El barrio de Salamanca y la revuelta de los 'cayetanos'
Les debe costar no hacer lo que egoístamente se les viene en gana cuando llevan siglos pasándose las leyes por el forro del abrigo de visón.
En el barrio de Salamanca tienen todo el derecho a manifestarse, faltaría más. Y me alegro de que después de más de 80 años hayan aprendido que ese es el cauce democrático para protestar y no el golpe de Estado. Me congratulo de que hayan aprendido a hacerlo, aunque aún tengan lagunillas como creer que hay que ir con los palos de golf. Me alegro aún más de que hayan cogido cacerolas y cucharones por primera vez en su vida, aunque hayan tenido que llamar por teléfono a las sirvientas y mayordomos, esos que despidieron antes del confinamiento para ahorrarse unos eurillos, para preguntarles dónde están guardados.
Tienen todo el derecho a protestar, pero desde sus terrazas, áticos y buhardillas con vistas al Retiro, sin saltarse el confinamiento y las medidas sanitarias de seguridad, sin poner en peligro la salud de todos, sin reírse de la extenuación de los sanitarios y el personal hospitalario que lleva dos meses dejándose la vida para cuidarnos y salvarnos, sin burlarse del compromiso de reponedores, cajeras, camioneros, personal del transporte público y el resto de trabajadores que están arriesgando su salud y la de los suyos por mantener este país en pie, sin mofarse de la clase trabajadora que sigue a rajatabla las medidas desde sus pequeños pisos, con responsabilidad, civismo y patriotismo ejemplar.
Todos llevamos dos meses sin ver a nuestros familiares y amigos, sin saber cuándo llegará ese día, muchísimos ni siquiera volverán a verlos nunca, demasiados ni siquiera pudieron despedirse de quienes se fueron, muchos han perdido el trabajo o están afectados por un ERTE, y estos ricos privilegiados se permiten el lujo de apiñarse en manada en las calles como si la tragedia no fuera con ellos. Llevamos dos meses escuchando día tras día cómo utilizan a los muertos para sus fines políticos y económicos, como ya hicieran en el 11-M, jugando con el dolor, machacando con que las cifras son el doble de lo que nos cuentan, y ahora encima se permiten la osadía de aglomerarse como si estuvieran en el Starlite.
Mientras en los barrios humildes de Madrid desgraciadamente hay muchas personas que se ven en la triste situación de tener que hacer colas para recibir bolsas de comida, y lo hacen respetando la distancia de seguridad, sin aspavientos impostados, con una dignidad que solo sabe tener la clase trabajadora, los ricos del barrio de Salamanca y similares tienen la desfachatez de ponerse a jugar a la revuelta de los ‘cayetanos’ para defender el mantenimiento de sus privilegios. Recordemos siempre esta lección de clases: los intereses del barrio de Salamanca siempre serán antagónicos a los de cualquier barrio obrero.
Quizás debamos ser comprensivos y entender que les debe costar no hacer lo que egoístamente se les viene en gana cuando llevan siglos pasándose las leyes por el forro del abrigo de visón, entre otras cosas porque las leyes las han hecho y aplicado siempre ellos.
Quizás debamos comprender que se sientan a salvo de todo, ya que hasta en los momentos más duros y terribles de esta ciudad lo estuvieron, pues ellos jamás cogieron el Cercanías ni vieron peligrar su vida cuando la aviación nazifascista bombardeaba Madrid en la Guerra Civil, cuando mientras la población se refugiaba en los túneles del metro, ellos estaban tranquilamente en un barrio en el que no se tiró ni una bomba, por ser quienes eran (y son).
Y quizás también sea comprensible que se sigan sintiendo impunes, pues es bastante probable que, si el estado de alarma se lo hubieran saltado ayer en Villaverde o en Vallecas, hubieran ido hasta los antidisturbios a dispersar. Pero quizás ellos también deberían ser un poquito más prudentes, leer historia, y entender que la paciencia de los pisoteados no es infinita.
Esta manada de pijos insolidarios sale a sus lujosas y limpias calles (lo cual no podemos decir de todas las de Madrid, por cierto) ataviados con la bandera de España, ensuciando la enseña nacional con su irresponsabilidad, la que pone en peligro el sacrificio de un país, con un antipatriotismo digno de los mayores enemigos de España. Salen al grito de libertad, viéndose a sí mismos como la reencarnación de William Wallace en Braveheart, cuando en realidad son una imitación grotesca (aún más) de Jesús Gil, con fachaleco por coraza y palos de golf por espada.
Que jamás se nos olvide que, durante la mayor emergencia sanitaria, social y económica de los últimos 80 años, los patriotas, los que se dejaron la salud y hasta la vida cuidando del país, fueron la clase trabajadora.
Que jamás se nos olvide que, durante la mayor emergencia sanitaria, social y económica de los últimos 80 años, los que incendiaron y pusieron en peligro a España y a sus gentes fueron los privilegiados de siempre.
Que jamás se nos olvide esta lección. La historia colocará a unos en el lugar heroico que se merecen y en el oprobio de la vergüenza nacional a los otros.