El independentismo llega convaleciente y de bajona a la Diada
La recuperación de la manifestación, cancelada por el covid en 2020, no reanima a un movimiento dividido y "desorientado", según la líder de la CUP.
Indultados los líderes independentistas, ya no quedan casi lazos amarillos en los balcones de Barcelona y algunos de los que asoman por las barandillas están del revés o desteñidos por el sol. Los vecinos de barrios de mayoría independentista como Gràcia y Sants también han ido descolgando las banderas estelades, no todas, pero la sensación de clamor se ha disipado de cara a una Diada Nacional de Catalunya extraña. Se podrá celebrar con menos restricciones que el año pasado y los partidarios de la independencia siguen ganando elecciones en Cataluña, pero la falta de unidad y de horizontes compartidos ha hecho mella en el entusiasmo del movimiento político más desafiante de la historia de la democracia.
La propia Dolors Sabater, líder de la confluencia entre la CUP y Guanyem Catalunya, traza en conversación con El HuffPost un símil entre el covid-19 que sufrió con graves síntomas el pasado mes de abril y la situación del independentismo. “Cuando estás convaleciente, me pasó igual con el covid, hay que hacer dos cosas. La primera es saber que estás enferma pero que tirarás adelante, una vez ya sabes que no te vas a morir, y la segunda es un esfuerzo sistemático de recuperación. Y darte tiempo”, reflexiona, así como defiende que el independentismo “sigue siendo el único movimiento político al que temen las oligarquías y las elites” y “sigue ganando las elecciones”.
“El independentismo no está muerto, solo se está recuperando del impacto muy fuerte que sufrió por la represión: está convaleciente y desorientado”, concluye.
Los cuatro partidos independentistas (ERC, CUP, Junts y PDeCat) comparten los dos principales objetivos con las entidades convocantes de la Diada, Òmnium Cultural y Assemblea Nacional de Catalunya (ANC): la autodeterminación y una amnistía que vaya más allá del indulto, al reconocer que no hubo delito en el referéndum de autodeterminación del 1 de octubre de 2017. Pero “no hay una hoja común unitaria”, reconocía en rueda de prensa Elisenda Paluzie presidenta de la ANC, a diferencia de lo que ocurrió en 2017, cuando todos ellos y dos millones de personas se pusieron de acuerdo para celebrar un referéndum de autodeterminación que, al margen de la ley y negado por un Gobierno de Mariano Rajoy que lo reprimió duramente, se vio condenado al fracaso.
En la parada de venta de merchandising independentista e información de la ANC del barrio de Gràcia, poco antes de la Diada, el golpe por el sueño truncado todavía duele. “Tengo 70 años, pensaba que la vería (la independencia), pero ahora no lo tengo tan claro”, dice Maria, que atiende junto a otros dos voluntarios al goteo, tenue pero incesante, de vecinos que se acercan a comprar la camiseta de la Diada de este año o el pin de la ANC con el lema ‘Luchemos y ganemos la independencia’.
La ANC ya ha avisado de que esta vez sus demandas irán hacia el Govern y no hacia el Estado, “tienen que culminar la independencia”, insistía Paluzie, mientras Aragonés esperó hasta tres días antes de la cita para decidir que, finalmente, asistirá a la marcha convocada por la entidad, que rechaza la mesa de diálogo y defiende una ruptura unilateral con el estado español avalada, según defienden, por la mayoría en el Parlament refrendada en las últimas elecciones el pasado mes de febrero.
