De cerdos, digos y Diegos
Peor lo tuvo el novio que en el altar dijo “Sí, quiero”, y al día siguiente alegó que había sido malinterpretado, que eso no era así, que nada más lejos de su intención, que la envidia es muy mala. O el jefe del pelotón de fusilamiento que caprichosamente gritó “¡Fuego!”, para luego declarar en el tribunal que lo habían entendido mal, que él sólo estaba pidiendo que le encendieran su cigarro.
Quizás no sean así de coloridos, pero los inimaginables malabares sofísticos de Nuria de Gispert para negar que quiso decir lo que inequívocamente dijo y así vejó a los representantes de un millón y pico de catalanes, no serían menos impúdicos y ridículos que los del sargento fumador y el novio renegado.
Pero comencemos por el principio, como dijo la letra A. Este martes se anunció que la Generalitat concedía la Creu de Sant Jordi a Núria de Gispert Català, a la misma persona que, el año pasado, fue reprobada por el Parlament de Cataluña por sus “comentarios vejatorios y excluyentes”. La señora de Gispert aquí en Cataluña es célebre por su afición a soltar en Twitter las más granadas de sus perlas ideológicas, mostrando una predilección obsesiva por Inés Arrimadas, a quien en varias ocasiones ha mandado peyorativamente a que se vuelva a Cádiz. Cataluña es de ella y de los suyos, y la otra mitad aquí vivimos de alquilados. Sin embargo, si pensamos que Torra tiene varios artículos con ese mismo talante, con el mismo tarannà que anima los tuits de Núria de Gispert, es fácil suponer que a ella no le han dado la Creu de Sant Jordi a pesar de sus tuits, sino gracias a ellos.
Un indicio. Al día siguiente del anuncio, a la señora de Gispert no se le ocurre mejor festejo que colgar un tuit donde compara con “cerdos” a Arrimadas y otros líderes políticos de Cataluña, y celebra su partida a otros lugares de España.
No todos los catalanes hemos sabido encontrarle la gracia a su tuit, y el jueves, en un coqueto bar del Cuadrado de Oro de Barcelona, dos vecinas anónimas, dos heroínas cívicas la han interpelado con gallardía, endilgándole a modo de despedida un epíteto con el que demostraron ser conocedoras de la terrible historia de Europa en los años 20 y 30 del siglo pasado. Casualidad o no, pero lo cierto es que a los pocos minutos de Gispert borró su tuit.
Lo borró, pero, lejos de pedir disculpas avergonzadas, escribió otro negando haberle querido decir “cerdo” a nadie, y doliéndose de que hubiera gente que lo haya “querido” interpretar así.
Pero, ¿cómo más lo pudimos haber interpretado, señora de Gispert? ¿Qué alternativa hermenéutica cabe aquí, si su tuit viene hasta con un dibujito? ¿Si no los compara con “cerdos”, entonces en dónde radica la gracia de su tuit? No se duela tanto y explíquenoslo… Desde luego que esta gran matrona del nacionalismo catalán nos ahorrará malabares sofísticos, pues lo suyo son las órdenes y ¡en mi casa mando yo!
Torra aduce que el tuit ya se borró, asunto zanjado. No es tan extraña esta reacción suya, primero porque en su partido viven en la delirante ficción de que, como se cambiaron el nombre y ya no se llaman Convergencia sino PDeCAT, todo su apabullante historial de corruptelas ya no tiene nada que ver con ellos. Y segundo porque, si en uno de sus artículos él mismo nos llamó a buena parte de los catalanes “carroñeros, víboras, hienas” y “bestias con formas humanas”, pues esto de “cerdos” le debe parecer una cosita rica de nada.
Donde dije digo, digo Diego, y a mayores insultos xenófobos, mayores honores patrios.
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