Día de Europa: cuando la guerra de Ucrania cambia la agenda y altera las prioridades
La Comisión esperaba un año centrado en la covid y los fondos de recuperación pero ha tenido que cambiar sus apuestas y mirarse profundo en el espejo para ver qué es.
Europa celebra este lunes su día con todas sus previsiones hechas añicos. Volaron por los aires el 24 de febrero, cuando Vladimir Putin invadió Ucrania. Cómo han cambiado las cosas. En septiembre, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, abría el curso político en el Europarlamento con tres prioridades en mente: superar la crisis sanitaria del coronavirus, aplicar con bien el fondo de recuperación común contra la pandemia y afrontar los retos de seguridad y migración que iba a traer la vuelta de los talibanes a Afganistán. Ahora es la defensa, la energía, las nuevas relaciones internacionales, lo que copa la agenda.
El europeísta belga Matthias Poelmans explica desde Bruselas que “la más funcional unión de países forjada en el mundo” se enfrenta a un “debate existencial, profundo, poco menos que fundacional”, porque está en juego que quede claro “cómo ven los aliados el mundo, qué planeta quieren, cuáles son sus líneas rojas, qué valores son irrenunciables”. Después del golpe que supuso el Brexit, dice, llega una “encrucijada” mayor. El ataque a Ucrania -que no es parte de la Unión Europea pero está en el corazón del continente “libre y democrático”- tiene objetivos concretos por parte de Moscú, como la anexión del Donbás o impedir que la OTAN admita al país como socio, pero “va más allá”, puesto que “viene a cambiar las bases de la relación de Putin con todo Occidente y con la UE en particular”.
“El Kremlin ha intentado, entre otras muchas cosas, atacar cuando ha visto a los aliados occidentales desunidos y preocupados con otras ocupaciones, pero no se esperaba la unidad de acción en cuanto a sanciones o entrega de armamento y dinero. Suponía que habría lamentos y comunicados de preocupación, como ocurrió en 2014 [cuando se autoproclamaron las repúblicas prorrusas de Donetsk y Lugansk y cuando Moscú se anexionó Crimea], pero no hechos, pasos”, destaca. Se ha topado con sanciones nunca vistas y con envío directo de armas, que han llevado a que el conflicto se estanque y no sea un paseo militar para el Ejército ruso.
Ese reto imprevisto, porque la Comisión Europea llevaba meses denunciando la presencia de tropas rusas en la frontera con Ucrania, pero sin augurar este desenlace, se ha impuesto a cualquier otra materia y “exigen de una mayor cohesión” y de “ser firmes y claros en materia de diplomacia, derechos humanos y seguridad”. De momento, Poelmans destaca como “muy valioso” que en mitad de la tormenta la UE haya aprobado la llamada Brújula Estratégica, una estrategia común de defensa con la que el bloque ganará capacidad militar y coordinará mejor los esfuerzos nacionales en el campo de la Defensa, durante la próxima década. Por ejemplo, pone por objetivo tener la capacidad de desplegar fuerzas de respuesta rápida a nivel de la UE ante situaciones de crisis en 2025, con una fuerza modular de hasta 5.000 soldados.
Antes de finales de este año, los Veintisiete se comprometen a acordar los escenarios operativos y planes de defensa, con la idea de empezar a hacer maniobras militares europeas el año que viene y aumentar así la preparación y la interoperabilidad de sus fuerzas. La clave está en la formación, la rapidez, la profesionalidad y, por encima de todo eso, la autonomía estratégica, la capacidad de Europa de tomar sus propias decisiones en este campo, con aliados pero sin servidumbres.
La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, lo resumía esta semana en una conferencia al hilo de este 9 de mayo, Día de Europa: “Hay una realidad anterior al 24 de febrero y otra posterior. El mundo ha cambiado. Debemos comprender que el peso del orden democrático mundial recae ahora más que nunca sobre los hombros de Europa. Debemos ser capaces de soportarlo (...). Europa debe liderar el nuevo orden democrático mundial y defender los derechos fundamentales de democracia, libertad, solidaridad e igualdad”.
