El cine o vivir más de una vida
Una persona que no va al cine vive solo una vida.
Me gusta el cine, esto es obvio. Pero no me interesan exclusivamente las películas, sino el hecho mismo de ir al cine: la taquilla, la sala, la oscuridad, la mirada resplandeciente de quienes observan la pantalla. Es un ritual insustituible.
Por ello, hace años que se ha acrecentado en mí la preocupación por la supervivencia de esta industria, porque, como sector cultural y social que es, su continuidad es vulnerable. Sin espectadores que acudan a las salas, el cine, tal y como lo entendemos, no tiene futuro. Habrá muchos usuarios de contenidos audiovisuales, por supuesto, pero los cines habrán perdido parte de su esencia, de aquello que nos fascinó de niños, nos atrapó de estudiantes y nos sigue acompañando a lo largo de nuestra vida.
No es nostalgia, se lo aseguro, es necesidad. Si me apuran, es incluso una cuestión estética, pocas reconversiones urbanísticas me ofenden tanto como la de los cines transformados en locales, supermercados, bazares o tiendas.
Este es un asunto que me turba tanto, que incluso compartí mi inquietud con Martin Scorsese cuando, por fortuna, pude conversar con él en el marco de los Premios Princesa de Asturias (Oviedo). Afortunadamente, el director de Taxi Driver está todavía más preocupado por el tema que yo.
De todo esto hablo, precisamente, en mi documental Endless Cinema, una producción presentada en la SEMINCI, en el Buenos Aires International Film Festival y en Festival de Cine de Castelldefels que, por fin, se presenta al público este mes de septiembre.
En el documental me rodeo de algunos de los mejores directores contemporáneos para dilucidar el futuro del cine, un devenir incierto que, sin embargo, todos ellos (y hablo de Agnès Varda, Michel Haneke, Isabel Coixet, Gonzalo Suárez, Deepa Mehta, Naomi Kawase, François Ozon, Apichatpong Weerasethakul y Carlos Reygadas) ven con optimismo. En esencia, todos me confesaron que el cine sobrevivirá porque siempre habrá salas que se atrevan a abrir sus puertas y espectadores que no duden en cruzarlas para consagrarse al cine.
Predicar con el ejemplo
Precisamente por esta pasión que les profeso a los cines, me ha llamado la atención la existencia de tres salas que nacieron en una época en la que el cine comenzaba a lastrar su crisis y que lleva en pie más de diez años. Se trata de los Cinemes Girona, de Barcelona, con una trayectoria más que notable. Y es que, al aproximarme a su realidad, me he sentido conmovida. “Una persona que no va al cine, vive solo una vida”, reza su lema. Comparto ese espíritu, así que indago. Se trata de unos cines que realizan estrenos, festivales y proyecciones especiales para seguir atrayendo al público, algo que, lógicamente, me fascina.
El año pasado, como todas las salas (y comercios y empresas y ciudadanos) se vieron obligados a cerrar durante diez meses, pero celebran su reapertura manteniéndose fieles a su idea fundacional, esta es, que la gente siga acudiendo a la gran pantalla. Y esto lo hace de múltiples formas, por ejemplo, produciendo cortometrajes. De hecho, el propio responsable de Cinemes Girona, Toni Espinosa, ha producido varias cintas como Mía y Moi (2021, Borja de la Vega).
Es relevante indicar, además, que en las tres salas de los cines Girona se llevan a cabo festivales como el Asian Film Festival, del que he hablado en repetidas ocasiones desde estas páginas, uno de los festivales más interesantes y motivadores del espectro contemporáneo.
Y, como colofón, me gusta especialmente el enfoque ético que vertebra su ideario, ya que favorece la accesibilidad a aquellos que, siendo cinéfilos, tienen más difícil acudir a una sala. Me refiero, fundamentalmente, a su apertura hacia un público como el de los mayores con movilidad reducida, quienes disponen de la posibilidad de ir acompañados sin que su compañero deba abonar el precio de la entrada. Este hecho resulta esencial para mí.
En numerosas ocasiones he hablado con amigos de la industria acerca de las generaciones de cinéfilos que están quedando soslayadas en aras de una juventud que no siempre admira el cine. Muchos de nuestros mayores sienten la cinefilia de un modo inimaginablemente emocional, ya que se criaron en un mundo en el que los estímulos visuales estaban centralizados, casi en exclusiva, por el cine.
Enfocarnos ahora en los jóvenes exclusivamente no deja de ser un error de cálculo, ya que se han criado en un entorno distinto, con una plétora de fuentes de información audiovisual inimaginable en el pasado. A los jóvenes habrá que educarles la mirada; con los mayores habrá, por fin, que respetar su cinefilia.
Por ello, y por muchos otros motivos, los Cinemes Girona han conseguido emocionarme profundamente, porque, como ellos, yo también comparto la idea de que, gracias al cine, las personas vivimos más de una vida.