Diez años del 15-M: el "germen" que hizo saltar las costuras al sistema no ha sido suficiente
Hablan los activistas que sembraron el cambio: "Nuestros sueños siguen sin caber en vuestras urnas".
Lo que ocurrió aquel mayo de 2011 no fue una convocatoria a la protesta más a través de las redes sociales. Ni siquiera una causa exclusiva de quienes abarrotaron las plazas. No fue el primer grito contra la clase política y financiera y tampoco el único desencadenante de todo lo que sucedió después. Pero lo que sucedió después, no se explicaría sin el 15-M.
Este sábado se cumplen diez años desde que una afluencia masiva de personas se echara a la calle en distintos rincones de España movida por más de un sentimiento común. Por un lado, indignación con un sistema que hacía sentirse a gran parte de la ciudadanía como “mercancía en manos de banqueros y políticos” —tanto por su lenguaje como por sus dinámicas—. Por otro, hartazgo ante los continuos escándalos de corrupción que salpicaban a unos y otros. Y en definitiva, preocupación frente a un futuro incierto tras la crisis y las políticas de austeridad que nublaban cualquier expectativa de vida digna. Han pasado diez años y, sin embargo, las sensaciones a día de hoy parecen las mismas (o peores).
Desde el “No nos representan” hasta el “Democracia real ya”. Los muchos lemas que sonaron por aquel entonces, canalizados de diversas formas, calaron aunando a una sociedad civil que acabó alzando la voz para reclamar un modelo que la ubicase en el centro de la discusión política.
Este fue uno de los primeros mensajes difundidos a través de la red social Facebook meses antes de la eclosión. A partir de entonces, en las semanas previas al 15 de mayo empezaron a circular cada vez más en el mismo sentido procedentes de distintas plataformas, hasta que se puso fecha al llamamiento. Y a continuación, todo lo demás.
“En aquel momento yo tenía 26 años y era un universitario recién licenciado, con un máster y en paro. Sin perspectivas. El perfil mayoritario de los que allí nos encontrábamos”, recuerda Álvaro, madrileño activista del movimiento estudiantil y posteriormente en la Acampada Sol y en la PAH. “Aquel estallido, que venía de un clima de años de movilizaciones que iban tomando cada vez más fuerza, fue para nuestra generación la experiencia histórica de salir del ensimismamiento en el que vivíamos, del encierro”, apunta. “Empezamos a sentir de lo que éramos capaces y que podíamos cambiar radicalmente lo que estaba pasando”.
La madrileña Puerta del Sol se convirtió en el epicentro de la protesta, pero la movilización se extendió a muchas otras partes del país. Más allá de la capital, en Málaga, una tímida convocatoria a la que asistieron inicialmente entre 5 y 10 personas fue haciéndose hueco, al igual que en Las Palmas. “Nos concentramos en la Plaza de la Constitución con camisetas blancas y una libreta, intentando recoger qué demandas se podían formular. Cómo canalizar la indignación, la rabia de personas jóvenes o estudiantes que se veían en un mercado laboral precario, ante una estafa de lo prometido y sin futuro”, describe Carmela, activista en la acampada malagueña. “De pronto la gente se encontraba haciendo prácticas gratuitas o trabajando de otra cosa. Quien podía”, matiza. “Y a los que no habíamos trabajado antes se nos complicaba hasta el acceso a un puesto no cualificado por falta de experiencia”, relata.
Un futuro aún más negro
La realidad es que el panorama en este sentido no solo no ha mejorado, sino que, incluso, dibuja un futuro todavía más negro. “En ese momento nos quejábamos de salarios precarios, protestábamos por ser mileuristas, y ahora la cosa ha ido a peor”, añade. “Nos hemos dado cuenta de que lo que parecía una crisis conyuntural se ha evidenciado como algo estructural”, reivindica Javier, activo en la Acampada Sol.
“Nunca tendremos lo que tuvieron nuestros padres, los boomers”, remarca por su parte Simón, uno de los fundadores de Democracia Real Ya en Las Palmas y activo en el 15-M. “Esa facilidad de acceso al empleo, a poder tener un salario decente. Se supone que éramos la primera generación que iba a tener una vivienda digna. Milennials en un siglo de movilizaciones que incoó un clima político por la inestabilidad e inició un despertar que supuso un bofetón al sistema pero que, a la hora de la verdad, en poco se ha traducido”.
Para Álvaro, el 15-M como tal no ha resuelto los problemas de fondo como la precariedad, la desigualdad o la falta de acceso a la vivienda, pero en buena medida, ha conseguido que estos temas sigan estando en el centro del debate.
La emergencia, canalización e impacto del fenómeno siguen siendo a día de hoy objeto de estudio por numerosos académicos —y variadas sus interpretaciones—, pero en lo que hay amplio consenso es en que la situación política actual no se entendería sin este movimiento.
La ruptura del bipartidismo con el surgimiento de nuevas fuerzas; los cambios en los procedimientos internos de los partidos; las demandas de información crítica, alternativa e independiente; el auge de las asambleas; de las mareas; de los debates políticos en los medios de comunicación; de las lógicas de un feminismo subyacente o el impulso de la economía colaborativa son solo parte de su legado.
“El 15-M sacudió al mundo”, sostiene Carlos, exportavoz de Democracia Real Ya. “Se rompió el bipartidismo y se forzó a los actores a llegar a acuerdos. Hasta entonces no había primarias. Aquello funcionaba al estilo del siglo XIX: a dedo se decidía quién iba a ser el sucesor”, apunta. “Si bien es verdad que Podemos no surge del 15-M, sino de la universidad, sí que recogió las propuestas políticas del movimiento y las repercusiones han sido brutales”.
