Después de la histeria, el ridículo
Si Arrimadas no quiere ser arrastrada por la barranquera va a verse obligada a tener que arbitrar un Gobierno madrileño con la lista más votada.
Igual que después de la tempestad viene la calma, después de los conflictos políticos, de la crispación y de la histeria puede venir el ridículo personal. Lo estamos viendo en todo el mundo en tiempo real. Todos los que llevan la crítica hasta la burrada, la discrepancia hasta la ofensa, la actuación hasta el esperpento… terminan haciendo el payaso. La política en manos de descreídos, de absolutos relativistas éticos a los que todo les importa una berza, suele convertirse en una de esas obras de teatro tan malas que acaban en el trastero de la memoria y que solo se sacan de él para compartir unas risas.
Según se apacigua la primera parte de la covid-19, porque aseguran los entendidos que habrá más y que aparecerán recidivas del brote de coronavirus que ya lleva medio millón de muertos en el planeta, va despejándose la niebla de los bulos, los engaños y maliciosa utilización de la desgracia. Claro que en España hay acreditados pioneros en mercantilizar las tragedias y en utilizar los muertos.
Hay estrategias que son tan artificiosas, que están montadas sobre las nubes de los deseos, que tienen muchos más ingredientes de cínico oportunismo que de análisis riguroso, o al menos veraz, que fracasan irremediablemente “como no podía ser de otra forma”, que aunque es una odiosa muletilla a veces es científicamente exacta. El ‘renacimiento’ de un PP caído por aplastamiento de sus propios errores se confió a una nueva generación, supuestamente la más preparada de la historia de España; una tontería porque salvo excepciones, como una guerra, cada generación suele estar más preparada que las anteriores. Y esos jóvenes populares forjados en la vida orgánica desde la adolescencia y embriagados por el elixir del poder no han estado a la altura de las expectativas que se habían despertado. Por ahora no han corregido los errores, sino que han profundizado en ellos. Abducidos por el aznarismo han elegido la radicalización y la confrontación continua como método de acción política. De momento lo que han conseguido es tapar los errores del sanchismo y fortalecer la coalición con Podemos.
Un primer paso hacia el error fue la ‘foto de Colón’. La idea parecía brillante, las tres derechas al ataque, la unión hace la fuerza, y dio resultado inmediato… pero fugaz. Resultó en Andalucía y en Madrid, pero el giro a la derecha hundió a Ciudadanos. Ahora el partido naranja es una espada de Damocles para el PP, en vez de un mero tonto útil. Las insufribles frivolidades, infantilismos y soberbias de Díaz Ayuso colman la paciencia de la formación naranja. La presidenta de Madrid no tiene en cuenta un nuevo factor en la ecuación: el giro pragmático al centro bisagra de Inés Arrimadas.
Otra equivocación que da vueltas como un bumerán fue no tener en cuenta que las ilusiones tienen una corta fecha de caducidad. Apostar todo a la carta del todo está mal en la gestión de la pandemia y dramatizar cada acto sacándolo con instrumental de dentista de su contexto, es muy arriesgado. Uno puede quedarse colgado de la brocha, porque esa pintura se seca enseguida. Aquellas lágrimas de cocodrilo por la carencia de mascarillas, de EPIs, de batas, de ventiladores, de UCIs… van quedando en una mala actuación de vedetes y magos pantopín de cabaré barato, o de circo al que le crecen los enanos. Se mira alrededor, y el problema es común. La perreta neoliberal de la deslocalización, porque se pontificaba que había que fabricar donde fuera más barato y proporcionara más beneficio… ha dejado a Europa sin la capacidad autónoma de fabricar productos sanitarios estratégicos ajenos a los pirateos que alteran las reglas del juego de la oferta y la demanda. Mientras China se ríe, las democracias de mercado avaricioso lloran de impotencia ante el monumental engaño.
El caso de Madrid adquiere caracteres de tragicomedia. Casado (o la FAES, que viene a ser lo mismo) apostó por Isabel Díaz Ayuso probablemente porque su altivo desenfado y su frescura de manzana recién recogida del árbol recordaba a la Esperanza Aguirre de los primeros tiempos. Pero el recuerdo de un instante, de un solo fotograma y no de toda la película, tiene serios efectos secundarios. Aquél paraíso liberal aún no tenía los batracios en su estanque. O no hacían ruido.
