Cuidado con perder el 'oremus'
El problema es cómo cuadrar las cuentas de la reconstrucción, preparando en paralelo una ‘caja de resistencia’ para afrontar los posibles brotes y rebrotes.
Mira uno por ahí fuera, aunque sea desde aquí dentro, porque hoy no hace falta viajar para ver las cosas en tiempo real y en directo, y puede comprobarse como España no es ni un zoológico ni un museo de curiosidades. Que con las diferencias inherentes a cada país, es uno más de la Unión Europea, y que por alguna misteriosa razón de vez en cuando cae presa de un complejo de inferioridad que le lleva a creerse con fe de carbonero las trolas (antes era la ‘leyenda negra’) inventadas por otros para dañarla y aprovecharse de sus debilidades. Verbigracia, el tesoro que Drake le robó a España en 1560 es uno de los grandes reposaderos del orgullo inglés.
Eso ocurre ahora con algunos argumentos utilizados tanto en la crisis de 2008 como en la actual de la pandemia. En la ‘gran recesión’ que dio coletazos hasta casi ayer se decía desde una entonces intransigente Alemania, aplaudida por los ‘ricos del norte’, que los españoles eran unos gandules de sol, playa y copas para justificar la dureza del ‘rescate’ exigida por unos bancos temerarios que priorizaban el cobro de sus arriesgados préstamos. Nada nuevo bajo el sol.
La verdad era que según Eurostat (Oficina Europea de Estadística), trabajábamos más que los alemanes. Y que aquél crack había sido provocado precisamente por un montaje perverso de capitalismo de casino defendido por un ‘selecto’ club extractivo de puritanos y aprovechados de esa ideología neoliberal.
Ahora, cuatro de los ‘tacaños’ –Suecia, Países Bajos, Dinamarca y Austria– dicen lo mismo en una situación catastrófica que no es un endemismo ibérico sino un problema mundial. Frente a ellos, empero, se encuentra una pragmática Angela Merkel que ha entendido las lecciones de la reciente historia y las características de la catástrofe planetaria provocada por la Covid-19.
La situación presente de España debe ser entendida también desde dentro de ella en el contexto y las dinámicas de la actual situación europea e internacional. Tanto por la derecha radicalizada como por una izquierda ídem. Creo que sigue siendo muy actual un pensamiento de John Maynard Keynes expresado en una conferencia (Las posibilidades económicas de nuestros nietos) precisamente en Madrid en 1930: “Me atrevo a predecir que acabaremos demostrando en nuestro propio tiempo el error de los dos tipos opuestos de pesimismo que ahora hacen tanto ruido en el mundo: el pesimismo de los revolucionarios, que creen que las cosas están tan mal que no nos puede salvar más que un cambio violento; y el pesimismo de los reaccionarios, que consideran tan precario el equilibrio de nuestra vida económica y social que piensan que no debemos correr el riesgo de hacer experimentos”.
Tan equivocado es no llegar como pasarse. En las circunstancias de hoy, y cuando el griterío ya se ha alejado y la cuestión de cuándo se vio o dejó de verse la amenaza, y si el Gobierno estuvo pronto de reflejos, tardío o mediopensionista ya es una extravagancia comparativa… el problema es cómo cuadrar las cuentas de la reconstrucción, preparando en paralelo una ‘caja de resistencia’ para afrontar los posibles brotes y rebrotes.
Desde Europa, las voces sensatas del ‘centro’ político y estratégico que se ha ido conformando en estos meses ofrecen una receta con dos ingredientes principales y postres a elegir: un plan especial de ayudas compuesto por préstamos y fondos sin devolución, y la necesidad de que se suban impuestos. Al fin y al cabo los impuestos tienen su propio principio de Arquímedes: “Un cuerpo total o parcialmente sumergido experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado”. Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro dejaron de lado sus convicciones fiscales bajistas y llevaron acabo un fuerte incremento de la fiscalidad, que se cebó sobre todo en la clase media y el trabajo, y que descuajeringó el Estado de bienestar.
