Descubrí que era poliamorosa cuando mi novio me puso los cuernos
En esta era tan individualista, la gente ansía libertad e independencia.
Desde que era pequeña, mi vida amorosa ha estado en gran medida supeditada a las creencias y valores de mis padres cristianos. Conocer a un chico debía tener el único objetivo de llegar al matrimonio, y el sexo era una actividad reservada exclusivamente a las personas casadas. La pasión era un concepto extraño y el amor era un mero acuerdo de conveniencia.
Así pues, cuando empecé mi primera relación a los 18, me impliqué en cuerpo y alma. No exagero si digo que estaba loca de amor y que no podía imaginarme saliendo con ninguna otra persona el resto de mi vida. Estaba tan enamorada que incluso aparqué mi sueño de ir a la universidad para mudarme con él. Tenía la suerte de haber encontrado al amor de mi vida muy joven. ¿Para qué esperar y arriesgarnos a que algo se interpusiera entre nosotros?
Unos meses después de irnos a vivir juntos, decidimos hacer una escapada a Roma. Tomados de la mano, recorrimos las preciosas calles de la capital italiana, compartimos platos de espaguetis al estilo de La dama y el vagabundo y nos hicimos la típica foto en la Fontana de Trevi. Mi vida era plena.
Cuando aterrizamos de vuelta en el Reino Unido, había una mujer esperándonos en la zona de recogida de equipaje. Tenía los ojos inyectados en sangre, las mejillas empapadas de lágrimas y le temblaban las manos. Mi novio se puso tenso cuando la vio. Con la mano que tenía apoyada en mi cintura, me intentó conducir en otra dirección.
Pero fue en vano. La mujer nos vio y se acercó a nosotros. Me preguntó si yo era su novia y, cuando le dije que sí, me aseguró que ella también lo era. A la vez.
Me intentó enseñar pantallazos para demostrármelo, pero mi novio la apartó. Llorando descorazonada, gimió: ”Él me dijo que me amaba”. Y se fue corriendo.
Mi novio se giró hacia mí, nervioso, esperando mi reacción. Pero no hubo reacción. Debería haberme derrumbado con el corazón roto. Debería haber sentido ira, tristeza o decepción, pero solo sentí curiosidad.
En vez de empezar un interrogatorio abrumada por el dolor y la inseguridad, solo tenía unas pocas preguntas: ¿La quieres? ¿Me quieres? ¿Nos quieres a las dos? ¿Quieres estar con las dos a la vez?
Me explicó que a mí me quería seguro, pero que no estaba seguro de quererla a ella. Cuando me pidió perdón por ponerme los cuernos y comentó que estaba confuso porque no sabía que fuera posible amar a dos personas a la vez, le sugerí que quizás fuera poliamoroso.
No se me pasó por la mente que yo también pudiera serlo.
Cuanto más investigaba sobre el poliamor, más me sentía representada. Teniendo en cuenta la educación que había recibido desde niña, la idea debería haberme repelido, pero lo cierto es que algo dentro de mí despertó y me emocionó.
Sin embargo, aparté esos pensamientos por el momento. Mis amigos y mis familiares me dijeron que era incompatible que mi novio me amara y me pusiera los cuernos, y me aseguraron que yo no lo amaba de verdad si me había dado igual su infidelidad.
Lo primero quizás era cierto, pero yo no tenía ninguna duda de que lo amaba. No me molestaba que él hubiera tenido una cita con otra mujer y yo empecé a hacerme a la idea de conocer a otros hombres.
Durante unos meses, tras sus disculpas y promesas de que no volvería a serme infiel, seguimos siendo monógamos, pero no podía dejar de darle vueltas a la idea de conocer a otros hombres. Me emocionaba la idea de tener primeras citas y de explorar el cuerpo de un nuevo amante sin renunciar a la familiaridad y comodidad de una pareja seria.
¿Poner los cuernos es un indicativo de la naturaleza poliamorosa de una persona? Puede que sí, en algunos casos. En el caso de mi novio no era así. La diferencia fundamental entre el poliamor y la infidelidad radica en la comunicación y la honestidad. Mi novio no había sido leal y rompí con él para explorar el poliamor.
Al principio no estaba segura de cómo empezar a moverme en el mundo del poliamor. Casi esperaba que existiera una sociedad apartada de personas poliamorosas a las afueras de la ciudad, pero no tardé en descubrir que el poliamor no era una idea tan tabú como creía.
Se lo conté a uno de mis mejores amigos, con el que compartía piso por entonces, y acabamos teniendo una relación casual. Al principio me pareció raro tener la libertad para flirtear con otros hombres, pero me acabé acostumbrando, me deshice de todo sentimiento de culpa y abracé este nuevo estilo de vida.
Descubrir mi lado poliamoroso me cambió la vida. Era liberador ser tan autónoma, conocer a tantas personas como me apeteciera y tener confianza recíproca con todas mis parejas. El poliamor erradica el miedo, los celos y las sospechas que inevitablemente surgen en las relaciones monógamas. Sin el lastre de esas emociones, pude descubrir cosas sobre mí misma que me han cambiado la vida.
Si no me hubieran puesto los cuernos, quizás nunca habría descubierto una clase de amor más apropiada para mí. No es que sea incapaz de mantener la monogamia. Simplemente, en una relación poliamorosa puedo ser yo misma. Soy libre de experimentar y mantengo mi independencia.
En esta era tan individualista, la gente ansía libertad e independencia. No es infrecuente ver que alguien sacrifica una relación seria para priorizar su carrera profesional o para disfrutar de las ventajas de la soltería. Con el poliamor he descubierto que tengo lo mejor de ambos mundos.
Todavía me queda terreno por explorar en el mundo del poliamor y quizás ni siquiera sea mi decisión definitiva en mi vida.
Lo que sé es que, por ahora, es la decisión más adecuada para mí.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.