El anestesiado silencio del feminismo
Estamos a verlas venir. Una opción, pero no la mía. No la de las feministas radicales de verdad.
El antiguo dilema del Ser o no ser ha sido sustituido por una obviedad parecida pero con aires de modernidad. Estar o no estar; Si no sales en la foto, no existes... y vaguedades similares. Asentadas en el siglo XXI, la razón de nuestra existencia como feministas, como Movimiento Feminista, parece reducida a estar bajo el intenso y cegador brillo mediático. Quiero decir que nos estamos conformando muy peligrosamente a que nuestras causas, luchas, reivindicaciones, exigencias, proyectos de leyes, leyes sin contenidos económicos y todo un arco de etecés, quede reducido a esa otra memez en boga: Madrecita que me quede como esté. Puestas a pleitear por frases también sugiero la de Mi mamá es virgen de mis amigas las feministas plásticas gallegas. Por lo menos me río. El culmen de nuestros éxitos, reconocidos internacionalmente y que llegaron a actuar como auténticos modelos, tras casi doce meses de terremotos en la Mesa Redonda de los Caballeros de la Política, se han quedado en simples puntos de referencia. De ser las reinas de las calles violetas, las hadas madrinas que todo lo que tocaban se transformaba en feminismo, conversiones súbitas de influyentes damas incluidas... o influencers de lenguajes en bocas poco avezadas en los lenguajes no sexistas y muchas cosas reales o ficticias más... hemos quedado en Bellas Durmientes.
Una extravagante y rápida metamorfosis que a algunas nos quema el corazón. Nos lleva a pensar y nos arrastra a una nostalgia porque no escuchamos gritos de deseos. Ruidos de críticas, rugidos de emociones o voces interiores que nos hagan saltar a la palestra. A la danza del fuego de las protestas. Abro mi biblia La política sexual, de Kate Millet (la autora más leída del feminismo y una de mis gurusas/maestras) y aplico aquí lo que ella reflexionaba en torno a nuestros sentimientos de incertidumbre y culpa: “No representa una reacción frente a los aspectos prácticos de una política sexual, sino frente a la promesa -y también la amenaza- de las libertades logradas”. Hilo a Kate con Lidia Falcón, otra gurusa que si merece premios y reconocimientos por todo lo que ha hecho como una de nuestras más principales pioneras en el feminismo moderno español. Con la que desde siempre he discordado en muchas de sus causas, pero ante la que me inclino por su validez y brillantez, así como su obra y su para mí importantísima trayectoria.
Lidia sigue al pié del cañón, trabajando, escribiendo y , a veces, predicando en un desierto a sabiendas... Mientras otras que contemplan el feminismo desde una atalaya en colores otoñales y solo salen a vender verdades, pero al peso. Lidia acaba de escribir un artículo sacudiendo conciencias y cargada de razones. ¿Dónde estamos las feministas en estos meses de pactos, intercambios de cromos, chalaneos, idas y venidas, mentiras y zonas oscuras de los varones que hacen política jugando al ajedrez con sus egos? Durmientes. Estamos a verlas venir. Una opción, pero no la mía. No la de las feministas radicales de verdad. Sí para las de salón que solo van a medrar buscando vivir del feminismo y sus circunstancias. Para estas últimas el hacer encajes de bolillos hasta que todo se asiente y sus partidos favoritos conformen las políticas de Igualdad para ver dónde pueden roer parcelas más o menos bien pagadas... esta situación es la idónea.
Mientras nosotras nos consumimos ante tanto letargo y sueño mullido, los fantasmas machos de los grupos nazis nos insultan, nos acusan falsamente, afilan las uñas y velan las armas para echarnos su zarpazo letal de odio misógino. Quieren nuestra desaparición. Por tanto aviso/avisamos, si hay quien se siente bien atrapada en esa fétida magia del espectáculo político y quiere seguir enganchada de esa nueva realidad feminista (“serena, tranquila, ya hemos avanzado, ya estamos bien, ya lo hemos logrado”) construida a la medida de un perfecto y eficaz engaño patriarcal que les permite vivir su existencia en los límites de esa extraña deserción, allá ellas.
Ni en este ni en ningún otro momento podemos permitir que solo se salga a la calle dos veces al año en plan mayoritario y con toda la caballería rusticana en su máximo esplendor. Y que ya de forma muy mortecina, arcaica, rancia y carente de efectos, se salga a concentrarnos por los asesinatos cometidos por los varones hijos del patriarcado muy amparados por las “manadas togadas que, ignorantes en género, les imponen penas a precio pizzas”. Mientras ellos juegan a intercambiar cromitos, nosotras debemos y podemos hacer oír nuestra voz. Exigir sus promesas rotas. Seguir sin tregua nuestras luchas. Haciendo activismo en las calles. Clamando abolicionismo y educación, educación y educación. Que el buque de la actualidad no nos arrolle ni nos sorprenda dormidas y esperando. No solo hay que parecer feministas, hay que SER feministas.