Por qué la Guerra Civil y el Franquismo son aún un tabú en las aulas españolas
La Ley Celaá introduce contenidos sobre Memoria Histórica, pero las editoriales van lentas en la actualización y los profesores tienen miedo a quejas sobre adoctrinamiento.
Un estudiante de Secundaria en España sabe bien quién fue Adolf Hitler, cómo ascendió al poder, su papel en la Segunda Guerra Mundial y su Holocausto. Ese mismo estudiante de Secundaria en España tiene nociones escasas y confusas sobre la Guerra Civil patria, la dictadura franquista, la represión que conllevó y la lucha para acabar con ella. ¿Por qué? Porque los currículos han pasado de puntillas sobre esa etapa, porque mejor no tocar lo que aún espina, porque se ha instalado la visión de la Transición del pase de página, confundiendo conocimiento con ajuste de cuentas.
Teóricamente, los planes de estudio ministeriales han ido ampliando con los años la presencia de los contenidos de Memoria Histórica, pero no se han concretado en los libros de texto y manuales (la base de estudio en la práctica totalidad de las aulas) ni los docentes han podido ir más allá, salvo excepciones. Pueden las prisas de final de curso, que es cuando por calendario toca abordar estos temas, y es mejor no ahondar en cuestiones que pueden encender a algunos padres.
Ahora, las cosas pueden cambiar. El movimiento memorialista, las nuevas leyes y el eco de esa batalla en las redes sociales está sacudiendo a toda la sociedad española y ese zarandeo llega a la educación. Igual que se reclama la apertura de fosas y archivos, se pelea por introducir estas unidades de estudio, porque “no podemos seguir manteniendo este vacío, la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado, y así no se puede construir un futuro”, en palabras de Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesor de Facultad de Educación de la Universidad de León y autor de La asignatura pendiente. La memoria histórica democrática en los libros de texto escolares (Plaza y Valdés Editores).
Lo que dice la ley
Ahora mismo, nos encontramos con una norma recién parida, la Lomloe o Ley Celaá, que ha incluido dos enmiendas de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática abordando este vacío. Dice lo que sigue: “(...) Se añade la necesidad de que la comunidad educativa tenga un conocimiento profundo de la historia de la democracia en España desde sus orígenes hasta la actualidad. El estudio y análisis de nuestra memoria democrática permitirá asentar los valores cívicos y contribuirá en la formación de ciudadanas y ciudadanos más libres, tolerantes y con sentido crítico. El estudio de la memoria democrática deberá plantearse, en todo caso, desde una perspectiva de género, haciendo especial hincapié en la lucha de las mujeres por alcanzar la plena ciudadanía”.
Habrá que elaborar los materiales que se acomoden a esta recomendación, preferiblemente en la asignatura de Historia, aunque también podría ir en alguna otra materia transversal. Países como Alemania, Italia o Argentina, con pasado fascista, recogen ya de manera específica estos estudios, se imparten de forma sistemática, así que lo de España es una anomalía.
El informe La memoria histórica en los libros de texto escolares, que se viene realizando periódicamente desde 2013 y contó con el apoyo del Ministerio de la Presidencia, constata que “se han empezado a introducir contenidos sobre estos aspectos, aunque no con la suficiente profundidad”. Un año tras otro, se refleja el desconocimiento de este periodo de la historia española que tienen los estudiantes, a los que se les dan píldoras con información “fragmentada e inconexa”, se sigue “encubriendo, silenciando u ocultando de forma significativa esta parte de la historia que nos pertenece a todos y todas”.
Qué se da, cómo se da
Las conclusiones concretas de esta sucesión de estudios en Cuarto de la ESO y en Segundo de Bachillerato son muy claras: los contenidos que se estudian hoy se centran sobre todo en la Guerra Civil, mientras que la postguerra queda en la sombra. La represión sistemática de los perdedores, organizada, orquestada legalmente y con carácter retroactivo, desaparece, así como la lucha antifranquista posterior. “Hablamos de 44 años que van desde la Segunda República, la Guerra Civil y el Franquismo. Casi medio siglo que sólo ocupa el 9% de los contenidos”, lamenta Díez Gutiérrez.
