Cuidado con ese que es psicólogo
Si en una reunión social le presentan a un médico y nota que en vez de mirarle a los ojos le mira el fondo del iris, y cuando estrecha su mano solo le interesan el color de su piel y la calidad de sus uñas, puede ser que usted esté un poco paranoico, pero también puede ser que le incomode que le estudien sin su consentimiento buscando algo malo. Lo mismo ocurre con los psicólogos. Todavía es frecuente escuchar: ¡Ten cuidado con ese que es psicólogo!
El origen del desencuentro procede de que ambas disciplinas se han pasado demasiado tiempo estudiando la enfermedad y muy poco la salud en positivo. La historia de la medicina moderna está plagada de estudios sobre la enfermedad y la muerte. Su principal teatro de operaciones ha sido la mesa de disección y su máxima, algo así como: "No hay personas sanas, sino pacientes mal diagnosticados". Con la Psicología ha pasado algo parecido, en vez de comenzar por describir en qué consiste la salud psicológica y cómo fomentarla, se dedicó a clasificar el sufrimiento humano y a poner nombre a sus síntomas. El resultado fue una visión empobrecedora: "Todos somos neuróticos".
En los años 60, Aaron Antonovsky, trabajando con ancianas judías que habían sobrevivido a los campos de concentración nazis, encontró que había un buen número de ellas que disfrutaban de un sorprendente buen estado de salud física y psicológica. Tratando de comprender el fenómeno realizó un cambio de enfoque revolucionario: Se preguntó cuales eran los factores que determinaban la salud y el bienestar. Una de las cosas que descubrió es que las personas tienen distinta capacidad para metabolizar las adversidades (resiliencia) y que esa capacidad, aunque está condicionada por el estilo de apego que han adquirido de pequeñas, se puede potenciar trabajando en la dirección adecuada. El nuevo enfoque se denominó salutogénesis en oposición a la patogénesis que dominaba completamente el panorama.
La aplicación de criterios patológicos a la población general, además de cometer el error injustificable de tomar la parte por el todo, provoca el rechazo instintivo de las personas, alimentado supersticiones sobre el psicólogo y la psicología.
No es de extrañar que algunas personas eviten a los psicólogos si se sienten prejuzgados negativamente, particularmente en situaciones en las que no han sido ellos los que han solicitado ayuda, sino que han sido "invitados" a asistir a una cita en calidad de padre/madre/hijo/hija, pareja, empleado, presunto delincuente, consumidor de drogas o enfermo mental, pudiéndose emitir un juicio sobre ellas o tomar alguna decisión que les afecta. Cuando así sucede, o al menos eso creen estas personas, no es fácil iniciar una relación de colaboración. Los psicólogos deberían asegurarse de si el contexto en el que trabajan está enviando ese mensaje a los usuarios y, en caso afirmativo, tomar las medidas oportunas.
Afortunadamente todo esto está cambiado. Ahora la medicina y la psicología también se dedican a la salud y a su promoción, dando la debida importancia a los factores de protección y no solo a los de riesgo. Ya se puede hablar científicamente de la comunicación como un activo para la salud, de la gestión emocional como factor de protección y de la felicidad como una meta legítima, aunque es difícil determinar hasta dónde ha calado este cambio de mentalidad en la sociedad.
La psicología clínica es muy necesaria porque todos sufrimos problemas mentales a lo largo de nuestra vida, igual que físicos, pero precisamente porque se trata de algo que nos afecta a todos, deberíamos poder integrar sus conocimientos de forma preventiva en los sistemas educativo y sanitario e incorporar hábitos mentalmente saludables en nuestras vidas: Mantener una vida rica en relaciones amistosas, amorosas y de ocio; prestar atención a las propias emociones, identificarlas y expresarlas adecuadamente; escuchar activamente a nuestros interlocutores y ponernos en su lugar; adoptar una actitud crítica ante los prejuicios negativos; evitar el discurso quejumbroso y negativista, etc.
España, a raíz de la pasada crisis se encuentra entre los mayores consumidores de antidepresivos del mundo y está a la cabeza de Europa en la prescripción de psicofármacos. No se trata de entender los sentimientos dolorosos o tristes como síntomas de enfermedades y de mitigar el sufrimiento con medicamentos, se trata de "hacer más fáciles las opciones mas saludables".