Día mundial contra el cáncer del yo
La única lucha personal que nos cabe afrontar es la del compromiso con políticas que aumenten los fondos a la investigación, sin depender de una marca de compresas.
Como tantas otras personas, yo también he perdido a queridísimas amigas por culpa del cáncer de mama. Y algunas de ellas me contaban en ocasiones su agotamiento, el profundo hartazgo que paradójicamente les provocaba el bombardeo de trascendencia y positividad baratas con las que este tema se expone en los medios de comunicación. No lo voy a saber explicar tan claramente como ellas me lo explicaron a mí. Todas las enfermedades graves tienen sus “días internacionales”, durante los que se informa a la población sobre sus características, prevención, pronóstico… se entrevista a nueve especialistas y a un paciente, se tratan estos problemas como las enfermedades que son, en el tono científico y objetivo que les es propio.
Sin embargo, esto no es aplicable al cáncer de mama. No son los cánceres más frecuentes en la población ni tampoco los más letales, pero se nos presentan en los medios dotados de una dimensión vital, fatídica, casi moral abrumadora. Se entrevista a un especialista y a nueve afectadas. Como si las mamas, más que ser órganos que las mujeres tienen, fueran órganos que las mujeres son; como si esta enfermedad provocara metástasis en la propia identidad de la persona; como si el tumor hubiera aparecido en el yo; como si lo fundamental del cáncer de mama fuera la experiencia de sufrirlo. Cuéntenos, cuéntenos su experiencia -aplauso, aplauso, aplauso-, léanos su diario -aplauso, aplauso, aplauso-, enséñenos sus fotos -aplauso, aplauso, aplauso-.
Y sobre este cáncer recae, multiplicada por mil, toda la falsa, ya insoportable monserga de la lucha heroica, la superación personal y el poder del optimismo sobre la biología, que se alimenta de patrocinios llenos de lazos rosas, grandes almacenes iluminados de rosa y performances políticas de color rosa demagógico -que no están los tiempos como para perder una ocasión de ser cursis-. El Día Mundial contra el Cáncer de Mama ya está más cerca de San Valentín o de Halloween que del Día Mundial contra la Diabetes. Nos mostrarán a mujeres en las décadas centrales de la vida, por más que este tumor aumenta su incidencia con la edad. Y la televisión, -¿quién se va a atrever a pasar por un desalmado al denunciar estas cuestiones?-, abrirá su barra libre de voracidad populista: campañas, donaciones, testimonios, lágrimas, abrazos... Mientras las cámaras estén encendidas.
Aunque la medicina distingue entre muchísimos tipos de cáncer, los medios sólo conocen dos: el de mama y todos los demás. Como si no bastara con la grave enfermedad que padecen, se presiona a las pacientes con ridículas llamadas a un voluntarismo vital que termina responsabilizándolas del curso de su enfermedad por cómo la han experimentado emocionalmente. No es una señal para empezar a escribir poemas o apreciar los aromas del amanecer. No oculta mensajes íntimos. ¡No significa nada, carajo! Es una enfermedad, y hay que intentar curarla con tratamientos médicos. La única lucha personal que, no sólo a las pacientes sino a todos, nos cabe afrontar es la del compromiso con políticas que aumenten los fondos destinados a la investigación científica, sin depender de que una marca de compresas valore que le sale rentable donar diez céntimos por cada caja vendida.