Pues bien, ahora toca reparar los daños producidos por el coronavirus y los acumulados por una política irresponsable que ha sido como la aluminosis para la estructura del entero Estado social enunciado en la Constitución de 1978. El Gobierno, con el suficiente apoyo parlamentario, ha ido arbitrando un amplio panel de medidas de choque a favor de los trabajadores, de las empresas, de la primera línea que son los ayuntamientos, de las comunidades autónomas…tirando de la deuda. Pero ese recurso no es infinito, porque, como le preocupaba a Keynes, está el asunto de nuestros nietos.
Las deudas excesivas son insoportables y siempre suelen terminar catastróficamente. Claro que de la misma manera que hay que subir la carga impositiva, hay que medir bien el cuánto, el qué y el quién.
Hay dos extremos de aquél pesimismo ruidoso keynesiano: por un lado el PP casadista, que se niega dogmáticamente a subir impuestos, es decir, que no llega; y por el otro Pablo Iglesias que, ya puestos, se pasa con medidas populistas y de estética revolucionaria que ahogarían a un amplio sector de la clase media y del pequeño empresariado.
El líder popular ha hecho de la confrontación continua su seña de identidad: Casado contra el mundo mundial. Cuando los organismos internacionales le dicen a España que gaste para que se mueva el consumo, él propone a sus amigos europeos que pongan condiciones; cuando desde Bruselas, y otras capitales influyentes, se le dice a Madrid que aumente la recaudación fiscal, él y los suyos predican el adelgazamiento; cuando entidades e instituciones económicas, sociales, partidos, sindicatos… piden grandes acuerdos, él va contracorriente.
El resultado es que va aislando a una derecha a la que sin embargo le es vital estar acompañada por la mayoría centrista o centrada del país, por la moderación responsable e inteligente. Es un punto suicida quedarse fuera de los pactos del Congreso, de las principales leyes, de la línea de los acuerdos en Moncloa con los líderes de la CEOE, la Cepyme, UGT y CCOO… ignorar las llamadas de Europa a un ‘gran pacto’ y las reiteradas llamadas a la prudencia en sus tratos y escarceos con Vox.
Eso lo ha entendido Inés Arrimadas, que está demostrando ser una buena estratega y estar en la ‘onda’ de los cambios profundos que se cuecen en las profundidades de un caos que ha terminado de destrozar las pocas certezas que quedaban.
Por su parte, el Gobierno de coalición tiene que despojarse de cualquier exceso radicalista. La cuestión del impuesto a las herencias y las donaciones, por ejemplo, no puede entenderse sin tener en cuenta el tiempo de hoy: la amplitud de la clase media, a pesar de los mazazos que ha recibido y del ordeño intensivo a que ha sido sometida, exige que esta fiscalidad no sea confiscatoria en la práctica. En Galicia (donde estoy ahora), en Canarias, en Madrid, en general en toda España, este asunto ha atraído incluso un voto de izquierdas tanto en la ciudad como en el rural. Otra seria preocupación, muy extendida pero poco publicada, y de la que el Ejecutivo sanchista parece altivamente ajeno, es el afable consentimiento cuando no el impulso podemita de la okupación como si fuera un derecho democrático y no un delito. Este problema fue uno de los primeros puntos de fricción de la alcaldesa Carmena con el ‘núcleo duro’ de los concejales podemitas que apoyaban la práctica okupa.
Es cierto que parece que España va asumiendo la cultura de la coalición, y de su relación coste-beneficio. Los ciudadanos han podido comprobar que aunque la situación no sea lo que se dice tranquilizadora, en ningún sitio lo es actualmente, las profecías finimundistas no se han cumplido, ni una. Todo tremendismo termina siendo grotesco. La gente, poco a poco, separa lo verdadero de lo falso. Casado vive del anuncio del cercano apocalipsis, que conforme lo ve acercarse, se aleja; pero tampoco mucha gente acaba de fiarse de Pedro Sánchez y de su pareja política de hecho Pablo Iglesias. Y eso que por ahí fuera, como en la OMS y otros organismos, se empieza a reconocer el ‘ejemplo’ español que aquí unos ven y otros ignoran: El eficaz mecanismo del estado de alarma, los ERTE y el ingreso mínimo vital para paliar el impacto y las consecuencias de la crisis sanitaria, la reconstrucción del Sistema Nacional de Salud y de los pilares económicos…
Ahora lo importante es no perder el ‘oremus’ y no poner en riesgo lo conseguido con tanto dolor y esfuerzo. Ese es el mayor desafío del funambulista de La Moncloa.