Dos jóvenes bailarines LGTBi, obligados a huir de las maras hondureñas
Los homosexuales no caben en el concepto de lo que “tiene que ser un hombre” a juicio de estos grupos violentos. La salida es escapar.
Esta es la historia de un niño a quien no le estaba permitido bailar porque no era propio de un hombre. Un hombre juega al fútbol y pelea. No llora, no baila. ¿Les suena? No, esta historia no se desarrolla en las cuencas mineras del norte de Inglaterra durante los años de Margaret Thatcher, ni es Billy Elliot su protagonista. Y lo más importante, no se trata de una película. Es la historia de Unai y Esteban. Y es la realidad que viven decenas de miles de personas en Centroamérica a merced de las maras, grupos criminales que imponen su ley con la violencia más despiadada y tienen una concepción de la masculinidad en la que no caben los homosexuales ni los hombres con sensibilidad para la danza.
Unai es uno de estos hombres que, desde niño, sufrió el acoso de las pandillas. Su madre regentaba una pequeña tienda de alimentación en Honduras y fue extorsionada por las maras, quienes le obligaban a pagar el llamado "impuesto de guerra" dos veces por semana. Simplemente para que no la matasen a ella o a sus hijos.
A pesar de que su madre pagaba regularmente, Unai pronto comenzó a sufrir el acoso y las amenazas de las pandillas. Los únicos motivos eran su condición de homosexual y los estudios de interpretación que cursaba. Hasta que tubo de abandonarlos por temor a ser asesinado.
Unai describe esa situación como "un infierno, viviendo con mucho miedo, vigilando que no te vean, porque siempre te están observando... Pensando dónde voy a guardar el dinero o qué ruta voy a tomar, pensando si me van a matar, si me van a violar, si algún día se van a cansar de hostigar y van a pasar a la acción. Eso no es vivir".
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Esteban vivió una situación muy similar, aunque en su caso las amenazas llegaron a traducirse en algo más que palabras. Al salir de un ensayo, unos pandilleros asaltaron el autobús donde viajaba y le obligaron a bajarse a punta de pistola. Le llevaron a un lugar conocido como el campo, donde las maras "matan, violan y hacen de todo", recuerda Esteban con temor. A Esteban se limitaron a darle una paliza.
Este episodio le hizo darse cuenta de que su vida corría peligro y que debía abandonar Honduras. Aunque antes ya había sido amenazado por las maras por visitar a su pareja, que residía en otro barrio. "No queremos volver a verte por aquí", asegura que le decían. Esteban tuvo que dejar de visitar a su novio, Unai, pero aun así recibía llamadas telefónicas de los pandilleros que le amedrentaban y le preguntaban cuándo accedería a ir al campo con ellos. "Cambié de número varias veces, pero de una u otra forma, siempre lo tenían", se lamenta.
Ambos se vieron obligados a huir de su país para pedir asilo en España, donde están pendientes de que se resuelva su solicitud mientras estudian interpretación. Unai sabe de la dificultad de que su caso se resuelva favorablemente, pero no pierde la esperanza y le guía una certeza: "No volvería a mi país, porque allá no se vive".
De pequeño, Esteban soñaba con volar y sus padres le decían: "Pero hijo, eso es imposible, las personas no volamos". Sin embargo, él cuenta que lo logra cada día a través de la danza. Aunque haya tenido que cruzar un océano para que nadie, ni siquiera las pandillas, pueda cortarle las alas.
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Testimonios de supervivientes de las maras.