Edad: 20 años. Diagnóstico: psicosis
Mi sobrino de 20 años acaba de debutar con la psicosis y lo ha hecho a lo grande. Desde hace un par de meses le acompaña una legión creciente de alienígenas, fantasmas, amigos, archienemigos y una novia rusa a los que nadie ve, salvo él. Habita un lugar que nos resulta inaccesible y que abandona brevemente en escasos momentos de intendencia o interés para dirigirse a nosotros. Esto sucede cada vez menos porque nos queda claro que le parecemos mucho menos atractivos que sus compañeros mentales. En su presencia, tengo la sensación de que lo hemos perdido, que ha traspasado un umbral que no podemos cruzar y que, aunque estemos sentados a la misma mesa, estamos en galaxias diferentes.
Provoca angustia verle entregado a una corriente de conciencia que se convierte en audible en forma de monólogo de vehemencia torrencial, imparable durante horas. En realidad se trata de un diálogo seccionado del que solo escuchamos las líneas que le corresponden a él. Pero, desde su vivencia, se trata de conversación completa y articulada, con preguntas y respuestas, con reacciones inesperadas suyas o de su interlocutor, que puede ser uno o pueden ser varios a la vez, como una reunión de grupo. La convicción con la que habla del amor por su novia, de la que está dispuesto a admitir que es invisible, resulta estremecedora. El humor no le es ajeno, resulta seductor y sabe provocar la complicidad, aunque no siempre de forma completamente voluntaria.
El intento de dar sentido al sinsentido que es el delirio responde, en su caso, a la necesidad de construirse un mundo que le dañe menos que el real. Padece, además, un síndrome congénito, más desconocido que infrecuente, llamado 22q11 o síndrome DiGeorge, que le ha colocado siempre en los márgenes. Su escolarización estuvo llena de rechazo y frustración. Su adolescencia, de exclusión, agresiones verbales y miradas hirientes. Ahora, gracias a su delirio, reina en un mundo en el que tiene todos los poderes, la fuerza y el cuerpo que deseaba. El delirio no es, pues, la enfermedad sino, como dice Freud, el intento de curación.
Pero el descuido y el maltrato al que somete ahora su cuerpo también es sintomático de la preeminencia que ha adquirido para él su recientemente renovado universo psíquico que, como un parque temático de diseño personal, contiene todas las atracciones y los peligros que le conciernen más especialmente. Esta fascinación no le deja energía para nada más y descarta emplearla para lo que incumbe al cuerpo como un despilfarro innecesario. Lo que para todos sería prioridad, atender el sueño, la comida, el aseo, amortiguar un dolor o atemperar el calor, para él, sencillamente, no tiene importancia.
Su negativa a acudir a las citas terapéuticas o a incorporar la medicación es del todo coherente con la deriva de su delirio florido. Lleva meses, si no años, construyendo un imperio en el que todo funciona, por fin, de la manera en la que a él le gustaría. Tiene amigos, recursos, habilidades y hasta está enamorado. Lo malo de ese mundo es que a veces le atacan y le enfurecen fuerzas tan poderosas como la suya. A pesar de su resistencia al cuidado, por ahora, hemos conseguido evitar el ingreso en una unidad de agudos de Salud Mental, pero no sé por cuanto tiempo. La sedación, la contención forzada y el aislamiento que podría experimentar nos disuaden, pero su rechazo —lógico por otra parte— a la medicación puede no dejarnos otra opción.
A partir de ahí, no sé qué pasará. Confío en que, poco a poco, con paciencia y cariño, podamos ir acercando su universo al nuestro y también entendiendo el suyo. Hemos encontrado profesionales sensibles y expertos que nos están ayudando a que su proceso (y el nuestro) sea lo menos traumático posible. Desde aquí, doy gracias a la doctora del Servicio Andaluz de Salud María Gracia Navarro. Sin su delicadeza, sabiduría y atención, todo estaría siendo peor.