El borrado de mujeres y las virtudes teologales
Ni el sexo es una cuestión binaria (ni siquiera el sexo genital lo es) ni todas las mujeres tienen vagina.
Los dogmas siempre han caminado entre nosotros con relativa soltura; desde las religiones a las ideologías políticas, desde la casa hasta la calle, los dogmas se sienten cómodos en el poder hegemónico y suelen ir indisolublemente enlazados a grandes egos sobre los que se asientan y en los que sobreviven en una relación parasitaria perfecta.
El feminismo, como movimiento de liberación y emancipador que es, ha sufrido y sufre también estos intentos de dogmatizarlo, en una suerte de tentativa de domesticación con la que el poder hegemónico se siente terriblemente cómodo. He escrito mucho sobre los derechos de las personas trans, sobre por qué son sujeto indisoluble del feminismo y he defendido exhaustivamente por qué decirle a una persona que “demuestre” su identidad más allá de la autodeterminación de género es en sí mismo un acto de violencia.
Pero hace tiempo que ha surgido otro nuevo mandamiento dentro de este feminismo que excluye a las mujeres trans de su lucha política: el mantra del “borrado de mujeres”. Parece ser que la autodeterminación de género borra a las mujeres del mapa. Parece que las mujeres trans son una agresión para las mujeres en su conjunto, o eso al menos es lo que defiende el esencialismo sexual. Podríamos discutir el por qué de esta pertinaz idea acerca de que las “mujeres de verdad” son aquellas que nacen con vagina y que todos los males del mundo que les acontecen pasan indefectiblemente por sus genitales. Tantos años de catolicismo nos han debido atrofiar algo el pensamiento. Tantos años en los que la mujer ha sido esencialmente el producto de lo que podía hacer con su vagina (o madre o puta) son ahora reivindicados por este feminismo transexcluyente que vuelve a la caricaturización de la mujer-vagina. Que son las dos categorías mutuamente excluyentes que el patriarcado ha querido para la mujer: si es madre, no es puta, y si es puta, no es madre.
Siguiendo a la filósofa argentina Diana Maffía, diré que siempre que ha habido un intento de emancipación de un grupo oprimido han surgido tesis deterministas y “científicas” para que esos sujetos se queden en el lugar de opresión en el que están: ocurrió con el movimiento de liberación negro que tuvo su respuesta determinista en la medición de cráneos, en la frenología y en el llamado “racismo científico”, ocurrió con el movimiento de liberación de la mujer y las tesis acerca de las diferencias genéticas entre hombre y mujer para afirmar que la mujer tenía una incapacidad genética para el pensamiento abstracto, ocurrió con las personas homosexuales y ocurre ahora con las personas transexuales.
Hablar del borrado de mujeres es solo la excusa: el objetivo real es el borrado de las personas trans para relegarlas de nuevo al ámbito de lo privado porque pareciera que lo público es solo propiedad de las mujeres cis; parece que para el feminismo transexcluyente el ámbito de lo público en cuanto al sujeto del feminismo se refiere solo puede estar regentado por las mujeres cis, y las personas trans no tienen ni pueden tener soberanía ni autonomía en esta cuestión.
Una vez más, expulsando a la clandestinidad y al oscurantismo a un grupo oprimido para perpetuar la hegemonía del que expulsa. No existe ningún riesgo de borrar a las mujeres por reconocer a las mujeres trans como objeto y sujeto del feminismo; más bien el reconocimiento de la diversidad y de las distintas realidades lo que hace es, precisamente, hacer más justa la lucha y hacer más honesto el camino que nos lleva a la dignidad. No podemos ocultar bajo un supuesto academicismo la negación de derechos y la negación del reconocimiento de las identidades. Y mucho menos se puede tolerar que el escudo humano de todo este odio sean las mujeres trans.
El concepto de “borrado de mujeres” está más cerca de las virtudes teologales que de las terrenales. Hay que tener mucha fe, esperanza y una pizca de caridad endogrupal para defender semejante concepto. Nadie ha querido borrar nunca a las mujeres, ni siquiera el patriarcado, para el que las mujeres han sido, precisamente, un objeto a explotar. Lo que el patriarcado siempre ha hecho es tener a las mujeres en categorías subordinadas y casi siempre excluyentes. Cuando las mujeres empezaron su emancipación de estas categorías el patriarcado respondió con las mismas posiciones que el feminismo transexcluyente responde ahora a las personas trans: con el determinismo y el esencialismo.
Ni el sexo es una cuestión binaria (ni siquiera el sexo genital lo es) ni todas las mujeres tienen vagina. Ni las mujeres pueden ser borradas ni las personas trans son una amenaza para el feminismo. Todos los dogmas que quieren que los grupos oprimidos se queden donde están deben ser combatidos con determinación y diligencia. Un feminismo que rechaza los datos y la realidad para abrazar una idea preconcebida y determinista es un feminismo incapaz de generar progreso y de llevar a cabo el justo objetivo de la emancipación de más de la mitad de la población. El “borrado de mujeres” es la prueba de que ese feminismo transexcluyente ha fracasado, como la frenología fue el fracaso manifiesto del racismo o como las supuestas diferencias genéticas para el pensamiento abstracto en los sexos fueron el fracaso del machismo institucionalizado. El “borrado de mujeres” es otro intento más para que las personas trans se queden en el lugar de opresión en el que están, es solo otra excusa más para que los grupos oprimidos sigan en el lugar de opresión en el que están. El esencialismo no pudo con los negros, no pudo con las mujeres, no pudo con los homosexuales. Y tampoco podrá con las personas trans.