Cuidado con lo que se desea
Porque… se puede acabar consiguiendo.
Para los griegos Eos –la Aurora– era la hermana de Helios y de Selene. Según la mitología la diosa se enamoró del mortal Titón, hijo de Laomedonte, rey de Troya y hermano de Príamo. Eos, la de los “dedos rosados”, le raptó y se lo llevó al Olimpo, en donde pidió a Zeus que le concediera la inmortalidad, a lo cual el padre de los dioses no pudo negarse.
Con las prisas, que son malas compañeras, la diosa se olvidó pedir para su amado un complemento, la juventud eterna. Un descuido de terribles consecuencias. Con el paso del tiempo Titón se fue arrugando y menguando de forma inexorable, hasta que acabó convertido en una cigarra o, según otras versiones, en un grillo.
Desde entonces todos los días Eos se despierta llorando por el destino de su amado, y de sus lágrimas brota el rocío, que sirve de bebida matutina para el inmortal Titono. Cuando algún transeúnte se cruza en su camino y le pregunta qué es lo que más desea, responde invariablemente: “Mori, mori, mori…” –estar muerto–.
Seguramente que la mayoría de los lectores conoce a la diosa Hebe, la de la juventud, pero no tantos son los que tienen noticia de la divinidad que personifica la vejez, Geras, el compañero inseparable de Tánatos, la muerte.
De su nombre –Geras– derivan los vocablos geriatría o gerontología. Habitualmente se le representa bien como un hombre encogido o bien como una mujer apoyada en un báculo y con una copa, que mira de forma lánguida a un pozo donde hay un reloj de arena. Una desconsolada alegoría del poco tiempo que le resta por vivir.
Dejemos a los griegos y saltemos hasta el siglo XVI. El 8 de abril de 1513 el conquistador español Juan Ponce de León –el descubridor de la península de Florida– tomó posesión, en nombre del rey de España, de Cabo Cañaveral. En aquellos momentos no podía imaginar, ni de lejos, que cuatrocientos cincuenta años después desde allí partiría el primer hombre en su viaje a la luna.
Durante su estancia en la península americana el vallisoletano y sus hombres comprobaron en sus propias carnes la ferocidad de los lugareños, que lanzaban flechas a tal distancia y con tal puntería que no dejaban de ocasionar bajas entre sus filas.
Probablemente fue en aquel momento cuando Ponce de León tuvo noticia acerca de un manantial salutífero que usaban los indios y que “tornaba jóvenes a los añosos”, la fuente de la eterna juventud.
Ante la imposibilidad de establecer alianzas con los nativos y cansado de guerrear, el conquistador decidió retornar a la península Ibérica, en donde Fernando el Católico le honró con el título de Adelantado de la Florida y el permiso para poder poblarla.
Su segundo viaje al Nuevo Continente se demoró algunos años, cuando lo emprendió ya era sexagenario y viudo, dos hechos que han dado pábulo a algunos historiadores a pensar que acudió en pos de la fuente milagrosa. A pesar de lo romántica que nos pueda parecer esta historia, no hay ninguna constancia de ello en las crónicas oficiales.
Actualmente en Florida hay varias fuentes que se disputan el título del manantial de la eterna juventud. La más popular es la que se encuentra en Punta Gorda y de la cual los lugareños beben de sus aguas de forma ininterrumpida desde 1894.
En 1983 un grupo de científicos estadounidenses analizaron sus aguas y cuál fue su sorpresa al descubrir que contenían 9,2 picocurios de radio-226, cuando los límites recomendados para este elemento radiactivo son 5 picocurios.
El gobierno trató de eliminar el manantial radioactivo, pero se topó con la férrea resistencia de los lugareños. La administración no tuvo más remedio que rendirse y a día de hoy la fuente sigue en activo, eso sí, con un cartel que advierte del peligro que puede entrañar beber su agua. Y es que hay que tener mucho cuidado con lo desea, porque… se puede acabar consiguiendo.