De lazos, pistolas y militares
Las claves de la semana.
Vaya plan el de perderse en el laberinto del tiempo sin saber cómo salir de él. Hay regresos imposibles por más que haya quien encuentre en ellos una adictiva manera política de existir o un exilio interior que llene de vacíos su propia existencia. No se desprenden del pasado. Lo revisan, lo añoran, y lo mantienen vivo en cada gesto y en cada conversación como si fuera el único modo de permanecer a través del tiempo para que el tiempo no les borre a ellos. Lo llaman nostalgia, pero cuando no existe armonía ni aprendizaje entre lo vivido y el ahora, entonces, la morriña deviene en una armadura contra lo real, en una obsesión patológica por el regreso.
Igual no es melancolía sino estulticia lo que tienen Torra y Abascal por diferentes motivos. Uno, con los lazos. Otro, con las armas y el Ejército. Y ambos protagonistas de otra semana disparatada en lo político, incierta en lo electoral y agotadora para el estado de ánimo de quienes se propongan votar, con la cabeza y no con las tripas, el próximo 28-A.
Repasen los últimos días y verán que, de no estar sentados ante el Supremo los líderes del independentismo y de no cabalgar la ultraderecha a lomos del conflicto catalán, lo del president de la Generalitat sería cómico. Lo que pretende camuflar tras el derecho a opinar no es más que una cuestión de legalidad y obediencia debida a las instituciones. Se llama Estado de Derecho. Ahora me resisto, ahora quito los lazos amarillos, ahora pongo unos blancos, ahora cambio todos por una pancarta en favor de la libertad de expresión... Todo para mantener viva la llama de una independencia imaginaria, plantear un nuevo pulso al Estado y hacer campaña con la cansina utilización política de los edificios públicos.
Torra ya tiene lo que buscaba: un expediente sancionador por desobediencia, una investigación de la Fiscalía y a la derecha política y mediática clamando de nuevo por el 155. No hay forma de salir del bucle de una agitación tan delirante como improductiva ni manera de que el llamado independentismo “pragmático” plante cara a semejante esperpento. Quien se sienta en el Palau es un activista irrefrenable que no tiene otra intención que seguir provocando en busca de una reacción del Estado con la que pueda justificar su desmadre ante el electorado.
Entre la épica y el ridículo, como entre el amor y el odio, hay una delgada línea divisoria que siempre que se traspasa provoca profundas fracturas y reacciones inesperadas. Está por ver que el electorado del independentismo se siente a aplaudir esta ópera bufa con la que Torra no puede añadir un gramo más de desprestigio a la institución que representa.
En Cataluña, el 28-A están en juego 47 escaños y el voto, ya saben, cada vez es más volátil. Con la división y la ambigüedad de los “comunes”, que fueron allí primera fuerza hace cuatro años, no parece que los catalanes tengan intención de mantenerles en el podio. La incógnita, por tanto, es a dónde irá ese voto y el que recibieron los independentistas y qué busca el elector con su papeleta: si más bloqueo y más inestabilidad como pretenden los secesionistas o una salida a todo este enredo que acabe con tanto dislate.
De momento la derecha ha aprovechado para cargar contra Pedro Sánchez, instarle a responder con contundencia y hacerle responsable de los lazos amarillos. Cuando Casado pide al presidente que “ponga todos los mecanismos” a su alcance para la retirada ya se sabe de qué habla y cuando Rivera clama por un Ejecutivo que no pase ni una al independentismo, lo mismo.
Con todo, el mensaje más inquietante lo ha lanzado desde la ultraderecha de VOX Santiago Abascal con el fichaje de cinco generales. “Gente que ponga orden en el Congreso”, dijo poco después de desvelar la incorporación de miembros del Ejército a sus listas electorales y tras incendiar el debate político con su propuesta para que los españoles puedan disponer de armas en casa.
A nadie puede sorprender a estas alturas que militares en la reserva se incorporen a los partidos políticos. Antes, por recordar el caso más reciente, lo hizo un ex JEMAD como Julio Rodríguez en Podemos. La ley lo permite cuando están en la reserva o si cesan en la actividad para ejercer la política. El debate que inquieta no es ese, sino el aviso de que ante cualquier nueva veleidad del secesionismo, los militares están dispuestos a defender la unidad territorial.
Las armas y el Ejército. Nada es casual y todo es de preocupar. Y entre boutade y boutade, lo que hay es una obsesión patológica por el regreso. En un caso, por una independencia irreal. Y en el otro, por unas Fuerzas Armadas preconstitucionales. Así andamos.