La actuación antes del estado de alarma y en el estado de alarma, y después del esta de alarma es de traca. Un absoluto fracaso general. Desprecio a los socios del Gobierno, que les dieron los votos que no obtuvieron en las urnas para gobernar, pago del peaje por las privatizaciones sanitarias y por el destrozo de la medicina preventiva y la salud pública, que no se puede ocultar ni con las más espesas cortinas de humo… El intento de transferir las culpas por el desastre de las residencias de mayores al Gobierno de la nación ha sido una trampa tan burda que les ha dejado en ridículo; y el ridículo es uno de los ingredientes más mortíferos de la política. El ridículo mata. Lentamente, como el tabaco, pero va necrosando todos los órganos.
Lo penúltimo ha sido la rabieta, que siempre se convierte en tic, de advertir al mundo que el Gobierno socialista es un peligro. Inauguró esta modalidad espuria el inolvidable, nunca le podremos olvidar, José María Aznar cuando descalificaba a Felipe González por reclamar que la CEE creara los fondos de cohesión y favoreciera el desarrollo español. “Pedigüeño”, le decía desde la soberbia rencorosa. La cosa consistía en impedir que ese chorro de dinero lo administrara su adversario. Se repitió la táctica cuando el mismo personaje predicaba en sus viajes que Zapatero no iba a poder pagar la deuda de la crisis. Una crisis en la que el PP había tenido una participación estelar creando las condiciones en los años previos con la burbuja del ladrillo, las privatizaciones temerarias que dejaron al huevo sin yema, y con sus derroches y desmanes en las comunidades de Madrid y Valencia especialmente.
Ahora Pablo Casado ha intentado lo mismo con los fondos especiales de ayuda europea a los países que más han sufrido los efectos de la covid-19. El líder conservador ha advertido a los populares europeos que no se fíen del Gobierno, que controlen los dineros que se envíen a España, que se pongan condiciones para el gasto… Lo cual equivale a hipotecar una parte clave de la soberanía nacional que reside en el Parlamento. ¿Y la marca España? Pues que se vaya al carajo si no les beneficia. Debe ser eso.
Aliándose con los estados tacaños, y no exactamente frugales, el PP le hace un flaco favor a los europeos. Estos estados tienen una población irrelevante en el total UE, y en buena medida su riqueza no proviene de su trabajo y su ética de la austeridad sino de las ayudas que recibieron para su reconstrucción tras la II Guerra Mundial y por sus habilidades fiscales o comerciales. Caso sueco aparte, que tiene otras connotaciones quizás más relacionadas con el temor de poner en riesgo su bienestar que arranca de unas circunstancias especiales de inmigración que alertaron a prestigiosos economistas teóricos nacionales a finales del siglo XX. Los noruegos con su petróleo del Mar del Norte y sus fondos soberanos tienen intereses en muchos sectores que se benefician de las ‘reformas estructurales’ y del ‘buitreo’ en otros países. Sanidad y pensiones privadas, por ejemplo. También el ‘milagro Alemán’ fue posible por el Plan Marshall… y por la inmigración española y turca.
Tras la reunificación en tiempos de Kohl, la ayuda de los demás socios europeos, y en primer lugar de España, fue clave para poner en marcha la cohesión interna.
Algo que algunos alemanes -y muchos españoles- han olvidado. Nadie está libre de pecado. La estafa de la Volkswagen con las emisiones de sus coches, o hace unos días la quiebra fraudulenta de la compañía de pagos en línea Wirecard por un engaño de 2.100 millones de euros demuestra que nadie es perfecto, aunque haga por parecerlo. Pero desde luego, los líderes de la oposición, sean cuales sean en cada momento, los ‘grandes’ CDU/CSU o el SPD, o los demás que son potenciales aliados en Berlín o forman parte del poder en los länder, los liberales del FPD o Los Verdes, nunca jamás irán por ahí diciendo a los demás europeos que no se fíen de su Gobierno.
Es una diferencia, muy importante. La maldad es maldad y el cinismo es cinismo aunque se disfrace de bandera nacional.
Y sí, si Arrimadas no quiere ser arrastrada por la barranquera va a verse obligada a tener que arbitrar un Gobierno madrileño con la lista más votada. El tiempo corre y el virus no descansa.