¿Es peor la música de hoy que la de hace varias décadas?
El reguetón frente al rock clásico; Bad Bunny contra Michael Jackson... Los tabúes de la música en 2020 vistos por profesionales de la industria.
Hablar de ‘buena música’ en los tiempos de J Balvin, Bad Bunny y Becky G. Algo así como un sacrilegio para los oídos más puristas que han crecido con Elvis Presley, The Beatles o Neil Young. Pero estamos en 2020, la era del trap y el reguetón, donde los sonidos más electrónicos del Auto-tune y las bases programadas conviven con los clásicos del rock y el pop. ¿Qué es eso de la buena música y por qué se dice que la de hoy es peor que la de hace medio siglo?
“En absoluto es así. Me atrevo a decir que la de hoy es mejor. Hay más variedad porque hay más gente cerca de ella”. A Emilio Mercader, productor y director de los estudios MercaderLab, los prejuicios hacia lo contemporáneo le generan rechazo y replantea la pregunta. ”¿Quién dice eso de la mala música actual? Porque es falso”.
“Es injusto decirlo y además hay poco de cierto”, asevera Luis de Benito, presentador y director de Islas de Robinson (Radio 3). Tampoco admite del todo el enunciado Julio Ruiz, responsable de Disco grande en la misma emisora, aunque abre otra vía: “No es que se haga peor música, lo que pasa es que no se hace música tan interesante ni tan creativa como la que se creó entre los 60 y los 90″.
Rodrigo Contreras, la voz de Rock FM Motel en Rock FM), habla de periodos más que de calidad: “La de antes no era mejor; son épocas distintas, con patrones culturales y una creatividad diferentes”. Sobre su idea incide el director de emisoras musicales de COPE, como Cadena 100 y Rock FM, Javier Llano: “Cada época tiene su sonido y la música popular siempre ha sufrido el ataque reaccionario de las generaciones precedentes al movimiento que emerge. Ya pasó cuando surgió el rock and roll de los 50 y hoy precisamente en el rock hay un punto de superioridad moral considerando el reguetón como basura”.
La propuesta cultural de géneros como el trap y el reguetón, de raíces estadounidenses y latinoamericanas, respectivamente, se enfrenta con el rechazo del público más clásico. Su ritmo básico, buscadamente repetitivo, su estructura armónica en ocasiones lineal y el hecho, en no pocos casos, de haber nacido de un ordenador y no de una guitarra chocan con la visión ortodoxa de lo que “debe” ser la música. De lo que representaban iconos del rock y el blues como Led Zeppelin o B.B. King, por ejemplo.
Pero, debaten los expertos, por qué no se puede considerar como un producto bueno a Ozuna, a Nicky Jam o a BTS, la gran boy band en la tierra del k-pop coreano que arrasa en las listas de reproducción. Javier Llano, también jurado de Operación Triunfo, tira de pragmatismo ante la polémica. “La que cumple la función para la que fue creada es buena música. Si está hecha para bailar y la gente baila, lo es. Otra cosa es qué es obra de arte, ahí quizás Bob Dylan sí lo sea y David Ghetta no. Pero ambas son buenas músicas”. “No hay buena ni mala —matiza por su parte Emilio Mercader— como mucho se puede hablar de música culta y música de consumo inmediato”.
Luis de Benito se mueve por terrenos algo más convencionales: “Es la que me desarma, me emociona, la creada con intención de tener personalidad pero también con un cuidado en las formas”. Remarca ese concepto, “cuidado”, a diferencia de otros consultados, porque “ahora cualquiera puede sacar un álbum, pero la exigencia no es la misma que hace décadas, cuando todo estaba mucho más controlado”.
Rodrigo Contreras sale de su habitual nicho rockero y apunta a una figura universal al hablar de calidad: “Rosalía”. “En lo comercial también hay cosas muy bien hechas porque transmiten, como ella, que triunfa porque ha sabido indagar y ha inventado algo nuevo. La fusión del flamenco con otros estilos existía, pero al unirlo al trap se ha visto que no estaba todo inventado. Rosalía tiene un sello propio, algo grande... y eso es talento”.
Es uno de los pocos ejemplos de verdadera novedad que salen en las conversaciones. “Desde el 2000 hasta hoy se han ido mezclando los sonidos hasta tal punto que se ha perdido la frescura de cuando no todo estaba inventado”, reflexiona Julio Ruiz, uno de los referentes históricos en la crítica musical.
