El aleteo de una mariposa en el Retiro
Así afectará a los vecinos que el eje del Prado-Retiro sea Patrimonio Mundial.
Estos días pasados hablábamos de la responsabilidad individual, colectiva y universal que supone el Patrimonio Cultural. Hagamos ahora, conocida la categoría de Patrimonio Mundial concedida al eje Prado-Retiro, unas reflexiones al respecto.
Hablar de patrimonio, ya sea cultural o natural sustenta sus bases en cuatro ejes principales: lo colectivo, lo técnico, lo político y el propio bien como sujeto.
En lo que se refiere a lo colectivo, en este caso a la ciudadanía que debe sentirse interpelada por el bien protegido o caracterizado, mucho podemos discutir sobre la afectación que para los madrileños y madrileños en general tiene este otorgamiento. La UNESCO se empeña en decirnos la importancia que para las comunidades debe tener el objeto declarado. Sin embargo, no está nada claro que para un vecino del Barrio de las Letras que tiene un Centro de Salud (Alameda) en un estado lamentable, no tiene una biblioteca en su barrio, le han hurtado el más destacado laboratorio ciudadano que existía en la ciudad (Medialab), mantiene edificios públicos abandonados, etc, este premio le suponga algún beneficio real. ¿Y para los vecinos de El Retiro que se han manifestado contrarios a las inconveniencias de un parking anunciado? ¿Y para un vecino de alguno de los barrios periféricos de la ciudad de Madrid?
Entonces el beneficio de esta concesión ¿en quién recae? ¿Se trata solo de un incentivo al turismo? ¿Es ese turismo, derivado de aparecer en la lista de patrimonio mundial, sostenible y responsable? ¿se ha trabajado con los y las madrileñas ese modelo turístico o es solo una foto más para mostrar en Fitur? ¿se sienten los vecinos interpelados verdaderamente por esta propuesta política? ¿Han sido sus opiniones, necesidades o deseos escuchados y respetados?
Pasemos ahora al nivel técnico, ese que comúnmente conocemos como “los expertos”. En este apartado tendríamos que hablar de dos niveles. Por un lado, los expertos locales, algunos de ellos contratados para la ocasión, cuyo trabajo no es otro que justificar con sesudos informes la idoneidad de la propuesta. Y por otro, los evaluadores externos que según el protocolo que establece UNESCO para estos procesos recaen sobre ICOMOS. En el primero de los casos cientos de páginas, de folletos y/o de páginas web hacen un repaso por la historia, la cultura, el arte y el resto de los valores del bien en un ejercicio laudatorio lleno de imágenes de postal. El objeto a estudiar solo tiene para este grupo bondades. En el segundo, un breve informe ejecutivo de unas pocas páginas, encargado a un comité ajeno al español y de manera independiente señaló hace unos pocos meses las debilidades y carencias de la propuesta hasta un extremo que podría calificarse de demoledor. Por tanto, cabe preguntarse si los expertos son escuchados o simplemente se convierten en una herramienta dentro de un proceso.
Llegados aquí parece por tanto que, desoídos expertos y ciudadanos, el interés o, mejor, la decisión sobre catapultar a un lugar de nuestra geografía a esa lista se trata de una pura decisión política. Los procedimientos para obtener la categoría de Patrimonio Mundial son largos, tanto que superan con mucho un ciclo electoral, y habitualmente dos o más de ellos. Esto supone una ruptura en la mirada cortoplacista que planea muchas veces sobre las políticas culturales, de otra la necesidad de buscar apoyos y consensos en todos los colores del arco parlamentario a sabiendas que la realidad hará imposible que durante un tiempo medio de 8 años las tres administraciones interpeladas (municipal, autonómica y estatal) se mantengan con el mismo signo político.
Y es aquí -por insólito que parezca- que un ciudadano de Cairns (North Queensland, Australia) puede sentir las consecuencias del caótico efecto mariposa. Es el momento de las negociaciones versallescas, el intercambio de cromos y el trabajo de las delegaciones políticas. Lo colectivo y la experticia ya han quedado al margen, ahora lo que importa es una carrera para seguir posicionando a España en el ranking mundial de países con más bienes UNESCO. No podemos escuchar esas conversaciones, pero podemos imaginarlas: “es que Madrid, la capital del estado, you know, no tiene ningún bien inscrito; es que España aporta un fondo económico muy importante; dime en que tengo que apoyarte yo para que tú me votes a mí”. Es la politización del patrimonio.
En una dinámica perversa (para el patrimonio) el denostado por el Partido Popular presidente de un gobierno socialista se convierte en valedor del almeidato. Respondan ustedes a la pregunta ”¿habría sucedido lo mismo si en el gobierno de la nación estuviera Casado y en el consistorio madrileño estuviera Carmena?″. Y así es como la ciudadanía deja de creer en sus políticos. Y así es como la ciudadanía no se siente interpelada o reconocida por un patrimonio que ha sido manoseado por causas que le son ajenas y cuesta que sean entendidas y explicadas.
Nos faltaría, dentro de la ecuación propuesta al inicio, hablar del bien como sujeto. Podríamos hablar de la Gran Barrera de Coral o del puerto marítimo mercantil de Liverpool, bienes que nos interpelan como ciudadanos del mundo globalizado en el que vivimos. Podríamos hablar de negociaciones (operaciones políticas) pasadas que convirtieron la amenaza de la Torre Pelli sobre el patrimonio UNESCO sevillano en un expediente archivado. Podríamos hablar de bienes españoles inscritos en la lista indicativa durante años y años porque no han tenido respaldo político (mejor dicho, de los políticos concretos necesarios en la fórmula)… La mirada local, tristemente se impone a lo universal.
Entendamos en lo que se refiere al Paseo del Prado y Buen Retiro, paisaje de las Artes y las Ciencias, que la inscripción que ahora se concede no es sino un medicamento. No puede tomarse sin leer el prospecto. No debe tomarse sin entender claramente la posología, las indicaciones, los efectos secundarios y las advertencias. No es un placebo, tomarlo tiene consecuencias para el bien, que en este caso no es otra cosa que el modelo de Madrid Ciudad.
Una ciudad que esté menos contaminada, que sea más accesible, que proteja su patrimonio (también el industrial o el arqueológico), que no favorezca aparcamientos indeseados, que no privatice bienes públicos que han sido señalados como una de las fortalezas del bien, que escuche a sus convecinos. Una ciudad que cuide por igual al foráneo y al autóctono porque el Patrimonio Cultural no es otra cosa que un lenguaje universal para tender puentes. La consideración otorgada siempre es una buena noticia, pero solo si sabemos usar el medicamento y entendemos que el patrimonio no es ni una competición ni un medallero, que para eso ya tenemos las olimpiadas.