Doré en casa: Ellas también dirigen
La Filmoteca española está a la vanguardia de este proceso de justicia artística, colocando a muchas autoras en su momento y lugar de la historia.
Hace tiempo que el cine se escribe con nombre de mujer. No porque esté interpretado por actrices, que por fortuna existen, sino porque también está realizado por mujeres. Es obvio que el número de películas y de cineastas es menor que el patrimonio masculino, me hago cargo, pero no por ello son merecedoras del olvido en el que han estado postradas a lo largo de los años.
Poco a poco, con la lentitud propia del cambio sin cataclismo, se van desentrañando episodios que, habiendo existido y brillado, han quedado excluidos en los márgenes de la historia. La Filmoteca española está a la vanguardia de este proceso de justicia artística, colocando a muchas autoras en su momento y lugar de la historia. Al igual que hace unas semanas nos presentaban a través del proyecto “Doré en casa” a María Forteza y su corto documental Mallorca, esta semana rescatan seis cortometrajes realizados por Josefina Molina, Cecilia Bartolomé, Kathlyn Waldo, Elena Lumbreras y Ángela Asensio y de Merlo. Las dos primeras son cineastas consagradas, de hecho, su competencia y buen hacer cinematográfico están acreditados, pero las tres últimas son un auténtico descubrimiento.
La hilazón que vertebra este programa de cortometrajes titulado “Por qué duele el amor” es, además del tema sentimental que resulta obvio, que las cinco autoras formaron parte de la Escuela Oficial de Cinematografía (EOC), aquella institución mítica por la que desfilaron Luis García Berlanga, Pilar Miró, Basilio Martín Patino o Víctor Erice.
Originalmente llamado Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), este organismo no solo sobrevivió durante tres décadas, sino que en sus clases se formaron la generalidad de los profesionales del medio. Pese a ello, por aquel entonces el cine no era una labor femenina, y por ello no es extraño que tan solo dos mujeres se graduasen en Dirección (Josefina Molina y Cecilia Bartolomé), dos en Guion (una de ellas Pilar Miró), cuatro en Producción (entre ellas Kathryn Waldo) y tres en Laboratorio.
Los cortometrajes que ahora nos ofrecen son ejercicios de segundo curso planteados por su programa formativo, y que las autoras filmaron en celuloide y blanco y negro. Su mayor acierto radica no solo en su valor testimonial acerca de una España que por ventura ya no existe, sino de la perspectiva femenina tantas veces soslayada. Todos ellos están protagonizados por una mujer y en sus tramas se abordan aspectos tan relevantes como el control de natalidad, la necesidad de afecto, la coerción social y hasta la necesidad en tiempos de guerra.
El primero, firmado por Ángela Asensio y de Merlo en 1958, dura siete minutos y se titula Aquella primavera. Su protagonista es Angelines, una joven apocada y naïf que se enamora de un amigo de la familia. En un desesperado intento de conquistarle, decide pronunciar sus encantos con vestimenta adulta, y así encontrarse con él en un café.
Novios en el parque es el cortometraje de Kathryn Waldo. Rodado en 1960, sus escasos 5 minutos de duración parecen presagiar el sencillo recorrido de una pareja que pasea su amor a través de los jardines (presumiblemente) del Retiro. Sin embargo, el argumento da un giro cuando se muestra a la protagonista, años después, reencontrándose con su amor mientras este, ahora camarero, le sirve a ella y a su anodina familia en una terraza.
Con El telegrama, rodado en 1961 por Elena Lumbreras (fundadora del Colectivo Cine de Clase), trascendemos el amor romántico y un punto idealista para adentrarnos en la impotencia y en el ansia de amar. A lo largo de sus siete minutos de duración, la desesperación in crescendo de su protagonista por reencontrarse con su amado muestra un tono mucho más cercano a la nouvelle vague de lo que había atisbado en los ejercicios anteriores. Estas tres piezas, debido a su carácter experimental y a la ausencia de sonido (tanto diegético como de banda sonora), están acompañados por piezas creadas ad hoc por la música Maite Arroitajauregi.
Mucho más pulido y argumental es Encuentro, cortometraje de nuevo firmado por Kathlyn Waldo (1964) y protagonizado por Juan Luis Galiardo y Pilar Romero, una pieza de diecisiete minutos que nos traslada a 1938 y a las argucias que un joven es capaz de realizar (juego amoroso incluido) para no ser apresado. Es una lástima que Waldo sea una gran desconocida, tan solo reivindicada como ayudante de producción en Mi querida señorita (1972, Jaime de Armiñán), ya que su trabajo muestra un universo poseedor de una mirada personal muy marcada. No me cabe duda de que, de haber tenido ocasión, habría sido una cineasta excepcional.
Las dos últimas piezas son de una depuración técnica encomiable: Carmen de Carabanchel (Cecilia Bartolomé, 1965) y La otra soledad (Josefina Molina, 1966). Aunque ya había podido disfrutarlos con anterioridad, es acertado que formen parte de este elenco, ya que se trata de dos trabajos profesionales, rodados en 35 milímetros, llenos de crítica social y de calidad visual.
Aunque viene de largo la admiración que profeso a dos grandes cineastas como Cecilia Bartolomé y Josefina Molina, la oportunidad que ha ofrecido el proyecto “Doré en casa” de conocer a otras realizadoras como Waldo o Asensio y de Merlo es impagable. Ojalá muchas otras propuestas como esta vean pronto la luz, y con ellas la posibilidad de reencontrarnos con una parte desconocida de nuestra historia.