Del monstruo del lago Ness al delfín dorado: una fauna infinita e invisible
El fin último de este proyecto de una década es concienciarnos a todos y a todas sobre nuestra responsabilidad con nuestros compañeros de planeta.
En estos tiempos en los que nos preocupa, cada vez más, cómo estamos relacionándonos con el planeta, cómo el neoliberalismo atroz ha destruido faunas y floras completas, abrir las páginas de Animales invisibles. Mito, vida y extinción es un deleite para la vista y el conocimiento.
Editado conjuntamente por Capitán Swing y Nórdica Libros, esta publicación surge de un proyecto a tres bandas, como nos cuenta Jordi Serrallonga, uno de los autores —arqueólogo, naturalista, explorador, profesor de prehistoria, antropología y evolución humana de la Universidad Abierta de Catalunya y colaborador del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona—: “Esta colaboración a tres bandas tiene su origen en el Proyecto Animales Invisibles que, desde hace casi una década, venimos desarrollando dos amigos y viajeros: Gabi Martínez y yo”.
“Un buen día descubrimos que nuestros intereses eran comunes. Tanto a lo largo de los viajes que servían a Gabi para documentar sus libros, como durante mis expediciones científicas —por sabanas, bosques y desiertos de África, Asia, América y Oceanía— habíamos topado directa o indirectamente con relatos sobre animales extintos, otros muy difíciles de observar y también míticos (éstos últimos presentes en el imaginario, en la tradición oral o escrita, de muchas culturas humanas). Les llamamos animales invisibles y decidimos que era necesario sacarles de su invisibilidad —ni que fuera fugazmente para que la sociedad conociera la realidad de una evidencia que hemos podido constatar a lo largo de más de 25 años de expediciones: la pérdida de biodiversidad”, explica.
El fin último de este proyecto de una década es concienciarnos a todos y a todas sobre nuestra responsabilidad con nuestros compañeros de planeta. Así lo señala Serrallonga: “Solo divulgando, la gente sabrá de unas criaturas que necesitan ser reivindicadas; lo que no se conoce no se conserva. En cambio, lo que se conoce tiene más posibilidades de ser apreciado, estudiado, comprendido y, finalmente, protegido. Ya sean yacimientos de fósiles de animales del pasado, los últimos reductos naturales de animales vivos, o culturas y etnias minoritarias también en peligro de extinción”.
Y aquí es donde cabe citar la tercera banda: el arte. Las ilustraciones de Joana Santamans: “Los textos describen animales que Gabi y yo, tras mucho trabajo de campo, documentación en museos y bibliotecas, etc., tenemos en nuestro imaginario: extintos, vivos y míticos. Para involucrar todavía más a lectoras y lectores hacía falta que, ni que fuera por unos instantes, esas criaturas se materializasen de alguna manera, y ahí está el papel de las ilustraciones de Joana. Nosotros hemos asesorado a la ilustradora, la hemos empapado de este mundo, y después ella ha plasmado su propia interpretación basándose en la documentación que le hemos ofrecido”.
Serrallonga nos pone sobre la pista sobre lo que tenemos entre manos: una preciosa y cuidada publicación donde son tan importantes las referencias científicas como el valor de la imaginación, desde esos animales que nunca veremos (porque se extinguieron o porque están fuera del alcance humano) hasta aquellos que son producto del mito. Él mismo nos explica el por qué de esta división:
— Extintos: aquellos que ya no podemos encontrar entre nosotros. Son invisibles porqué se extinguieron algunos hace muchos millones de años, cuando el ser humano todavía no había entrado en escena. Es el caso del megalodón. Pero otros se han extinguido debido a la acción directa del hombre en tiempos históricos. Ya sea el caso del dodo en la Isla Mauricio (siglo XVII) o el caso de la tortuga gigante de la Pinta (una de las islas de Galápagos). Esta tortuga se extinguió en pleno siglo XXI... solo quedaba una y murió hace poco. Alguno como el celacanto, se le creía extinto, pero en la década de los 30 se hallaron pruebas de que podían quedar ejemplares vivos; algo que se demostró en la década de los 50. Existen celacantos vivos.
— Vivos. Animales que son muy difíciles de ver, bien porqué viven en lugares todavía de difícil acceso para el ser humano (es el caso del calamar gigante de las fosas abisales), o porqué –por desgracia– han sido diezmados por la presión y acción antrópicas. Es el caso del kiwi de Nueva Zelanda, el licaón de Tanzania o las abejas solitarias –animales muy importantes para la polinización– de nuestros países europeos. Si hubiésemos escrito este libro unos años antes, la tortuga gigante de la Pinta hubiera figurado entre los animales vivos, pero hoy está entre los extintos. Esperemos que los vivos sobre los que hemos escrito no pasen a engrosar la lista de extintos en un futuro no demasiado lejano. Por eso debemos reaccionar.