“Fuimos tan importantes y legales que tuvieron que inventarse una Ley mordaza para poder contenernos; la dación en pago o el movimiento Stop Desahucios no habrían conseguido la visibilidad que tuvieron si no es por el 15-M; a Rodrigo Rato no se le hubiese juzgado sin la querella impulsada por la plataforma 15MpaRato, que consiguió sentarle en los tribunales gracias al crowdfunding. Y, seguramente, el caso Villarejo, los papeles de Panamá y muchos otros escándalos de corrupción no hubiesen salido a la luz sin este germen, esta intencionalidad y este despertar que hizo saltar las costuras al sistema”, enumera.
Para Álvaro, la necesidad de hablar y hablar explotó en las tertulias televisivas y radiofónicas, que fueron ganando audiencia y repercusión. “Fue fortísimo ver que se hablaba de política colectivamente, que nos daban la posibilidad de expresarnos”, reconoce. “A ello se sumó el auge de las mareas blancas, verdes, el Rodea el Congreso, las Marchas de la Dignidad y las vías institucionales con Podemos por un lado y las apuestas municipalistas por otro, o la PAH, que todavía sigue viva”, señala.
“Se produjeron también cambios estéticos y generacionales en los partidos con figuras más jóvenes y, aunque el 15-M no se expresaba como un movimiento feminista, su horizontalidad, el reparto de poder, la visibilidad de todo lo que en buena medida no lo era, estaba ya atravesado por sus lógicas. En la propia Comisión de feminismo de la Acampada de Sol podemos encontrar el hilo de lo que años más tarde fueron las huelgas feministas”, apunta.
Tanto María como Ana, ambas participantes de la movilización en Madrid, recuerdan lo que les aportó aquello a título personal. “Habrá gente a quien le haya podido defraudar porque lo que vivimos fueron momentos muy emotivos. Para muchos era su primer contacto con el activismo, con la militancia, la primera vez que asistían a una asamblea. Y, quizá, algunos pudieron pensar que derivaría en un cambio más automático”, confiesa. “Pero es evidente que ha dejado un poso que se observa en esa manera de trabajar asamblearia que luego se movió a los barrios, a los pueblos, que hizo volver a esas redes y lazos vecinales que en algunos lugares estaban un poco perdidos”, señala María, quien formó parte de la Comisión Legal que se creó entonces para brindar asistencia jurídica a los manifestantes, por ejemplo, en caso de ser detenidos—y de la que no se ha desvinculado todavía—. “Creo que aprendí más de algunas cosas en la plaza que en la universidad”, reconoce.
“Por ser justos”, remarca Javier, “todos los códigos de comunicación que se pusieron en marcha venían de la herencia del movimiento antiglobalización de los 90″, defiende. “Pero la victoria que no nos podrán quitar fue la escuela de militancia y de compromiso social y político que creó el 15-M”, reivindica.
Para Ana, no obstante, poco queda de todo aquello salvo la propia experiencia. “A nivel política no creo que la cosa haya cambiado mucho, pero para quienes lo vivimos sí queda una manera de pensar que te acompaña en la vida. A mí me la ha cambiado en cierta forma. En cómo me relaciono con la política o con el trabajo”, explica. “Queda una manera de estar que diferencia a quienes pasaron por allí e hicieron click y quienes no”, describe.
“Fue un momento de inflexión entre lo viejo y lo nuevo, de quiebra y renovación”, sostiene Carmela. “Antes, si se convocaba una manifestación éramos los de siempre y divididos, por grupos”, comenta. “En Málaga era una cosa súper residual y aquello fue ver a mucha gente movilizada con ilusión, tanto a mayores como a niños”, añade. “Pero mantener ese nivel de movilización en el tiempo es imposible”, recalca.
Poso permamente, “resurgir” improbable
Carlos no duda ante la pregunta de si, a día de hoy, se da el escenario idóneo para un “resurgir” de lo que se vivió en aquel momento. “No sería deseable, desde mi punto de vista, con el clima de crispación social que tenemos, porque no sería pacifico”, augura.
“En lugar de juntarnos y colaborar entre nosotros, lo que estamos haciendo es ahondar en todo lo contrario. El derecho a la participación política, a poder decidir más allá de tu vida privada siendo parte en los procesos de toma de decisión, se lo han cargado las propias instituciones para satisfacer sus intereses y, por eso, hemos dejado de entender una serie de cuestiones que deberían ser transversales”, comenta. “El siglo XX fue el de las grandes guerras y el XXI el de las grandes crisis. Empezó con la económica, después la sanitaria, de nuevo la económica y, por encima de todas, la climática”, añade.
En la misma línea, Álvaro también descarta una repetición del fenómeno como tal, pero señala en positivo la madurez que queda de todo lo que sucedió. “Entonces teníamos dosis importantes de ingenuidad en el plano político, de la organización de las luchas y los conflictos. Hemos madurado y, aunque estemos en un ciclo de aparente conservadurismo social, van a repetirse acontecimientos de carácter emancipador”, asegura. “Lo que nos enseñó el 15-M es que tras esos años de desencanto en los que la sociedad creía que todo estaba dado, siempre pueden pasar cosas. El cambio que supuso el movimiento permanece y se transmite generacionalmente”.
“Todo depende de que sepamos juntarnos colectivamente para producir estos desbordes políticos que descentren a los poderes asentados en esas posiciones de las que se consideran inamovibles”, añade.
Diez años después, los lemas quincemayistas siguen vigentes: “Nuestros sueños siguen sin caber en vuestras urnas”.