Para Contreras “siempre va a existir la creatividad, otra cosa es que se fomente esa genialidad que se impulsó en los 60-70-80”. “Bob Dylan, el tipo más copiado o influyente de la música, llegó a decir que ’todos copiamos a todos’. La música se ve reflejada en una sociedad que puede optar por priorizar temas más banales, de consumo inmediato, o más culturales”. Además, ve otro factor clave: “La educación, influye mucho; no existe una educación musical completa. En el colegio deberían enseñar a Bob Dylan o a Van Halen, no solo a Mozart o a Beethoven, para que esto siga sonando, porque el oído hay que educarlo”.
“Si algo tengo que reprocharle a la música actual es la falta de experimentación. Se va a lo que se va, hay un proyecto claro; ahora es raro plantear una sesión a ver qué surge”, analiza el productor Emilio Mercader.
Un repaso rápido por la evolución musical a golpe de hit
En la escuela no, pero en YouTube o Spotify están todos, también la legión de anónimos que publican sus creaciones, sus momentos de inspiración y lo que les venga en gana. Incontables perfiles que rara vez logran la notoriedad deseada. “A nivel creativo, detrás de ese circuito tan comercial hay muchísima gente haciendo rock, pop, folk... tratando de transmitir su sentir cotidiano y están en no pocos casos a la altura de lo que se hizo en los 60-70, pero no se les reconoce”, sostiene Luis de Benito, que por todo ello ve un “despropósito” que hoy la música se identifique mayoritariamente con reguetón y trap.
Las dos palabras ‘malditas’
“Es una forma de explorar unos sonidos y mucha gente lo puede dar por bueno, pero...”. A Julio Ruiz no le cuesta admitir que “no puede” con ninguno “y eso que he tenido las orejas bien abiertas para conocerlos”. “Buena parte de sus textos me horrorizan, sus ritmos asincopados, su exceso de Auto-tune en las voces... Eso hace 30 años llamaba la atención, hoy cansa”. “Yo lo exterminaba (el programa Auto-tune) a ver qué hacían muchos cantantes sin él”, añade entre risas Rodrigo Contreras.
El director de Disco Grande ve a los grandes referentes comerciales como “artistas inteligentes que saben hacer la música que llega al público de hoy”, aunque se resiste a algunas analogías con los más grandes del pasado [“me considero un artista de la talla de Freddy Mercury o Michael Jackson”, llegó a decir Bad Bunny]. “No, no, ni muchísimo menos” sentencia tajante.
No todos coinciden. Javier Llano defiende que son artistas “tremendamente prolíficos y crean textos que resultan útiles para muchos”. Solo recordar que Tutti Frutti (la icónica canción de Little Richard) se consideró una absurdez cuando salió y ahora es un incunable del rock. “Mira, el reguetón no tiene otro fin que el consumo rápido y lo cumple porque hay una demanda de consumo rápido, así que es buena música popular”.
Emilio Mercader, por su experiencia profesional, pide diferenciar reguetón y trap, generalmente englobados en un mismo tipo artístico: “Son estilos distintos con propuestas musicales, temáticas y orígenes distintos. Y claro que hay calidad en ellos”. De nuevo, la lucha contra los prejuicios.
El futuro de la industria
La música ha cambiado, en su sonido y en su apariencia. Guitarra, bajo y batería conviven desde hace años con ordenadores y programas de composición. Todos los expertos creen que el futuro llevará a avanzar en esta segunda dirección. Pero no hay quórum en qué sonará dentro de varias décadas.
Rodrigo Contreras tira de una figura añorada en este 2020 tan raro, la mítica canción del verano: “De lo de hoy seguirá sonando aquello que se haya creado con criterio. Lo hecho de mala manera no se oirá de aquí a tres años. Mira La Mayonesa y otras canciones del verano, ya no suenan”.
Momento revival veraniego
“Yo esta música mayoritaria de hoy, trap, reguetón, electrónica comercial... la veo efímera—explica Luis de Benito—. Seguirá sonando música de consumo, pero no los hits presentes porque, aparte de cuestiones técnicas, su público no es de escuchar discos, recuperar trabajos antiguos en casa, buscar esos álbums... como sí puede hacer otro tipo de fans”.
Más que el ‘qué‘, Emilio Mercader intuye el ‘dónde’ sonará la música del futuro. “Hoy hay un abuso del consumo rápido. Las canciones se escuchan y se tiran, como comida rápida, y dentro de 50 años creo que habrá un mercado parecido al actual, en streaming. Hay un cambio de mentalidad social: no necesitas tener nada si está en algún sitio y económicamente es una vía rentable para el autor”.
Suene quien suene, algo que Javier Llano no se atreve a profetizar —“porque no soy futurólogo”—, sí apuesta a que “la música se va a seguir haciendo con programación más que con instrumentos convencionales y con sistemas fáciles de expresarse, como los que ahora están al alcance de todos”, remata.
Música “democratizada” a disposición de cualquiera que la quiera hacer y la quiera escuchar. Y al margen de los prejuicios.