— Míticos. En el imaginario de muchos pueblos existen animales de los cuales no existe evidencia científica. Son criaturas míticas. Ahora bien, también debemos preservarlos, sacarlos de su invisibilidad. Quizá sea esta la herramienta para proteger y preservar culturas y pueblos muchas veces olvidados. Ahora bien, si hubiéramos escrito este libro en el siglo XIX el okapi hubiera ocupado la categoría de animal mítico o imaginario; los exploradores europeos pensaban que el relato de los aborígenes del África Central acerca de un gran animal medio jirafa, medio antílope, medio cebra que se escondía en el bosque, eran supercherías de chamanes y fantasiosos. Pasó el tiempo y se descubrió que el okapi era un animal real. Por lo tanto, es posible que muchos animales míticos respondan, en el inicio de su leyenda, a animales o criaturas que existen o han existido.
Animales invisibles es un libro donde adentrarnos con la conciencia de lo que hemos hecho hasta ahora con estos vecinos de planeta pero, sobre todo, de lo que podemos hacer, de darnos cuenta de la posibilidad de cambio a través de algo tan importante como la imaginación. Alejándose de dogmas, aquí se apela a la capacidad humana de crear otras posibilidades, de imaginar y, sobre todo, proteger a esos otros animales. Como afirma Serrallonga: “No es un libro de ciencia ficción, sino de ciencia y literatura reales, pero que invita a que la gente viaje, descubra, explore y se emocione con nosotros”. Se prescinde de fichas técnicas estandarizadas: peso, origen, procedencia, altura, distribución y otros datos sesudos de cada animal invisible.
“Tanto Gabi como yo quisimos tratarlos, libremente, desde nuestra experiencia personal. Algunas veces recurrimos a una anécdota acaecida durante una de nuestras expediciones sobre el terreno. Otras veces todo gira alrededor de un hueso o esqueleto conservado en un museo y que nos impactó. Otras es la historia que nos explicó una etnia local. Otras una noticia, dato o realidad que queremos denunciar o exaltar. Esto configura un ejercicio que hará viajar, alrededor del planeta (el mapamundi al final del libro señala la posición de los 51 animales invisibles recogidos y vemos que se distribuyen por todo el globo), a los lectoras y lectores del libro”.
La cultura, la imaginación y la ciencia se dan la mano en esta publicación, prologada por Viggo Mortensen, que desde las primeras páginas nos advierte: este libro no pretende ser un panfleto; se huye de la figura del gurú. “Nosotros solo somos los trovadores de historias que hemos vivido, de ecosistemas y animales que hemos estudiado, de excavaciones donde hemos hallado fósiles, o de entrevistas sobre animales míticos que hemos mantenido con aborígenes australianos, cazadores-recolectores hadzabe, agricultores venezolanos, pastores bolivianos, etc. A partir de ahí, el lector y lectora pueden extraer sus propias conclusiones”.
Al final, hay un cuarto animal también presente en la lectura: nosotros mismos. “Gabi y yo tenemos una formación que nos permite afirmar que Darwin y otros científicos y científicas tenían razón: somos un ser vivo más en el seno de la naturaleza”, afirma Serrallonga. “Vivimos en equilibrio con el resto de la biodiversidad, y si tensamos demasiado la cuerda el desequilibrio no nos conducirá (como solemos decir) a la extinción de la vida en el planeta —la vida siempre se abre camino—, ni mucho menos a la destrucción de la Tierra, sino a la extinción de nuestra especie. Cada especie animal o vegetal que extinguimos con nuestra presión antrópica, es un desastre ecológico, pero también un argumento más para la extinción del Homo sapiens”.
Desde esta publicación a todo el proyecto de Animales Invisibles, la idea que se busca es la contraria: “servir de base para los que quieran movilizarse, por su cuenta o de forma organizada, en preservar estos animales invisibles dentro de nuestro patrimonio. Gabi y yo imaginamos a niñas y niños de escuelas, adolescentes de institutos, jóvenes universitarios y gentes de todas las edades y condición social yendo en busca de sus propios animales invisibles: los más cercanos a sus casas, pueblos, ciudades, países o continentes. Y no para verlos sino para protegerlos”.
Quizá tengamos alguno de estos animales invisibles más cerca de lo que pensemos. Disfrutemos de las páginas de este libro y hagamos que llegue mucho más allá. Imaginemos y protejamos a los compañeros de planeta que descubramos en nuestro entorno cercano. Usemos la imaginación y la ciencia como herramientas contra la extinción.