Diversos e iguales
Cuando la mitad de las personas con las que nos cruzamos se quedan mirando cómo entrelazamos nuestras manos te das cuenta de que existe una homofobia social y no erradicada.
No escribo estas palabras con rabia u odio. Sino con dolor. Con el dolor que me embarga desde que recibí el primer golpe sin saber en ese instante que soy ‘maricón’ porque era demasiado pequeño, en ese momento en el que toda la gente a tu alrededor parece saber más de ti que tú mismo. La vida son cambios; comprender y aprender desde la frustración, los golpes y el camino constante. Tampoco escribo estas palabras con afán de indiferencia, sino por marcar la diferencia.
Al empezar la carrera de periodismo comencé un camino hacia una reconciliación con el yo que se escondía en un chico incansable, luchador y algo descentrado que había caído y se había gracias a una hermana, una madre y un padre capaces de dejar la piel por él, una persona sensible y emocional que no quería hacer de ser LGTBI el motor de su vida; consciente, no obstante, de que la lucha LGTBI es en este mundo del que aprendimos con Pedro Zerolo más importante que nunca.
Hablar de Zerolo en pretérito, a cuatro años de su triste fallecimiento, es un ejercicio de autoflagelación para todas aquellas que sabemos que la lucha sigue hoy, con una extrema derecha abrazada con aquellos que ayer eran socialdemócratas y los que nunca han renegado de su pasado falangista, más viva que nunca. Que no son tiempos buenos para la democracia, para la libertad y para la defensa de los valores democráticos que tantas vidas han costado es algo que nos queda meridianamente claro; que no es momento para rendirse es algo que, sin duda, tenemos que tener cada vez más presente.
Aún recuerdo que siendo niño leí aquel libro que luego se tradujo en una película, titulado El niño con el pijama de rayas. Y es verdad que la historia que cuenta, la de un niño que sufre en un campo de exterminio nazi, ya ha sido utilizada en otras fórmulas cinematográficas como La Vida es Bella, y literarias como el Diario de Ana Frank, pero lo más importante es sacar en claro el eje vertebrador de toda la historia: el dolor. El dolor provocado por quien no entiende que en esta sociedad todos somos diversos. Y que es en la diversidad el lugar en el que podemos encontrar el mejor lugar para fabricar una sociedad que avance en el progreso; una sociedad que avance en la solidaridad y en el respeto de las libertades que, por otra parte, han costado demasiadas vidas para llegar a alcanzarlas.
Cuando era pequeño y me llamaron maricón por primera vez no lo entendí. No sabía qué significaba ser maricón e incluso cuando a los quince se lo conté a mi familia no supe cuáles eran las consecuencias de una orientación y no una opción. Implica ser siempre el foco de todas las miradas; o de eso me he dado cuenta después de innumerables paseos con mi chico por Callao. Cuando la mitad de las personas con las que nos cruzamos se quedan mirando cómo entrelazamos nuestras manos te das cuenta de que existe una homofobia social y no erradicada.
Ser maricón implica carácter: entender que la homofobia está tan normalizada como el machismo y que tanto la causa contra los LGTBIFóbicos como la lucha feminista deben navegar de la mano. Al mismo compás y sin perder el ritmo. Porque debemos dejarle a las generaciones futuras una sociedad que conviva con la diversidad.
Ser maricón implica ser valiente pese al miedo. Levantar la cabeza cuando el resto quiere que la bajes y reaccionar con rabia frente a las injusticias. Luchar por no perder las formas cuando te hacen daño. Cuando te humillan. Sean cuales sean las consecuencias. Sean cuales sean los resultados.
Por ser maricón, ya de primeras, cuento con la desventaja de siglos invisibilización y persecución que han frenado gracias a la lucha social que empezó en lugares como Stonewall. Por la discriminación educativa, silenciados por miedo a que nuestra voz pueda levantar ampollas y derribar los techos y laberintos de cristal a los que nos enfrentamos a diario. Por una invisibilización laboral; no por mi parte (que siempre he reivindicado mi orientación sexual), sino por todas aquellas personas que hablan de sus parejas como parejas por no definir en la palabra novio o novia el sexo de su compañera o compañero de vida.
Nos queda mucho por luchar; sobre todo por aquellos que opinan que el Orgullo LGTBI (y no gay, como muchos se empeñan en denominarlo) no tiene hoy sentido de ser. Y sí. Sí lo tiene. Ahora es quizá más necesario que nunca.
Hace unos días, exactamente el 16 de mayo, asistí a la puesta de largo de UGT Diversa, área confederal de UGT en la que se engloba, entre otras causas, la LGTBI. Eran los premios 17 de mayo UGT; estábamos a unos días de las elecciones y no paraban las conversaciones sobre qué iba a pasar con Vox y sus aliados políticos (PP y Ciudadanos). Unas cuantas semanas después y con su hahstag #UGTconOrgullo y campaña por la visibilización ya creados para el próximo Orgullo LGTBI, UGT Diversa, liderado por Toño Abad, trabaja por la visibilización a través de la acción sindical de todas las minorías que hacemos mayorías discriminadas: la causa gitana, la causa migrante, la causa LGTBI…
Quién sabe. Quizá la preocupación de uno de los dos grandes sindicatos de este país por la diversidad nos enseña que la unión ante la adversidad hace la fuerza y que sólo con la fuerza, la fuerza de la palabra y de la acción, conseguiremos que esta sea algún día la sociedad de la diversidad que un día Zerolo soñó. Unamos nuestro espíritu de lucha, sea como sea, porque diversos somos más fuertes; diversos somos más felices.