Dos pájaros de un tiro: el asesinato de Yelena Grigoryeva
A finales de julio, Grigoryeva apareció muerta a escasos metros de su casa. Había sido asesinada. Su cuerpo presentaba numerosas heridas de arma blanca y muestras de estrangulamiento.
Yelena Grigoryeva, nacida en 1979, era conocida por su activismo a favor de los Derechos LGTBI dentro de la Federación Rusa.
A finales del pasado mes de julio, Grigoryeva apareció muerta a escasos metros de su casa. Había sido asesinada. Su cuerpo presentaba numerosas heridas de arma blanca y muestras de estrangulamiento.
Este terrible crimen se produjo después de que los datos personales de la activista fueran publicados en una web rusa desde la que se animaba a cazar, secuestrar e incluso dar muerte a personas LGTBI así como a defensores del colectivo.
Otro activista, amigo de la víctima, llamado Dinar Isidrov declaró que Yelena Grigoryeva había denunciado en varias ocasiones frente a la policía amenazas que ponían en peligro su vida. La inacción fue la única respuesta que obtuvo.
Rusia enfrenta desde el año 2013 una crisis de Derechos LGTBI extremadamente grave. Desde que la ley contra la propaganda homosexual fue aprobada, el colectivo y las personas que lo integran no han dejado de ser perseguidas y sus libertades atacadas.
Dicha ley se proyectó como una especie de complemento hacia la de protección de menores. Teóricamente se pretendía protegerles de la exposición a prácticas e imágenes abusivas y/o pornográficas. Ahora, ¿qué tiene que ver el abuso con la homosexualidad o la identidad de género? Absolutamente nada.
Varias asociaciones y colectivos LGTBI y por los Derechos Humanos han señalado que esta ley ha sido redactada de manera tan sumamente laxa que se podría aplicar a cualquier supuesto en el que una persona de la comunidad exprese su identidad sexual o de género. Las multas que enfrenta el colectivo o sus aliados/as van desde los cinco mil rublos hasta los cien mil.
Además de la persecución y caza al movimiento LGTBI asistimos a una purga constante en territorios como Chechenya, donde el gobierno actúa con el beneplácito de Putin y su administración. Tal es la oscuridad de este exterminio, que ni si quiera se conocen cifras exactas de las personas que han sido torturadas o asesinadas por el gobierno checheno. Lo que sí sabemos es que el odio promueve estos crímenes. Muestra de ello son la gran mayoría de las declaraciones de Ramzán Kadyrov sobre el tema.
En todo este contexto, Yelena Grigoryeva se mostró férrea defensora de su identidad como mujer y madre bisexual. Su activismo era de sobra conocido en San Petesburgo al ser una de las militantes más activas de la ‘Alianza de Heterosexuales y Personas LGTBI por la Igualdad de Derechos’ de San Petesburgo.
Muchas de las webs y perfiles sociales donde se alojaban las amenazas hacia ella y los activistas de su colectivo siguen en activo y operan de manera perfectamente normal. Su contenido no ha sido censurado y las actividades criminales que alientan tampoco.
Así, mientras el gobierno y la policía rusa persiguen y detienen a activistas pro-democráticos y LGTBI, otra fuerza homófoba y represora -conformada por civiles- termina lo que en algunos casos los organismos oficiales no hacen pero tampoco evitan.
¿Cuántas denuncias tendría que haber puesto Yelena Grigoryeva para que la policía garantizase su protección? Desgraciadamente el número daría igual. Considerando su causa el resultado hubiese sido el mismo. A día de hoy su caso está siendo investigado no como delito de odio sino como asesinato.
Cuando el discurso del odio es avalado y respaldado por un Estado se legitima y normaliza más aún si cabe. La asimilación del discurso LGTBfóbico del gobierno de Putin y su administración por una parte de la ciudadanía genera lo que el populismo de Trump en EEUU con la inmigración: crímenes entre ciudadanos privilegiados sobre los discriminados.
Con la prensa internacional haciéndose eco del asesinato de Yelena Grigoryeva se organizaron concentraciones en varias ciudades europeas, incluída Madrid. Sin embargo, esta convocatoria se canceló a causa de unas informaciones que, presuntamente, la vinculaban a grupos fascistas.
El perfil desde el que se convocó la concentración sugería que Grigoryeva apoyaba la ideología fascista, ya que se opuso a la anexión de Crimea a la Federación Rusa.
Es asombroso cómo desde algunos sectores de la izquierda en el Estado Español se presuponen ciertos los rumores creados por los defensores de un régimen LGTBfóbico. El gobierno que permite que exista una ley antiLGTBI en Rusia es el mismo que invadió un territorio perteneciente a otro país para ocuparlo con tanques.
Grigoryeva no sólo era defensora de los Derechos Humanos y LGTBI, también se declaraba antimilitarista. Por ello marchó contra la invasión rusa en territorio ucraniano y luchó por la liberación de presos políticos ucranianos encarcelados en Rusia.
Algunos consideran fascista su oposición al militarismo patriarcal por el hecho de defender una visión anticolonialista del Este de Europa. Marginan sus acciones y su discurso en base a informaciones no contrastadas para deslegitimar su trayectoria.
En un escenario político como el de la Rusia de Putin es más fácil generar una campaña de desprestigio hacia una sola activista que hacia un colectivo entero y quitarse el muerto de encima. Así, incluso la izquierda regresiva dejará a un lado sus políticas represivas y hablará de una conjetura equis.
Desconvocar la concentración en memoria y denuncia del asesinato a Yelena Grigoryeva no ha supuesto solo darle la espalda a esta mujer y su gran labor como activista hasta los 40 años sino a todo el colectivo que arriesga su vida a diario en un país no democrático. Un país donde la comunidad LGTBI lucha por sobrevivir frente al gobierno y parte de sus conciudadanos.