De ceses, enchufes y el rechazo a comportarnos como un país moderno
En la diplomacia internacional, se ve que España sigue décadas atrás...
España entró a formar parte de la Comunidad Económica Europea el 1 de enero de 1986.
La modernidad acababa de llegar, entrábamos en el club privado de la élite europea y al fin pasábamos a ser uno más en ese grupo de 12 escogidos miembros.
Acabábamos de despedir el 85 con un señor vestido de mujer y hablándonos de las empanadillas de Móstoles, el mismo que 5 años después hizo un escena con el famoso, y viéndolo con el prisma y la distancia de los años, horroroso, “mi marido me pega”.
Desde entonces, España ha viajado a lo políticamente correcto en muchos ámbitos. Ley de matrimonio homosexual, ley de memoria histórica (aún por finalizar), y una ley de violencia doméstica que nos hace pensar que hemos llegado a ser modernos y ya no hay cabida en 2019 para aquel infame sketch que, visto en youtube 27 años después, cambia las risas por repulsa.
Hemos avanzado, pero no en todos los ámbitos…no.
La política y los manejos no me los toquen, y para eso es mejor no ser europeos… y sigamos siendo españoles de los del 78.
Desde 1998, cuando llegué como erasmus a Reino Unido, y en especial desde 2002, cuando comencé a trabajar en el Ministerio de Sanidad Británico, mi percepción sobre cómo las cosas han de funcionar ha cambiado y mucho.
Mucho me sorprendía ver que, en Reino Unido, con los cambios de gobiernos no se cambiaban las estructuras de trabajo y dirección de los ministerios. No existía esa puerta giratoria tan nuestra de “cuando están los del PSOE el jefe es el Sr. García y cuando gane el PP volverá el Sr. Fernández, que volverá a salir para que entre el Sr. García si vuelve a ganar el PSOE, o en su defecto un amiguísimo del Sr García”.
Esas puertas giratorias, en más de 15 años de experiencia trabajando para diferentes ministerios, yo no las encontré en ningún lugar. Los equipos para que funcionen necesiten estabilidad y profesionalidad.
Si queremos embajadores que sepan lo que hacen no ponemos al Sr. Trillo al mando en Londres. El Sr. Trillo en solo cinco meses cambió 18 cargos, hizo y deshizo a cambio de un “pírrico” sueldo de 160.232 euros anuales… y puso una talla de un santo en la sala de espera, teniendo tiempo para su misa a diario. Una ciudad moderna como Londres volvía a tener como representación de España a la caspa y lo rancio.
Pero “manda huevos”, Trillo no es el único: Wert en París, Paco Vázquez en el Vaticano, Joan Clos en Turquía, Silvia Iranzo Gutiérrez en Bélgica, Rafael Estrella en Argentina, Luis Planas en la Unión Europea y Marruecos… la lista es interminable, y no entro en la lista de políticos que nos representa a España en la OCDE.
Esta crítica, ya la hizo en el pasado la Asociación de Diplomáticos Españoles (ADE), que mostró su disconformidad con el nombramiento de “embajadores políticos” no diplomáticos, e incluso solicito que se “limiten al máximo”.
ADE pidió que esas discrecionalidad de que dispone el Consejo de Ministros a la hora de nombrar embajadores “no debe convertirse en arbitrariedad. Y es que ahora mismo se basan para nombres en intereses partidistas en detrimento de los funcionarios diplomáticos”.
“Ser embajador de España no se improvisa ni es algo que se aprenda en unos pocos años”, explica la ADE… pero para qué vamos a escuchar a los expertos.
En la diplomacia internacional, se ve que España sigue décadas atrás, dándole al enchufismo, pero este sector ejemplifica una sociedad en la que empujamos a los chavales a estudiar carreras, cuando deberíamos empujarles a hacerse amigos de hijos de empresarios o políticos que podrán enchufarlos en el futuro.
De nada sirve un currículum que otros 2.000 chicos en tu ciudad tienen. De nada sirve estudiar Estadística o Contabilidad de costes si es mejor trabajar el networking para conseguir entrar a trabajar enchufado en grados directivos o casi (sin duda usar este anglicismo queda mejor que decir enchufe, aunque a fin de cuenta vaya en la misma dirección).
Y en la política, basta con buscar en hemerotecas para ver a imberbes y jovencísimas miembros de las nuevas generaciones o juventudes de los grandes partidos, para ver que aquellos bien posicionados con 16 años en estas estructuras son ahora los que mandan. Pocos son los partidos que buscan a profesionales veteranos independientes para puestos de dirección o gestión.
Esta es la razón por la que fue noticia la entrada en esta legislatura del diputado por Burgos, Agustín Javier Zamarrón, que se nos presenta como un oasis en el desierto de la política española. Alguien que dedicó toda su vida a su profesión de médico entra en el Congreso de los Diputados con su primer cargo político a los 73 años.
Igualmente, también nos sorprendió gratamente la inclusión de Pedro Duque en el Gobierno post moción de censura del Sr. Sánchez Castejón.
Y por eso, extraña que 33 años tras entrar en la Unión Europea, no dejemos de lado la fea costumbre de poner y quitar altos cargos no por sus trayectorias profesionales, sino por la longevidad de sus carnets políticos.
La dirección de un ministerio debería ser siempre llevada por alguien experto en la materia. Sería de agradecer que dejemos de ver esos cambios de cromos, en los que un ministro de Fomento luego pasa a ser ministro de Sanidad. ¿Qué señal se da a los profesionales de un sector cuando se regala un cargo de máxima importancia y que dirigirá la estrategia de una industria a un “amigo de”, o “veterano en el partido” sin remota idea de ese sector?
España en muchos aspectos es aún aquel país de las empanadillas de Móstoles, la de Trillo llenando de misas y santos nuestras instituciones, la de exalcaldes que nunca salieron de su pueblo y que ahora son embajadores, y así nos aseguramos de que el cortijo lo manejen los de siempre y la endogamia campe a sus anchas representándonos con el consiguiente coste a cargo de las arcas del Estado… pero no, no nos representan.