Cuestión de piel
"La película más original de la competición. Solo los españoles podrían atreverse a hacerla". Esta frase, así enunciada, se repite en mi mente como un mantra. "Solo los españoles podrían atreverse a hacerla". Así ha calificado Pieles el jurado de la 28 Edición del Festival du Cinéma Espagnol de Nantes, festival en el que La enfermedad del domingo de Ramón Salazar se ha erigido como vencedora y en el que se ha homenajeado la excelente carrera de Isabel Coixet. En este certamen, la película de Eduardo Casanova se ha hecho con el Premio a Mejor Opera Prima, una cinta absolutamente metafórica de lo que es, y en lo que convertimos, la condición humana.
Hace cuatro años tuve la inmensa suerte de conocer a su director, un joven al que todos llamaban "Fidel" y en cuya mirada se atisbaba un auténtico Casanova. Coincidimos en Valencia, de camino al Festival Cinema Jove. Él iba a presentar su cortometraje La hora del baño, y yo había sido invitada para hablar en la Filmoteca de la obra de Chumilla Carbajosa. La organización nos asignó un taxi que nos llevaría al mismo destino y, en el trayecto que separaba la estación del hotel, pude evidenciar su extraordinaria fuerza. Estaba acompañado por su padre y mostraba una bellísima tez dorada, resultado del sol caribeño que había absorbido en la Escuela de San Antonio de Baños.
En Cuba, me comentaba, había cursado sus estudios para convertirse en director. Enseguida conecté con él, es más, con Eduardo Casanova es difícil no conectar; su capacidad de sorprender y de sorprenderse resulta admirable. Aunque no le conocía, aquella sonrisa, atenta y cortés, me dio una inmensa sensación de paz. Durante quince o veinte minutos hablamos de películas, de juventud, de cine, de mi trayectoria y de la suya. Discutimos de lo humano y lo divino mientras el conductor nos escuchaba y asentía. Cuando nos registramos en el hotel, le prometí acudir a la presentación de su cortometraje y, pocas horas después, ambos estábamos en una cafetería esperando entrar en la sala donde lo proyectaban.
Fue visionando su cortometraje cuando me di cuenta de que Eduardo Casanova no iba a ser un realizador al uso. Su empleo de la dirección artística no remitía a Ulrich Seidl o a John Waters, cineastas que admiramos y de los que, naturalmente, hablamos; su cine, y el uso plástico que realiza de él, tenía y todavía tiene una función clínica. Los tonos rosáceos y azulados solo son utilizados como bálsamo que disimula la aspereza que inocula, del mismo modo que un antibiótico tiene regusto a fresa o un tóxico resulta dulce al paladar. Esto vuelve a suceder en Pieles, esa película que solo Casanova, de entre todos los españoles, se ha atrevido a hacer.
No podría ser más certera ni más dolorosa ni más verdadera. Hiperbólica, por supuesto, y del todo perturbadora, esa es la intención. No obstante, hay algo en ella que conduce al desenlace sin apenas percibirlo, ni mucho menos desearlo. El desfile de personajes con vidas inmisericordes, lejos de incomodar al espectador, consiguen su total adhesión. Somos también, de alguna manera, huéspedes de su piel. Durante centurias enteras, se dice en la película, hubo generaciones de esclavos que jamás supieron que existía la libertad. La gente fuera de la norma, remarca Casanova, es objeto de violencia porque se considera lícito abusar de ellos, porque la línea que marca la diferencia nos alienta a arrogarnos el derecho de discriminar, de juzgar y de someter. Por eso triunfa esta cinta que es crítica con la miserabilidad del que se considera normal, porque con ella nos hacemos conscientes de que todos somos potencialmente marginales. Qué es la belleza, se pregunta el director, qué es ser normal; quién puede robar una existencia, por qué hay tanta permisividad con la pederastia o con la prostitución. Quién tiene el derecho a arrebatar infancias, amores y vidas.
Para hacer aún más patente su mensaje, Casanova recurre a un elenco de intérpretes que, encabezado por Carmen Machi, Candela Peña, Ana Polvorosa, Macarena Gómez, Itziar Castro, Secun de la Rosa o Joaquín Climent, se prestan a las transformaciones más feroces en aras de que la idea cobre forma.
Por ello ahora, después de ser presentada en la Berlinale, en Málaga y de estar nominada a tres Premios Goya, no podría ser más adecuado que Pieles se haya hecho con el premio a la Mejor Opera Prima en Nantes. Porque aunque la piel cambia, se opera y no es nada, como sostiene el personaje de Candela Peña, el talento es inmutable.
No lo duden, acérquense a esta película que, trascendiendo lo terrible, es capaz de introducirnos en otras pieles e invitarnos a recapacitar.