“Es que la agresión a Ucrania es una amenaza para la existencia de la UE que conocemos, en lo físico, porque hasta se habla de armas nucleares, y en lo espiritual, en lo que somos. La idea de Mijail Gorbachov de la Casa Común Europea nunca ha sido posible, Putin quiere volver a su sueño de Gran Rusia. No ha habido confianza no ya en EEUU, sino en la OTAN o en la UE. Aún así, hemos aumentado nuestra dependencia de Rusia en cuestiones comerciales, sobre todo energéticas. Todo eso ha cambiado por la fuerza”, enfatiza.
Aludiendo al tópico de que crisis a veces equivale a oportunidad, plantea dos áreas más en las que Europa se ve ahora obligada a mirarse y pensarse: la ampliación de socios y la transición verde. Volodimir Zelenski ha pedido la incorporación a la UE. “Demostrad que estáis con nosotros. Demostrad que no nos dejaréis. Demostrad que sois realmente europeos”, dijo el presidente ucraniano. “Son uno de los nuestros. Son uno de nosotros y les queremos dentro”, respondió Von der Leyen.
El llamado proceso de adhesión es complejo, arduo y costoso y se prolonga durante varios años, incluso décadas, y requiere un compromiso excepcional por parte del país candidato, al que se le pide que implemente un largo catálogo de reformas para cumplir con normas de la UE en transparencia o derechos humanos. También está el debate sobre si otros países del entorno postsoviético querrán acelerar sus peticiones de entrada, para protegerse de futuros planes de Putin.
En el caso de la transformación verde, la clave es la energía. Acabar con la dependencia terrible de los recursos rusos. Ya se han vetado el carbón y el petróleo, pero falta el gas. Y ahí el acuerdo está muy lejos. “Toca revisar y acelerar los planes de reconversión energética, afrontar en serio el debate de la energía nuclear y tener salidas verdes que sustenten la economía, aún demasiado ligada a combustibles fósiles. No podemos ser tan vulnerables al deseo de Rusia o de otros grandes proveedores”, añade el analista.
Pendiente tiene la UE impulsar la Ley Europea del Clima, aprobada en primera lectura en junio pasado, que establece un objetivo vinculante para la Unión de reducción de las emisiones netas de gases de efecto invernadero (las emisiones una vez deducidas las absorciones) en al menos un 55 % de aquí a 2030, con respecto a los niveles de 1990. Además, tiene como meta la neutralidad climática y el objetivo ideal de que la UE consiga emisiones negativas a partir de 2050. Para acometer esta transición climática hacen falta iniciativas legislativas que se empezarán a ver a fondo en este periodo de sesiones.
La Unión Europea logró cuajar el fondo de recuperación, para que todos los países superen el coronavirus con 806.900 millones de euros, y lanzó la emisión de deuda conjunta, entre los Veintisiete, algo que parecía impensable. En estos meses, ha ido entregando ese dinero. España fue la primera en tener sus 9.036 millones de euros de prefinanciación y 10.000 más del primer desembolso. Todo llegó antes del final de 2021. Ahora, el Gobierno ha solicitado el segundo pago del paquete Next Generation EU, con un total de 12.000 millones de euros más.
El ritmo de la recuperación era ilusionante, pero parece haberse frenado ante la incertidumbre causada por la guerra en Ucrania. No obstante, esta apuesta centrada en empleo, ciencia, tecnología, innovación, descarbonización, resiliencia y autonomía estratégica, es “un salto cualitativo para crear oportunidades y responder en desarrollo y seguridad a los desafíos del siglo XXI” del que se verán frutos en este mismo año.
El desarrollo económico ha venido en paralelo con un proceso de vacunación brillante, pilotada desde Bruselas, tratando por igual a todos los países socios y reforzando el espíritu comunitario hasta el punto de que Estados como Países Bajos se quiere bajar del carro de los frugales y reconocen las bondades de tratarnos como comunidad. Hoy en la UE está completamente vacunado el 73,56% de la población (un 86,46% en España), según Our World in Data, un proyecto de la Universidad de Oxford.