Se habla poco y se habla mal, además. “Se asocian la Segunda República y Guerra Civil en una unidad temática, parece que lo segundo es lo derivado de lo primero y no es así. Debería hacerse un bloque con Guerra Civil, dictadura, represión y sus consecuencias...”, defiende el ensayista leonés. “Se hace una tergiversación y un falseamiento desde el origen, así parece que los que dieron el golpe fueron unos salvadores de la patria. Todos esos que dicen “no vamos a remover hacia atrás”, que defienden que todos fuimos culpables al final, abogan por teoría de la equidistancia, que es la que reiteradamente transmiten los libros, la idea de un enfrentamiento fratricida, españoles enfrentados en las mismas condiciones y con la misma legitimidad. La culpa se reparte por igual”, revela.
El lenguaje es esencial para construir ese imaginario colectivo equivocado, y en los libros que estudian nuestros adolescentes hay no pocas lagunas: se habla de “alzamiento” en lugar de “golpe de estado” o de “conflicto entre hermanos”, simétrico, por ejemplo. Por si hay dudas, apuntala: “una democracia nunca es culpable de un golpe de estado, y un gobierno democrático nunca es un bando”.
Ese es el balance sobre lo que está, pero hace falta ver también lo que falta, los “ocultamientos” que se escudan en la neutralidad y la asepsia. Ni la mitad de los libros citan, por ejemplo, la represión de los llamados nacionales y el franquismo posterior. Ni fusilamientos, ni expolios, ni coacciones, torturas o delaciones, ni la persecución a los maquis, ni el exilio interior de los topos, ni los experimentos con prisioneras para descubrir y erradicar el gen rojo, ni la violencia sexual ni el aceite de ricino y los rapados, ni tampoco los bebés robados. Alguna editorial cita la lucha antifascista, pero suele relacionarse con los españoles que estuvieron en campos nazis. “Toda esa represión queda en un cuadro detalle, se le dedica el mismo espacio que a Mariquita Pérez, el juguete más ansiado de los 50”, compara.
A eso se añaden los “tabúes”, de los que no se habla nunca. El profesor enumera y no acaba: la triple represión de las mujeres (por su militancia o ideología, por el parentesco con hombres significados políticamente y por ser simplemente mujeres), la incautación de bienes (“donde está el origen de las grandes fortunas del Ibex 35 actuales, sobre el que todo el mundo calla y nadie pide ni perdón ni repara, como se ha hecho por ejemplo en Alemania”), el papel “legitimador” de la Iglesia católica dentro del aparato represor del franquismo, los “responsables y partícipes directos” en la represión (como Billy El Niño), y la “colaboración de parte de la sociedad civil vencedora en la represión, gente que sentía que podía tomarse venganza, que humillaba a los demás”.
“Viene de lejos, de la Transición, que fue una forma de desmemoria colectiva, un pacto de silencio. Demasiado pegado a las actuales estructuras de poder.”, abunda.
Tampoco se habla de algo tan vivo en la sociedad hoy como el movimiento que demanda verdad, justicia y reparación, impulsado más por los nietos que los hijos de los represaliados. Ni se plantean actividades paralelas a las clases y al temario que aporten esta visión de conjunto.
El Gobierno tiene ya propuestas de profesores tanto de materia como de actividades -puedes ver dos ejemplos al final de esta noticia- , que encajarían con las peticiones de la nueva ley educativa, por lo que el cambio se podría hacer de inmediato. Es, como tantas cosas, cuestión de voluntad.
