, ante el jurado explicó que el que había sido su novio era celoso y agresivo. La otra expareja de Medina lo desmintió.
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Con todas estas lagunas, cuando al jurado se le pasaron las preguntas esenciales que componen el objeto del veredicto, no fue posible declarar su culpabilidad. Tras la sentencia absolutoria de la Audiencia Provincial de Huelva llegaron las del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) y la del Tribunal Supremo; esta última fue conocida hace tres semanas y considera que las dos sentencias previas realizaron una valoración racional de las pruebas. En todos los casos las Fiscalías aseguraban que la decisión del primer jurado popular tenía omisiones o estaba mal motivada y reclamaba la celebración de un nuevo juicio.
En los tres años que Medina ha estado en prisión, los jueces le negaron hasta en cinco ocasiones la libertad provisional.
El retorno
Francisco Javier Medina regresó a su casa de Almonte rodeado del cariño de sus vecinos, que siempre le defendieron. Un millar de personas se concentraron ante su casa, a la que entró en volandas y entre gritos de "inocente". Justo el pasado día 10 de enero, compareció por primera vez en una rueda de prensa, en Huelva, en la que explicó que considera que se ha ganado "el respeto de recuperar su vida".
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Tras dar gracias a la Justicia por haberle permitido demostrar su inocencia y a su familia, amigos, abogados y a todos aquellos que han sufrido con él "un calvario" que comenzó cuando fue detenido, recordó que desde entonces siempre ha dicho lo mismo: "Os habéis equivocado conmigo, soy inocente". "Cuatro años y medio después ya no tengo que repetirlo, lo dice un veredicto y tres sentencias judiciales; se ha hecho justicia conmigo, siempre he sido inocente, y aunque dicen que existe presunción de inocencia yo he estado tres años y medio en la cárcel, no ha sido nada fácil, me han destrozado la vida", añadió. Ahora está a la espera de ver si inicia "tantas acciones judiciales como sean necesarias para que se le repare el sufrimiento padecido", en palabras de su letrado, Francisco Baena Bocanegra. "Somos los primeros interesados en que prosiga la investigación", añade.
Costalero, rociero y de una familia muy conocida en Almonte, Medina ya respira tranquilo y recibe apoyos mayoritarios. No es el caso de Marianela. La mujer que enterró a su aún marido y a su hija se ha tenido que ir del pueblo, en el que siguen viviendo sus padres. De hecho, ya no está ni en la provincia de Huelva. Huyó de los reproches y las amenazas, los de la masa que la culpa: por haber sido infiel siendo mujer, por no haber estado con su hija esa noche, por acusar a Medina, por pedir justicia. El acoso en la calle, en su casa y por teléfono ya era insoportable. La víctima, culpable.
Se ha llegado incluso a poner en duda su duelo, difundiendo en redes sociales sus movimientos, si salía con amigos, si iba al gimnasio, si se apuntaba a clases de baile... La vida privada expuesta, como en el caso de la víctima de La Manada. La mujer lleva en tratamiento desde que ocurrió el crimen y ha tenido episodios serios de autolesiones y golpes.
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¿Una nueva vía?
Y en mitad de la decisión del Supremo y de las primeras palabras públicas de Medina, otra cosa más: una nueva posible prueba del caso. Una juez ha abierto una pieza separada para investigar qué pasó con un cuchillo del que no se tenía noticia y que puede ayudar a resolverlo todo.
Ahora se ha sabido que a la Policía Local se le entregó en 2016 un cuchillo que había sido encontrado en una alcantarilla, a apenas 300 metros de la vivienda donde murieron el padre y la hija. Su gran tamaño podía coincidir con el que sirvió para apuñalarlos. Según ha explicado a Europa Press Luis Romero, abogado de la acusación, fue entregado por los municipales a un agente de la Guardia Civil, que le dijo supuestamente a sus colegas que no hacía falta dar parte a ninguna instancia superior. Ahora, los locales no pueden identificar a ese guardia, porque ha pasado mucho tiempo, dicen.
La Benemérita, en principio, desechó el cuchillo y se lo devolvió a la Policía Local, que lo guardó hasta que los familiares de las víctimas, el pasado diciembre, pidieron cuentas sobre el asunto. Como mínimo, ya hay dudas sobre la cadena de custodia y se desconoce si la prueba, de ser tal, podía admitirse, pero queda la respuesta pendiente de los jueces.
Romero no sólo se queja de que no se haya investigado este cuchillo, sino que pone el foco en otros elementos, como un informe interno que hizo la UCO siguiendo a Medina antes de ser detenido que luego no formó parte de la vista, o las sospechosas zapatillas deportivas que una vecina encontró también cerca de la casa. Y tampoco hay respuestas para la sospecha de sus peritos, que dicen que el autor de los hechos regresó a la casa horas más tarde e hizo la cama, porque la colcha estaba recolocada, una información que, como tantas otras en este caso, adelantó el diario El Mundo.
El crimen de Almonte, a día de hoy, parece casi imposible de resolver.