El Barroco y Terelu
El pensamiento político barroco siempre estuvo vinculado a la reflexión sobre la monarquía absoluta. En consecuencia, quedó más apegado a los países que se comprometieron con la Contarreforma de la debilitada Iglesia Romana tras el Concilio de Trento. Países como el nuestro; la mayoría de estados y principados de la Europa meridional.
Los historiadores han conseguido narrar la crónica de esa época mediante el argumento de un Barroco promovido desde el clero; una modernización orquestada por los poderes para tratar de conquistar a la opinión pública. El objetivo; instaurar y perpetuar la monarquía absoluta y por ende sus nexos con la iglesia. Es decir, el fervor popular religioso que surge en esa época no nació de la masa, sino que ésta fue adoctrinada en una fe que vivía sus horas más bajas. Una nueva masa fervorosa; el resultado de una gran estrategia de marketing capaz de dotar al poder eclesiástico de militantes visibles que disfrutaban como niños, creyentes de nuevo, del poder de una simbología suntuosa cargada de ostentación. Pompas, oro, esplendor, nuevos fans.
Paradójicamente, los estados que más promovieron el barroco fueron los que más aquejaban sus arcas. La reutilización de materiales, el embellecimiento de lo pobre o la falsificación pintada en oro fueron los trucos publicitarios que hicieron de la nueva forma de expresión una de las más exitosas de la madre Historia.
Nuestros medios de comunicación, varios siglos después, siguen jugando al pensamiento barroco; desde canalizar emociones a través del nacionalismo simbólico de un Mundial de Fútbol al cáncer de Terelu; todo es barroco y se funda en llamamientos básicos a los sentimientos más primitivos, los que conectan con todos y cada uno de nosotros, con el atractivo añadido de un espectacular combinado de imágenes, decorados y guiones sensibleros. Ante esta alarma social creada desde Sálvame por una enfermedad más o menos común, la reacción del espectador medio se materializa en una feroz batalla interna que disputa su empatía más humana contra el rechazo absoluto al sainete. Igual que El Barroco, cuyo resultado visible consistió en una forma de arte donde las contradicciones más irreconciliables encontraron un modo de coexistencia. Un arte permisivo en formas y materiales, aparentemente libre, pero con un objetivo claro: la reafirmación de los poderes opresores que se crearon con el Estado Moderno al final de la Edad Media. Pura contradicción convertida en estrategia.
En 2018 nos vuelven a lanzar un nuevo barroco a la cara, ésta vez como movimiento ideológico –pues ya no existen corrientes artísticas capaces de parecer novedosas- orquestado por algún lobby conservador y su empeño cristiano en exprimir el sufrimiento. Puede que los directores de Sálvame no aspiren al imperialismo moral que un buen programador requiere –erróneamente ligado a los gobiernos dictatoriales-, o que el trato de la enfermedad de Terelu sea sólo un error más de contenido, un nuevo síntoma de la ineptitud reinante entre la gente que dirige nuestros medios. Quizás sea la sociedad la que demanda esa hipersensibilidad y sólo los publicistas saben verlo.
Cualquiera que sea el caso, la televisión posee un poder de adoctrinamiento que llega a las entrañas mismas de un país, a la práctica totalidad de los hogares sobre los que recaen las decisiones políticas del estado. Es por ello que merece atención y no desprecio. Un desprecio generalizado por el que ahora somos incapaces de terminar de ver un telediario o de conciliar el sueño tras conocer la feroz, cruenta y despiadada guerra que se libra en la industria del cruasán. Urge cuidar los contenidos, divulgar buenas prácticas, enseñar más cultura. Urge bajar el drama, despegarlo de la información y aclarar a toda esa audiencia que un cáncer no necesariamente mata, pero a ver quién tiene los cojones de explicarlo tras las cuatro entrevistas y un funeral que ya lleva La Agustina ésta semana.