El Celler de Can Roca, el restaurante perfecto
El restaurante de los hermanos Roca es un engranaje perfecto donde no se deja nada al azar.
Más de medio año me costó conseguir mesa en El Celler. El sistema informático par lograrlo es bastante complejo y no ayuda, además de la gran competencia que hay por conseguir las mesas que los hermanos no tienen comprometidas ya con sus distintos patrocinadores. Tras ese medio año tiene que pasar otro año hasta que llegue este ansiado día, en el que todo el mundo reza porque no se cruce ningún compromiso que tengas que atender, porque en doce meses pueden pasar muchas cosas. Esta es una pequeña crítica a un sistema de reservas que me parece demasiado dificultoso, cuando hoy en día no hacen falta más de tres o cuatro meses para planificar un viaje desde la otra punta del mundo.
El Celler de Can Roca no necesita casi ni presentación, es uno de los once ‘tres estrellas Michelin’ del país, nombrado en dos ocasiones mejor restaurante del mundo y un sinfín más de premios. Comandado por Joan, Josep y Jordi, los tres hermanos Roca que dirigen cocina, bodega y pastelería respectivamente, tres autenticas referencias en sus campos que juntos han hecho de su restaurante la casa perfecta.
Es de esos sitios donde no hay nada fuera de su sitio, parece sacado de una novela donde los comensales disfrutan de un banquete inigualable. Lo primero que impresiona de un restaurante así es la sala, la cantidad de personal para engranar un perfecto equipo con el propósito de que al cliente nunca le falte nada. Está situado a las afueras de Girona, dentro de un polígono industrial en un chalé acristalado con suelos y techos de madera.
Cuentan con dos menús, sus clásicos y el menú festival que es el de temporada, con sus nuevas creaciones. Este último fue el escogido para la comida, está valorado en 220 euros y aunque suene extraño es realmente barato tanto por el prestigio del restaurante como por la alta demanda que tienen. En otros restaurantes del estilo los precios son mucho más elevados, como L’Arpege de París, donde el menú está en los 400 euros.
El menú en sí es realmente brillante, aunque la cúspide llega con los mariscos, una gamba roja marinada en arroz me dejó sin palabras, uno de los platos del año y de mi vida sin lugar a dudas, al que le sigue una cigala con salsa de sobrasada, velouté de la misma cigala y gelée de perejil, dos pases brillantísimos.
No me puedo ir sin hablar de Jordi, el mejor repostero del mundo. Para esta ocasión coronamos el menú con una maravillosa esfera de flor blanca, saúco, acacia, guanabá, lichi y manzana verde. Trabajo sutil, de recuerdos que evocan vida y da un frescor final a la comida.
Sin duda mi restaurante favorito de España junto al Diverxo de David Muñoz, del que os hablaré la semana que viene. Intentad coger mesa; es difícil, pero acaba mereciendo la pena.