“Este procés se ha acabado”
Maria, la voluntaria de la ANC, asegura que no confía en los partidos, “la independencia la hará la gente, y los partidos se sumaron al referéndum pero fue la sociedad quien la impulsó”. Carlos irrumpe en la conversación convencido de que “este procès se ha acabado, ahora tenemos que empezar de cero otro” y reconoce que “en aquellos 14 segundos que duró la independencia no teníamos nada, ni banca pública, ni Seguridad Social…”
La autocrítica por la falta de un plan real para la independencia en 2017, fruto de unas leyes de desconexión que se aprobaron de manera saltándose todas las normativas en el septiembre anterior al referéndum, es algo que los líderes del independentismo todavía no han practicado de manera abierta y pública. Carlos, después del chasco, está convencido de que “tiene que haber un referéndum pactado” y cree que esto solo puede suceder “empezando un nuevo procés” dentro de cuatro o cinco años, como defiende el sector a fuego lento del independentismo que insiste en “ensanchar la base” social antes de volver a forzar la máquina. Esquerra, recientemente, situó ese horizonte en 2030 como muy tarde.
Maria no está de acuerdo con él, pero no tiene ganas de discutir, el hombre habla mucho más alto e interrumpe de manera frecuente. En cualquier caso, los dos voluntarios de la ANC resumen parte del sentir independentista más activo: incluso los que siguen al pie del cañón y mantienen cierto optimismo, reconocen el bajón e incluso en muchas ocasiones se abren a la autocrítica.
Cuando pase la Diada, tendrá lugar el primer episodio de la segunda temporada de una serie que divide a los independentistas, aunque ni siquiera entusiasma a los que están a favor: la mesa de diálogo entre la Generalitat y el Gobierno español. Aún sin fecha exacta ni la confirmación de quién participará y si finalmente lo hará el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, la mesa es considerada “un paripé” por una gran parte del independentismo.
Fuentes de la cúpula de Esquerra, el mayor valedor de esta mesa a la que en principio se oponía su socio de gobierno, Junts, ven en la Diada una oportunidad para que “si es un éxito” sirva como fuerza negociadora “para llevar a la mesa de diálogo”. O sea, mientras las calles le reprochan su actitud negociadora con un estado en el que el resto del independentismo no confía, ellos creen que justamente el descontento de las calles puede servir para elevar la partida en una mesa sobre la que, en cualquier caso, el gobierno español nunca ha querido poner las cartas de la amnistía o el referéndum.
“Aunque haya muchas críticas a la mesa de negociación y estas sean más ruidosas, la mayoría de gente está a favor”, recuerdan las mismas fuentes de Esquerra, que apuntan también a la defensa que en los últimos días ha hecho Jordi Cuixart, presidente de Òmnium y seguramente el líder independentista con más capital social e incidencia en la actualidad. La CUP, en cambio, ya ha anunciado que se manifestará contra la mesa de diálogo el día que se celebre. “Tiene que haber mesa, pero para hablar de autodeterminación y amnistía”, defiende Sabater. Mientras tanto, desde Bruselas, el presidente huido Carles Puigdemont sigue defendiendo la “confrontación” como única vía política para Cataluña.
El sábado a las 12 del mediodía, Cuixart dará un discurso en el passeig Lluís Companys en uno de los actos estrella de una Diada que por la situación de la pandemia no contará con conciertos. Después de que la pandemia obligase el año pasado a hacer una protesta descentralizada y estática, el formato de marcha se ha recuperado este año de la mano de un relajamiento de las restricciones sociales coincidiendo con la mejora de los indicadores del Covid. Aunque las rencillas son notorias, los partidos y las entidades pasearán juntos en la marcha unitaria convocada por la ANC a las 17:14, hora simbólica en homenaje a 1714, año en el que, el 11 de septiembre, las tropas de Felipe V asaltaron Barcelona allanando el fin de las instituciones catalanas de la época. Una derrota es la fecha elegida como mayor efeméride del catalanismo.
Los disensos independentistas de cara a la Diada se han manifestado incluso en el cartel que ha presentado la Generalitat, sin símbolos nacionales y con claro corte universalista. “Todos somos hojas del mismo árbol: La humanidad”, es la frase de Pau Casals escogida, y criticada por vaga y poco combativa.
