Diario de una 'startup': el comer y el rascar, todo es empezar (1)
Hace cinco años ya que empecé a escribir este blog explicando que a veces las circunstancias de la vida parecen combinarse con las inclinaciones naturales de cada cual. Aunque me da cierto vértigo pensarlo, mi vida adulta (lo que se corresponde grosso modo a los últimos 16 años) se ha regido de alguna forma por ciclos de 4 años: facultad, primer trabajo, trabajos varios de aquí para allá, último trabajo.
He sido un ejecutivo intermedio en mi última empresa durante los últimos 4 años, casi día por día. Ser ejecutivo intermedio es un raro lugar -profesionalmente hablando- en el que estar. Para ciertos autores, como David Graeber, el ejecutivo intermedio es el paradigma de lo que el denomina bullshit job: cuadros que supervisan el trabajo de subordinados que no necesitan ser supervisados. Otros, como el fundador de Intel Andrew Grove en su muy recomendable libro Administración de alto rendimiento, consideran a los ejecutivos intermedio como los héroes silenciosos que logran que toda gran organización funcione: un mini-CEO para su equipo, el responsable del buen funcionamiento de cierto producto clave, etc.
Como tantas otras veces, la verdad probablemente esté en algún lugar intermedio, y dependa de cada caso particular o de la perspectiva que uno quiera adoptar. Me reservo mi opinión personal, pero para el cuadro intermedio que se plantee la cuestión, si su temperamento es pesimista (o realista, como dicen algunos) la respuesta de Graeber sea probablemente la correcta, y para los optimistas (o los soñadores), la perspectiva de Grove sea más cercana a la realidad.
Estar a los 36 años sin pareja y sin niños será igualmente motivo de preocupación para los pesimistas. Yo prefiero ver el lado brillante de la situación: es el momento más dulce para experimentar una idea para un ingeniero con más de diez años de experiencia en desarrollo de software y para intentar sacar adelante la misma con razonables expectativas de éxito. Quizás la última bala en mi revolver.
Muchos de los emprendedores más exitosos empezaron mucho antes. Los casos más conocidos son Steve Jobs, Bill Gates o Mark Zuckerberg, que abandonaron la facultad para fundar tres de las mayores empresas que hoy existen en el mundo. Para genios de tal calibre, abandonar los estudios para crear una empresa es supongo una buena idea, como argumenta Peter Thiel en su libro del que ya hablé anteriormente.
En lo que a mi respecta, sé que si hubiese intentado crear hace quince años mi propia empresa las posibilidades de éxito hubiesen sido infinitamente menores que hoy. No soy un genio, pero tengo la esperanza de poder compensarlo con cierta experiencia tanto profesional como de la vida. Sé igualmente que si dentro de cuatro años no he completado aún este nuevo ciclo de mi vida habré ganado: la esperanza de vida de las startups tecnológicas es mucho menor de cuatro años.
Las estadísticas variaran algo dependiendo de lo que uno defina como una startup tecnológica, pero en cualquier caso las cifras ponen los pelos de punta. Con todo, si uno se lanza con la idea de que es mayor la potencial ganancia que la potencial pérdida, puede tener sentido intentarlo aunque las probabilidades de no lograr el éxito sean abrumadoramente mayores que las de lograrlo.
Es decir, puede uno plantearse la cuestión como una lotería, pero con las siguientes (e importantes) diferencias:
- Mayores probabilidades de éxito: pongamos de un 5% para la startup típica vs. 1 sobre 10.000 para la lotería típica
- Mayor premio (en potencia): ciertas startups valen miles de millones de euros, mientras que los mayores premios de la lotería son del orden de millones de euros
- Mayores posibilidades de influir en el resultado: mientras que el resultado de la lotería típica es un mero producto del azar, el éxito de una startup se un compone tanto del azar como del rendimiento de la misma
Yo he pedido un año de excedencia pues con estas ideas en mente. Acabo de crear mi propia sociedad esta misma semana con la casi delirante idea de convertirla en un cisne negro positivo. Si no ha de suceder, sea. Citando a Kipling: el triunfo y la derrota son dos impostores a los que hay que tratar igual, y arriesgar parte de los activos de uno de forma consciente a un lanzamiento de dados y perder ya merece cierto respeto.
Personalmente, dentro de mi círculo familiar tengo referentes tanto de empresarios de éxito (un difunto tío) como de poco éxito (mi padre, que creó sin éxito su startup hace unos veinte años), y es de éste último de quien más he aprendido.
Pretendo en este blog contar casi en tiempo real, y con mucha modestia, los pasos que voy a ir dando. Si a alguien le sirven de ejemplo, tanto mejor. Si en cambio, me tropiezo y caigo, espero que algún lector puede extraer alguna enseñanza de mis errores. En todo caso, prometo candidez y honestidad a mis lectores.