Cuentos de miedo en tiempos de desigualdad
Después de 40 años de neoliberalismo, la desigualdad y el abandono no son nuestro temor oculto, sino la premisa de cualquier ficción para ser creíble.
Tener temores es natural. Lo propiamente humano es inventar ficciones para gestionar esos temores. Hombres del saco para niños y niñas. Sádicas maldiciones punitivas para adolescentes y terror económico, terror de estatus, terror a perder tu estilo de vida para las poblaciones adultas, como señalaba Raúl Minchinela en las Reflexiones de Repronto de 2007. El cine español ha elaborado recientemente dos ficciones que, por su reiteración en el asunto, lleva a preguntarnos a qué debemos tanta insistencia. En 2011, se estrenaba Mientras duermes, una película de Jaume Balagueró, en la que un conserje (Luis Tosar) se dedicaba a boicotear la vida perfecta de una buena chica bien (Marta Etura) metiéndose de forma clandestina en su casa. En su primer fin de semana, solo Contagio, de Steven Soderbergh (qué cosas), mejoró su recaudación en España.
Este fin de semana, Netflix estrenaba Hogar, de Álex y David Pastor. Total protagonismo de Javier Gutiérrez en su intento de recuperar el éxito, también a través de inmersiones furtivas en la vivienda (que las ficciones saben que valen más que nuestras vidas) de otro chico bien (Mario Casas). A la vista de estas películas, y de otras recientes como Joker y Parásitos, se diría que los adultos enfocamos nuestros miedos en dos emociones humanas bastante peligrosas: la envidia y el resentimiento. Aunque la envidia es plural, lo más frecuente es que fluya desde abajo hacia arriba. En una situación desigual, quien está abajo no tiene una sensación de injusticia porque, por ejemplo, reciba menos que quien está arriba aun haciendo lo mismo o más, sino de envidia. Las películas nos enseñan que la envidia es el atajo de quien carece de virtud para alcanzar los resultados que pretende.
¿A qué se debe esta insistencia en el atajo y en el golpe perfecto, que ya no aspira a vaciar el Tesoro, sino a conquistar una vida? Las ficciones de esta década son, a este respecto, muy distintas a los cuentos infantiles y juveniles que, en su día, consumieron sus actuales clientes. Las ficciones adultas desmienten a sus predecesoras y aceptan que no existe una vía razonable para que quien está abajo pueda vivir alguna vez algo parecido a quien está arriba. Esta inmovilidad social sobrevenida enquista la envidia, que da paso así al resentimiento.
Joker delimita el miedo al resentido en los albores de la hegemonía neoliberal. En una sociedad meritocrática, en la que se premia a quien “lo merece” pero se cuida a quien “lo necesita”, el monstruo eran las welfare queens, quienes aprovechan la bondad y el esfuerzo colectivo para despreocuparse y vivir de las ayudas. Este temor, auténtico demonio de la literatura neoliberal hasta entrado el siglo XXI, parece haber desaparecido de las ficciones contemporáneas. Joker es el primer monstruo propiamente neoliberal, resultado de haber diluido las protecciones y fijado en cambio las escalas sociales. El resentido no se aprovecha de nadie porque nada hay de qué aprovecharse. Es, en cambio, el ojo del huracán de la turba. Mucho cuidado.
Lo particular del resentido español (que no es setentero, sino contemporáneo) es, en cambio, que su resentimiento está injustificado. ¿Cuál es el gran drama de sus vidas? ¿ser un publicista con experiencia, una familia estupenda y un piso en propiedad en un barrio obrero? ¿tener un puesto fijo y una vivienda en una finca del centro? El resentido contemporáneo no es un outsider, ni marginal ni bohemio. Como dirían en Parásitos, tiene un plan. Es un emprendedor que, además, maneja los códigos del sistema. Usa las estrategias del coaching, de la comunicación y de la psicología para engatusar a unas élites ingenuas a las que se les advierte que su misma intangibilidad les está poniendo en peligro. Hable con un pobre de vez en cuando y no tendrá que distinguirlos solo por el olor.
Este resentido sin causa, que cacarea cómo las élites conspiran en su contra ante la mínima dificultad, que se hace pasar por víctima (falso adicto como en Hogar) o amigo y benefactor, como también en Mientras Duermes o Parásitos, para ganarse tu confianza, que son al mismo tiempo su peor enemigo porque son los únicos capaces de denunciar sus artimañas (como en Parásitos o en Hogar), cuyo plan no es la paz en el mundo o el bienestar de los más desfavorecidos, sino cumplir sus sueños, que ni vivió una guerra ni hizo la Transición y que tiene un trabajillo y una casa caliente a la que volver si la cosa se pone fea, al que asaltan los temores de los esforzados ingenuos que cumplen las reglas aunque no les gusten. ¿Quiénes son si no los sujetos políticos más críticos con la gestión austera de la crisis de 2008 que tomaron el camino fácil del resentimiento político? ¿Qué otra cosa es el populismo?
40 años después de Joker, la desigualdad y el abandono no son nuestro temor oculto, sino la premisa de cualquier ficción para ser creíble. Cuando las ficciones no distinguen con claridad quién es el parásito y quién el parasitado. Solo los planes inverosímiles tienen alguna probabilidad de éxito y nadie que no haya llegado ya tiene motivos razonables para seguir los caminos marcados. Nuestro principal temor es un destilado de esta incertidumbre moral, el signo de que, bajo esa luz irreal que solo existe en Netflix y cierta distancia cínica, no sabemos si al final de la pendiente nos espera el veneno o la cura. Conjuramos el presente agitando el fantasma del cambio, a ver si, al enceder la luz del salón, la normalidad da menos susto.