Crece el miedo
Díez Gutiérrez reconoce que las editoriales “sólo han incorporado algún aspecto más periférico de la historiografía contemporánea” en estos años, pero que “realmente tampoco hay una demanda específica del profesorado”. Incluso entre los más concienciados. Por la carga lectiva y el poco tiempo, por tener que lidiar con la “generación de las pantallas”, con la que es más difícil trabajar “de forma pausada”, pero también porque meterse con estos temas es un berenjenal.
“Hemos percibido en estos últimos años que los docentes vuelven a tener miedo, porque ha sido muy claro el surgimiento del fascismo institucionalizado a través de Vox. Ha empezado a hacer todo lo que se hacía en el proceso inquisitorial de la dictadura, es decir, el nihil obstat de la jerarquía católica lo han trasladado al veto parental”, denuncia.
En comunidades como Andalucía o Murcia, donde la formación de ultraderecha apoya a los Ejecutivos del PP, ya se han puesto denuncias de padres que se quejan de que se impartan determinados contenidos. “Los compañeros me lo cuentan. Si sólo por hablar de derechos humanos, sexualidad o educación en valores ya se denuncia, mejor no complicarse la vida hablando de la guerra y de Franco. No hay un cambio social en este tema. En todo caso, hay una inhibición por parte del profesorado porque hay una presión muy fuerte”, añade.
Profesores de ESO y Secundaria consultados por este medio en las provincias de Sevilla, Toledo, Vizcaya y Valencia coinciden en la radiografía de Díez. “Vamos hasta el cuello y hacemos apenas un resumen”, “se desplaza por el peso mayor de otras etapas históricas”, “no se da porque luego se escapa siempre de la EVAU”, pero también “causa problemas a veces con la dirección y con los progenitores”, “hay quien lo confunde con adoctrinamiento, lo que no pasa en otros temas” y “si algún alumno sabe algo, acabamos con debates demagógicos y encendidos”.
Cuestión de futuro
“Les estamos robando el futuro”. La frase es del profesor Díez, pero la repetía igual en una reciente entrevista con El HuffPost Paqui Maqueda, de la asociación Nuestra Memoria. Lleva años peleando por llevar a los institutos la “verdad robada” por los vencedores, con charlas o exposiciones de fotografías con las que trata de acercar a los jóvenes esa versión que no está en los libros. Antes de la pandemia, en febrero de 2020, hasta 300 estudiantes sevillanos se reunieron en un salón de actos para ver el documental El silencio de otros.
“Hemos recogido el testigo y esta historia no puede caer en el olvido. La educación tiene que servir para hacer ciudadanos, y no lo serán si no saben realmente lo que pasó. Tienen el derecho de enterarse, no sólo por sus familias. Contra la desmemoria o la amnesia, educación”, reclama. “Saber sirve para no repetir los errores y, también, para mirar al futuro de otra manera, sobre seguro. Avanzar como sociedad sobre piedras que no están encajadas te hace caer”, resume.
Sevilla fue escenario recientemente de una escena insólita: un grupo de escolares de Suecia visitando el cementerio de San Fernando, donde se cree que puede haber hasta 4.500 personas en fosas comunes. Vieron un documental en el que se enteraron de que un compatriota suyo, pintor, fue asesinado en 1936 y sepultado en una de ellas. La escena es prácticamente inédita entre los estudiantes españoles. Gestos así ansía Maqueda.
¿Cómo reaccionan los chavales cuando se les cuenta todo aquello? El profesor y la activista también coinciden en que muy bien, son receptivos. “Se quedan galvanizados”, dicen. Les sorprende conocer que lo pasado afectó directamente a sus familias, a su entorno, y darse cuenta de que algo tan grave pasó hace nada, a personas como ellos. “Son sensibles. Cuando hablas con ellos, responden”.
Así que ya tenemos un Gobierno progresista, se ha parido una ley educativa y pronto vendrán los nuevos manuales. Falta, pues, el cambio efectivo.