Después de Charlottesville, Trump se convierte en el presidente más racista de la historia de EE UU
Ni siquiera ha pasado un año desde que llegara al poder y ya ha superado al expresidente Andrew Johnson.
El racismo ha sido un rasgo inherente a los Estados Unidos desde antes de su fundación como país, impulsada por la esclavitud. Ha llegado a las instituciones básicas del gobierno y empapa todos los aspectos de la sociedad. Y, así como es necesaria una lucha feroz y prolongada para que una persona supere un cáncer, van a ser necesarias una atención y determinación inquebrantables para extirpar esta enfermedad que supone el racismo. Todo debe empezar con un "cirujano jefe" que maneje el bisturí de la justicia en defensa de todo nuestro país.
Las recientes muertes y la destrucción acaecidas en Charlottesville y la estéril reacción del presidente Trump son solamente las señales externas más recientes de una creciente infección que padece el corazón de los Estados Unidos.
Más de 48 horas después de los disturbios raciales de Charlottesville, Donald Trump emitió unas declaraciones que ya he criticado por ser demasiado suaves y producirse demasiado tarde. Y la cosa no quedó ahí: el martes 15, Trump llegó incluso más lejos. Todos pudimos ver, atónitos, cómo el líder del mundo libre invalidaba cualquier comentario positivo que pudiera haber realizado el día anterior. Cuando aseguró que ambos bandos tenían parte de la culpa y que había personas buenas entre los supremacistas blancos y los neonazis, echó mano del peor común denominador de la sociedad. Donald Trump es racista y no se arrepiente de ello. Defiende a sus bases racistas una y otra vez.
Donald Trump no es el primer presidente que mira hacia otro lado cuando surge algún problema racial, alentando así su expansión. El expresidente Andrew Johnson —que gobernó entre los años 1865 y 1869— concedió la amnistía a los confederados (la facción esclavista en la guerra de Secesión) y aludió a la soberanía de cada estado como excusa para permitir que el racismo se expandiera y se permitiera intimidar a la gente de color en los estados del sur. Tras esa guerra civil, se opuso firmemente a la decimocuarta y a la decimoquinta enmienda, que otorgaban a la gente de color la igualdad ante la ley y el derecho a votar. Tras la rueda de prensa del pasado martes 15, queda claro que Donald Trump no solo se ha limitado a mirar a otro lado, sino que ha exculpado abiertamente la conducta de esos terroristas (supremacistas blancos y neonazis).
El racismo inherente que recorre las venas de las instituciones estadounidenses surgió de una necesidad de legitimar, preservar y posteriormente sustituir la esclavitud con otras formas menos obvias de subyugación.
A día de hoy, puedo declarar sin dudas que el presidente Donald Trump se ha convertido a sí mismo en el presidente más racista que este gran país ha contemplado.
No me baso solo en sus declaraciones del martes 15, sino en su largo historial de actuaciones, que habla tan a las claras como la estrechez de miras demostrada con su reacción ante los disturbios de Charlottesville. Trump siempre dice que le gustan los datos, los hechos, pero su historial tampoco muestra hechos que condenen el racismo de ningún modo.
Recordemos que Donald Trump alcanzó la fama política debido a unas acusaciones erróneas que realizó durante años sobre que Barack Obama no era estadounidense. Se aferró a su película tan ferozmente como pudo, deseando minar la legitimidad del presidente Obama. Trump no solo es racista, es también el rey de la conspiración y está haciendo todo lo que está en su mano para devolver los Estados Unidos a su época más deplorable, cuando la gente de color era ridiculizada, esclavizada y linchada, cuando no tenían derecho a voto y a sus hijos no se les permitía asistir al colegio junto a los niños blancos. El objetivo de Trump es perpetuar un sistema que ya se opone a la gente de color y está tratando de conseguirlo envalentonando a su base racista y dando validez a sus creencias plagadas de prejuicios.
Mucho antes de eso, Donald Trump convirtió en un asunto personal pedir públicamente en 1989 el castigo de cinco adolescentes negros que fueron injustamente acusados de violar a una mujer blanca en Nueva York. Al final, los cinco adolescentes fueron exculpados tras realizar pruebas de ADN. Trump desembolsó 85.000 dólares para difundir panfletos a página completa en los cuatro principales periódicos de la ciudad en los que se refería al grupo en términos de "asaltantes y asesinos", pidiendo incluso la pena de muerte. ¿El factor común? Los adolescentes eran negros, y cuando un sujeto es negro, se realizan conclusiones y declaraciones sin importar los hechos. Trump también incentivó a los racistas en aquel entonces.
También se puede hablar del hecho de que Donald Trump se negara a alquilar pisos a la gente de color en los 70 y los 80, lo que ocasionó que el Departamento de Justicia de los Estados Unidos interpusiera una demanda por discriminación racial. Asimismo es destacable la escasez de miembros de color en su gabinete presidencial, como también da que pensar la designación de Jeff Sessions como fiscal general, pese al manifiesto racismo que mostró cuando era fiscal general de Alabama y quiso procesar a gente de color inocente, alegando una supuesta votación fraudulenta, algo que frenó la participación de la población negra.
Trump justificó de este modo su retraso a la hora de censurar la violencia del pasado martes 15: "No hay que hacer declaraciones así de directas a no ser que se conozcan los hechos". Pues aquí están los hechos y aquí viene mi afirmación: Donald Trump es el presidente más racista de la historia de los Estados Unidos, y eso que aún no lleva ni un año en el cargo.
Si prestamos atención a las pruebas, vemos que Donald Trump nunca ha valorado las vidas de la gente de color y que nunca lo hará. Plantarse ante un atril y soltar esas declaraciones, comentarios que provocaron la aprobación de líderes del Ku Klux Klan como David Duke y el envalentonamiento de los supremacistas blancos y neonazis, es repugnante.
Los Estados Unidos se encuentran ahora mismo en un momento crítico. Trump seguirá siendo Trump y no va a cambiar. Su tendencia al racismo sin complejos no va a cambiar. Su defensa, implícita y explícita, de los miembros más execrables de sus votantes va a seguir incitando los vicios más terribles de nuestro país.
El cáncer que suponen los supremacistas blancos se está expandiendo por Internet, las calles y las universidades como si fuera una metástasis. Ahora depende de la moral, integridad y humanidad de cada estadounidense, ya sea republicano o demócrata, blanco o negro, cristiano, musulmán o judío, denunciar de la forma más firme y clara el mal que hemos presenciado en Charlottesville. Debemos asumir el liderazgo del que carece nuestro presidente.
La unidad y el compañerismo han de prevalecer ante aquellos que promueven el odio en el corazón de los Estados Unidos. Seguir siendo una gran nación depende de ello.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.