Cuanto más me acerco a los 40, menos añoro los 25
En menos de seis meses, cumpliré 37 años. Aaaaaay, qué cifra tan fea. Más de 36 años, un gato, autónoma y soltera. ¿Que si cumplo el cliché? Quizás. ¿Que si me da igual? Sí. Es mi vida, la vivo plenamente, asumo cada decisión que tomo y cada paso que doy. Sin arrepentimiento, eso nunca. ¿Que si a veces me siento decepcionada? Claro que sí. ¿Y me sorprende que la gente me defraude? No. Es así, he dejado de buscar todas las explicaciones del mundo. Acepto las cosas y sigo adelante. Si echo la vista atrás y miro lo que he logrado en los últimos años, me siento completamente orgullosa de mí misma. Y si me ofrecieran volver a mis 25 años, no lo haría.
Cuando veo a las jóvenes de 25 años de ahora, tienen una seguridad y una franqueza al hablar que yo no tenía hace 10 años. Y bien por ellas; la sociedad cambia y los comportamientos también. A veces las compadezco por no haber tenido una adolescencia lejos de las redes sociales y lejos de esta sociedad que te impone de forma avasalladora una visión del cuerpo y del modo de vida. Es verdad que yo tuve una adolescencia y una juventud basadas en las revistas; empezábamos a descubrir Facebook e Internet, y ya empezaba a ser guay, pero no era tan opresor.
A los 25 años, muchas personas creen saber todo del mundo, de lo que será su carrera, su vida amorosa y su vida hasta que tengan 60 años (no me digáis lo contrario, porque todas hemos sido esa chica supersegura de sí misma porque con 25 años ya ha vivido mucho). Lo hemos previsto todo. Durante nuestros estudios, nos comían la cabeza diciéndonos cómo tenía que ser nuestro salario. Nuestra carrera será increíble, todo pensado y hasta fácil. ¿Por qué no iba a ser así? A esa edad nuestra vida amorosa es fácil, nos comemos menos la cabeza y todo nos parece superable (no pasa nada, es sólo un tío, es muy fácil encontrar a otro). Nos enseñan a prever las cosas de nuestra vida y todas sus etapas. Y a día de hoy, no he tachado ni la décima parte de lo que seguramente había puesto en mi lista cuando tenía 25 años. ¿Acaso me molesta? La verdad es que no.
Enseguida comprendí que las cosas no eran tan fáciles ni tan previsibles, ni estaban tan escritas, y que nos habían contado muchas tonterías sobre el sueldo, las facturas y la vida sentimental. A los 25 años ya llevaba 4 trabajando, ya conocía las dificultades para encontrar trabajo, el paro, las entrevistas laborales fracasadas, las mudanzas y la vuelta a casa de papá y mamá. En cuanto a las rupturas amorosas, no habría pensado que eso sólo era el principio de una larga serie de litros de lágrimas, decepción y pena. Sin embargo, esas dificultades me enseñaron el coraje, la determinación y a no bajar los brazos. Pero no me daba cuenta de que, en cada crisis, remontaba y avanzaba incluso más. No tenía edad para tomar perspectiva sobre ciertas cosas. Y aunque no dejaba de cuestionar mi identidad y mis errores, para los demás siempre encontraba una excusa. Y así estuve un tiempo.
Pero después de un tiempo, cuando tu vida laboral no es ideal pero te contentas y tu vida amorosa roza el desastre, se empieza a dañar la moral y esa certeza que tenías sobre los planes que hacías inconscientemente. Me costó tiempo comprender que preverlo todo tal y como nos han enseñado no me convenía. Es cierto que el carácter de la gente también juega un papel, pero yo era una chica maja, un poco delgada, bastante tímida y nada atrevida, con la que se podía hablar, pero con la que no se podía recorrer las pistas de baile hasta por la mañana. ¡Y aun así me lo pasaba bien! Mucho. En Nantes, tenía un grupo con el que salía todos los fines de semana, salíamos por la noche y a veces aguantábamos hasta por la mañana. Después, cuando llegué a París, probé las apps, conocí a tipos malos, no porque fueran crueles, pero formaban parte del grupo de los del "no es un buen momento". Después, un día, hacia los 30 años, todo se volvió muy complicado, demasiado. Lo que yo había previsto a los 20 años, y confirmado a los 25, ya no existía y yo estaba lejos de vivir lo que había previsto. Mi preocupación era simple. Y la solución, al final, también lo fue.
Como sabéis, decidí arremangarme e ir a la consulta de un psicoanalista. Esa decisión la tomé sola y es la mejor que he tomado en mi vida hasta la fecha. Marcó el comienzo de una serie de decisiones a cuál más enorme. Varios meses después de pasar por el diván de mi psicoanalista, por fin entendí a qué debía parecerse mi vida. Cómo gestionar las montañas rusas de mi vida sentimental, amistosa y profesional. Cómo ir acorde a mi vida. Y en ningún momento desearía volver a vivir mis 25 años. Por supuesto que no me arrepiento de esos años, pero los últimos seis años que he vivido son mucho más interesantes, enriquecedores y van mucho más conmigo. Ser adulto es esto, es estar en armonía y no ser esa joven pseudoadulta que cree saberlo todo porque ya ha vivido una ruptura y una vez mandó a la mierda a una compañera.
Ser adulta significa cuestionarse a una misma cuando es necesario. Y también significa no hacerlo cuando no es necesario. Significa saber avanzar, estar segura de ti misma y de tus decisiones y saber lo que vales. Significa mirarse al espejo sabiendo pertinentemente quién tenemos enfrente y aceptar todo lo que somos. Quizás a los 25 años eres muy adulta, pero si esperas 10 años y echas la vista atrás, entenderás lo que quiero decir hoy. Así que, sí, puedes tener más de 36 años y ser la posible representación de un cliché, pero lo importante es saber el motivo por el que te levantas cada mañana. Para mí, ser adulta consiste en desarrollar mi actividad, darlo todo con lo que hago y asumir que no voy a encajar en todos los roles que pensaba a los 25 años. Consiste en ser yo misma y en estar orgullosa de mí misma. Lo que consigues no lo haces por nadie, sólo por ti. Así que, a mi yo de 25 años le digo: gracias por haber estado en mi vida, estuvo bien, pero con una vez tuve bastante.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Francia y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano