El caso del chaleco acolchado, ¿uniforme pijo de derechas o la mejor prenda para el frío?
Juanma Moreno ya lo ha convertido en su básico.
En plena campaña de las elecciones andaluzas, el ya presidente de la Junta Juanma Moreno saltaba a la palestra en uno de sus mítines junto a Pablo Casado con un chaleco de plumas azul marino donde podía leerse presidente. El político posó y posó ante la multitud de fotógrafos haciendo de esta prenda una seña de identidad, una especie de uniforme personal.
Lo que visten los políticos no es casual, y menos cuando hay un proceso electoral en el horizonte. "Los hombres de la derecha española se han adueñado del chaleco de plumas ligero", escribía en un reportaje la revista Smoda el pasado mes de noviembre, en el que repasaban el gusto de otros políticos como Albert Rivera, Pablo Casado e incluso Mariano Rajoy, que le han cogido el gusto al chaleco. Para muestra la foto que subió este domingo el humorista Ernesto Sevilla a Instagram con el expresidente, en la que Rajoy luce la ya famosa prenda, que tampoco se quita Bertín Osborne.
A pesar de este renacimiento el chaleco siempre se ha asociado a hombres pijos, igual que el jersey anudado al cuello o los mocasines con borlas. Lo mismo sucedió con las boinas de cuero negras en el movimiento de las panteras negras o el blanco asociado a la lucha feminista por ser el color que llevaban las sufragistas a comienzos del siglo XX.
Pero, ¿es el chaleco la prenda por antonomasia del hombre de derechas? ¿Ha aumentado realmente su popularidad? ¿De dónde viene?
Para comprender su origen hay que remontarse hasta los años 30, cuando tras sufrir un principio de hipotermia el nortemericano Eddie Bauer creó el plumífero al darse cuenta de que los abrigos de lana no protegían lo suficiente del frío. Con la estructura de celdas evitaba que las plumas terminaran en la parte de abajo de la prenda, que patentó en 1940.
Como apunta la revista GQ también hay que mirar a otra chaqueta: la Husky. Con sus característicos rombos, y más fina que la anterior, era una prenda imprescindible en las cacerías de la familia real británica. Se puede decir que de estas dos prendas han derivado hasta convertirse en lo que conocemos hoy en día.
Puede decirse que sí, y todo gracias a la vuelta de su hermano mayor, el plumífero. Demna Gvasalia lo rescató en 2016 para una de sus colecciones para Balenciaga, y desde entonces su popularidad ha subido como la espuma. Las marcas low cost se sumaron a la tendencia y las que se especializaron en esta prenda desde su creación aprovecharon el tirón.
Algunas como Moncler, cuyos plumas y chalecos son un básico en la clase acomodada de Milán, reiventaron la prenda. En el caso de la firma italiana, de la mano de Pierpaolo Piccioli, director creativo de Valentino, que diseñó una línea de vestidos plumífero que llegaron incluso a colarse en la alfombra roja.
Y de ahí derivó a dejarse ver, todavía más y en una versión obviamente más tradicional, en ruedas de prensa, mítines y hasta en el Congreso de los Diputados, donde lo ha lucido Gabriel Rufián, al más puro estilo hombre de derechas.
Cuando el termómetro cae en picado lo suelen llevar bajo el abrigo o la americana, y totalmente pegado al cuerpo, como si se tratara de una segunda piel. Tanto que algunos ya lo llaman chaleco—faja o chaleco antibalas.
¿Seguirá esta prenda perpetuándose como prenda clave de la derecha española? ¿La convertirán Juanma Moreno o Pablo Casado en su uniforme? Todo apunta a que será así.