En el plano puramente institucional, destaca en estos meses el trabajo de la Conferencia sobre el futuro de Europa, que durante dos años ha revisado con sus instituciones y la sociedad civil, que debe ayudar a pasar a una nueva fase que va a implicar revisar los Tratados y avanzar hacia el federalismo. El pasado miércoles, a través de una resolución, el Europarlamento coincidió en la necesidad de ahondar en la simplificación de la arquitectura institucional de la Unión, en una mayor transparencia y en la rendición de cuentas en el proceso de toma de decisiones.
La UE debe cambiar hacia un modelo de crecimiento sostenible, inclusivo y resiliente, prestando especial atención a las pymes, afirma el texto, que apuesta por aplicar de manera completa el Pilar Europeo de Derechos Sociales. Es uno de sus retos inmediatos más complejos y hermosos, aunque genere un estremecimiento sólo de pensar el esfuerzo que conlleva. Mario Draghi, primer ministro italiano, habló el martes ante el Pleno de la Eurocámara y marcó el camino: aboga por un “federalismo pragmático” y pide abordar “con valor y confianza” una revisión de los tratados para, entre otros asuntos, eliminar el requisito de la unanimidad para tomar determinadas decisiones a nivel comunitario. “Las instituciones que nuestros predecesores han construido en las últimas décadas han servido bien a los ciudadanos europeos, pero son inadecuadas para la realidad a la que nos enfrentamos hoy”, dijo.
Esta misma semana, los legisladores europeos han respaldado, igualmente, una propuesta para reformar la forma en que son elegidos que, según dicen, permitiría a los ciudadanos tener una mayor participación en la gestión de la UE. Una lista europea. El proyecto de ley prevé que los votantes europeos emitan dos votos, uno para elegir eurodiputados en circunscripciones nacionales y otro para elegir 28 eurodiputados adicionales que tendrían a toda la UE como su circunscripción.
Hay otros retos, de esencia, mucho más feos, porque Europa tiene el alma tocada desde hace al menos un par de años. Los levantamientos de Hungría y Polonia, con gobiernos populistas de ultraderecha, que se declaran insumisos ante las leyes europeas, están poniendo a la Unión frente al espejo, ante la necesidad de preservar sus valores y sancionar a quien se salga del tiesto, de estar firme para que la ola reaccionaria, ultranacionalista y contraria a los valores fundacionales no triunfe.
El debate es intenso sobre las sanciones que se han adoptar, como la congelación de fondos europeos para estas naciones hasta que reconduzcan su camino, y se han producido reveses de los tribunales europeos que los aludidos no están dispuestos a aceptar. El pasado febrero, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea avaló la condicionalidad de los fondos comunitarios al respeto de los valores del Estado en ambas naciones. Son 22.000 millones de euros en juego en el caso húngaro y 75.000 millones en el polaco. Ni la amenaza de cerrojazo si no se da un giro de 180 grados ha impedido, por ejemplo, que Viktor Orbán fuera reelegido el mes pasado.
Y en el campo de las migraciones, la UE arrastra también la necesidad de un nuevo pacto para abordar las llegadas numerosas de refugiados, propuesto a inicios de 2020 pero paralizado por la pandemia. El borrador no gusta, además a países que son frontera inmediata, como España, Grecia o Italia, que son quienes asumen la llegada inicial de estas personas, pero las cosas han cambiado con Ucrania, cuyos refugiados están saliendo especialmente vía Polonia.
La gran mayoría de los Veintisiete ve esta crisis como una “oportunidad” para adoptar el pacto migratorio europeo de una vez, según explicaba la jefa de la Unidad de Evaluación Schengen, Dirección General de Asuntos del Interior y Migración de la Comisión Europea (CE), Esther Pozo, en una reciente mesa redonda. El 3 el marzo, los Veintisiete cerraron un acuerdo político para proteger temporalmente a los refugiados de Ucrania que, mientras se retrasa el marco general, supone una esperanza: por una vez se han abierto las puertas y se ha impuesto la humanidad. Está por ver si la solidaridad se impone también en este texto, para cuya aprobación sigue sin haber fecha clara.