¿Debemos creer la información médica que ofrecen las redes sociales?
Buena parte de los pacientes de un hospital cualquiera ni siquiera son capaces de comprender con precisión cualquier documento médico simple...
Por Víctor Manuel Maojo García, catedrático del Departamento de Inteligencia Artificial. Director del Grupo de Informática Biomédica. Coordinador del Programa de Doctorado en Inteligencia Artificial, Universidad Politécnica de Madrid (UPM):
Un colega americano y pionero de la inteligencia artificial en medicina, el profesor Casimir Kulikowski, me relataba cómo, en 1971, al conseguir él y otros pocos afortunados colegas sus primeras cuentas de correo electrónico en Internet, temían enviar cualquier información comprometedora. Sabían que sus mensajes pasarían por servidores informáticos militares y, por qué no, podrían ser leídos allí por un sargento vigilante. Todos ellos eran conscientes, desde el primer día, del peligro que supone acceder o poner información en Internet. Un peligro que hoy olvidamos con demasiada frecuencia.
Tiempo después de aquellos inicios, concretamente en 1989, Tim Berners Lee ideaba el protocolo de la llamada World Wide Web, cuyo uso y éxito en medicina fueron casi inmediatos. Si antes los profesionales médicos eran vistos como una especie de oráculos (o hechiceros), poseedores de un conocimiento que no podía ser transmitido a los pacientes (“no se preocupe y tome usted esto”), todo dio un vuelco entonces. A partir de ese momento, tanto los pacientes como sus familiares pudieron acceder a un nuevo universo de información médica, de desigual validez, e incluso discutir con su médico un diagnóstico o tratamiento.
En un principio, el acceso a la Web para el usuario medio era pasivo. Lo que es lo mismo: la información era publicada exclusivamente por profesionales. Pero una década después la cosa cambió. Gracias a las llamadas redes sociales, los usuarios no solo podían acceder a información sino también intercambiarla y publicarla. En medicina, cualquier profesional sanitario o paciente tenía acceso a comentar un caso médico y pedir sugerencias. ¡Hasta proponerlas sin recato, aunque fuesen ridículas, y recibir miles de “likes”!
El auge de aplicaciones como Twitter, Facebook o Instagram ha dado origen a una nueva era en la difusión de información sanitaria. La mayoría de las entidades médicas, de carácter científico o clínico, disponen ya de cuentas en estas redes sociales donde poder comunicar noticias continuamente.
Aprovechan una ventaja: el acceso universal a Internet a través de los móviles. Entre 2011 y 2014, yo mismo coordiné un proyecto europeo llamado Africa Build, con socios como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y entidades públicas de países africanos (Ghana, Camerún, Mali y Egipto), que creó una red social informática, científica. Demostramos que investigadores de países en desarrollo, que nunca habían colaborado en proyectos médicos, podían diseñar juntos proyectos de educación e investigación médica para hacer accesible información sanitaria a profesionales y no profesionales con escasos recursos médicos y tecnológicos a su alcance. Al fin y al cabo, si bien pocos africanos tienen acceso fácil a una asistencia sanitaria inmediata, buena parte de ellos sí dispone de un teléfono móvil con el que acceder a información médica y compartirla con otros pacientes o profesionales.
Conscientes de la enorme cantidad de información médica que se publica en redes sociales, compañías e investigadores llevan algún tiempo analizándola con fines médicos, sociales, políticos o económicos, con tecnologías basadas, por ejemplo, en Inteligencia Artificial. Una publicación reciente, de 2017, revisaba sistemáticamente el uso de Twitter en la investigación médica, corroborando que los datos de la popular red social son cada vez más utilizados en los estudios científicos. Sobre todo en relación con la salud pública (23%) y las enfermedades infecciosas (20%).
Otro artículo, publicado en el Journal of the American Medical Informatics Association, describía cómo un sistema de Inteligencia Artificial permite detectar nuevos efectos adversos, aún no conocidos por las compañías farmacéuticas, de medicamentos, analizando millones de mensajes en Twitter.
Después de todo, parece innegable que, si una de las misiones de los servicios de salud pública es la monitorización de la salud de la población, el análisis de los mensajes enviados espontáneamente por ciudadanos puede permitir detectar y lanzar rápidamente alertas sobre enfermedades transmisibles o efectos (positivos o negativos) de medicamentos, dispositivos médicos, actuaciones médicas o políticas sanitarias.
No todo es tan bonito en el uso médico de las redes sociales. Estudios recientes analizan la difusión masiva en Internet de teorías médicas extravagantes, como la relación entre las redes 5G y el coronavirus. Información falsa sobre multitud de aspectos de la pandemia de COVID-19 ha proliferado casi sin límite. Premios Nobel y científicos de gran prestigio han sido suplantados por otras personas en las redes sociales, para difundir información médica falsa o ambigua sobre la COVID-19, con los riesgos médicos que eso implica.
Por otro lado, informes recientes sobre la información difundida en Facebook alertan de la enorme cantidad de información falsa que se publica en esta y otras redes sociales, sin que los algoritmos de estas empresas puedan detectar aún gran parte de ella.
El peligro de la difusión de información médica falsa o errónea de titulares impactantes en las redes sociales es enorme. En el momento de escribir este artículo, numerosas compañías farmacéuticas y universidades anuncian por adelantado el éxito de sus vacunas en desarrollo meses antes de tener los resultados definitivos. Un arma de doble filo ante un público ávido de remedios.
No solo eso. La cantidad y rapidez de publicación de la información médica a través de las redes supera la capacidad del mejor profesional para leer solo una mínima parte y revisarla de forma crítica. El peligro de leer y recordar solo el título, o un tuit que resuma un artículo científico complejo, es real.
Como ejemplo extremo, el profesor Kulikowski y yo analizamos recientemente las referencias de un artículo científico muy citado, publicado en una revista médica de alto impacto, y comprobamos que la mayoría de los autores que citaban este artículo en sus propias publicaciones no podían haber leído el artículo entero, donde aparecía una información compleja, sino solo un tuit resumen o su título. ¡Es mucho más rápido y fácil leer un tuit que un artículo completo!
Nunca hubo tanto conocimiento médico al alcance de tantas personas, eso es indiscutible. Lo malo es que buena parte de los pacientes de un hospital cualquiera ni siquiera son capaces de comprender con precisión cualquier documento médico simple.
De la misma forma, estas personas no podrán manejar papers ni tampoco distinguir, en muchos casos, entre información médica veraz y falsa. ¡Enseñemos a jóvenes y mayores a reconocer las ventajas y peligros de la información médica en Internet!