Los sentimientos de desánimo hacia los partidos se multiplican entre las bases independentistas más activas. Josep Poveda, informático jubilado de 68 años y miembro de ANC, asegura que “la mesa de diálogo no sirve de nada” y que “los partidos hicieron en el uno de octubre 2017 lo que la ciudadanía les pidió y dejaron la tarea sin hacer”. “Nosotros hemos cumplido, pero también tenemos culpa porque no tendríamos que habernos ido a casa”, reconoce en tono de autocrítica. “La gente no está tan entusiasmada como otros años, pero sigue estando entusiasmada”, asegura.
Pero hay quien, aunque sigue siendo independentista, siente fatiga ante la falta de horizontes. Es el caso de Marta, una joven de 23 años que reconoce que la situación económica derivada de la pandemia le lleva a “priorizar políticas sociales por encima de la pandemia”. Procedente de Arran, la juventud de la izquierda independentista cercana a la CUP, priorizará esta Diada las fiestas de su barrio y reconoce el desánimo a pesar de mantener intacto su objetivo.
Colau y “las tonterías”
Fuera del independentismo, la semana previa a la Diada estuvo marcada por unas declaraciones de Ada Colau que no cayeron nada bien en el entorno secesionista. Dijo que, después de la pandemia y años de procès, “la gente ya no está para tonterías” en una pregunta sobre el referéndum de autodeterminación. Después, matizó que no se refería a la consulta, aunque la líder de su partido en el Parlament, Jéssica Albiach, insistió el miércoles en que lo que habrá que votar es lo que salga de la mesa de diálogo, y en priorizar la mejora del autogobierno al referéndum.
Desde el PSC, que ve cómo consiguió dar un salto en las elecciones de febrero y cómo los indultos han dejado más desnortados al independentismo, insisten en aprovechar cualquier ocasión para hablar de “nueva etapa en Catalunya”, en la línea del pasar página de Salvador Illa en la campaña electoral. El marco mental les sirve ante un independentismo sin horizontes, pero se puede desmoronar en cualquier momento si los secesionistas encuentran alguna mecha para volver a movilizarse. Lo que parece claro es que los socialistas no tienen ninguna intención de incorporar el referéndum por la autodeterminación a la agenda política.
Desde la derecha constitucionalista, mientras Ciudadanos se apaga después de haber liderado durante años la oposición al independentismo, el PP apuesta por la autocrítica para intentar ganar fuerza. Alejandro Fernández, su líder, que se desmarca de los actos de la Diada por su talante independentista, viene insistiendo en que la ausencia del estado en Catalunya ha alimentado al independentismo y durante la semana asumió que el gobierno de Mariano Rajoy tampoco estuvo acertado al negar el diálogo durante la crisis de 2017.
La libertad de Jordi Cuixart, Oriol Junqueras, Dolors Bassa y el resto de presos del procés dejó al independentismo, que no acepta el indulto como victoria, con un vacío de luchas, toda vez que ya no tiene un camino común hacia la autodeterminación.
Después de un año y medio de pandemia, están a punto de cumplirse cuatro ya del referéndum que, para todos los entrevistados, fue uno de los momentos más brutales de sus vidas. “Claro que nos lo creímos, éramos mucha gente en la calle”, dice Maria. “Había ilusión pero también tensión por la represión que venía”, recuerda Sabater del día en que, como alcaldesa de Badalona, asistió al Parlament para reconocer la independencia el día de la declaración unilateral. Las urnas y bocadillos de Josep en un instituto de Santa Coloma de Gramenet o el miedo ante la llegada de la policía de Maria se mezclan en la memoria.
Pero cuatro años antes, fue una Diada, la de 2013, con más de un millón y medio de personas en las calles, la que hizo creer al independentismo que tenía músculo para llevar desafiar en un pulso al estado. La pandemia, el desánimo y la división no invitan a pensar que la de este año vaya a ser un nuevo impulso. “Pero la esperanza nunca la perdemos”, insiste la líder de la CUP y, en general, aquellos que creen aún en la autodeterminación.