A estas alturas nadie se sorprende si le dicen que debe cepillarse los dientes todos los días, y que debería hacerlo una media de tres veces diarias.
No sólo se sabe, sino que la mayoría de gente lo hace. La última encuesta sobre salud oral publicada en España, de 2015, refleja que más del 65% de los españoles menores de 44 años se cepilla más de una vez al día, y la cifra baja a casi el 50% si se engloba al conjunto de los españoles. Los que no usan nunca el cepillo son residuales en el grupo de 0 a 44 años —no llegan al 1%— y se quedan en el 6,9% en el grupo de 65 a 74 años.
Sabemos que hay que lavarse los dientes pero no tenemos tan claro el cómo ni el con qué... cantidad de pasta. Ahí la publicidad ha hecho mucho daño. Los anuncios con boyantes cepillos hacen pensar que esa es la norma, aunque los expertos coinciden en que en cuestión de dentífrico la ficción supera la realidad.
Siempre tendemos a pensar que cuanta más cantidad vamos a cepillarnos mejor, pero no
Óscar Castro, presidente del Consejo General de Dentistas
“Siempre tendemos a pensar que cuanta más cantidad vamos a cepillarnos mejor, pero no es así”, asegura a El HuffPost Life Óscar Castro, presidente del Consejo General de Dentistas.
La edad es la que marca la cantidad, explica el especialista, que divide a la población en tres grupos: de seis meses a tres años, que es cuando erupcionan lo dientes de leche; de tres a seis años, cuando termina la dentición de leche y empieza la definitiva; y de siete años en adelante, cuando ya se ha formado la dentición definitiva. Un alimento es el que nos da la clave para cada grupo.
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“No tiene por qué ser algo cartesiano, son cantidades aproximadas para que no se desperdicie. Al final la pasta es un producto de higiene diaria y no hay que desperdiciarlo”, señala Castro, quien recuerda que su función es eliminar la flora bacteriana y recalca la importancia de que cada cepillado dure entre dos y tres minutos. Siempre, sin olvidarse de la lengua.
La cantidad es secundaria, lo importante es el tipo de pasta que se usa. Ahí es imprescindible que tenga flúor. “Porque ayuda a prevenir la caries y a mineralizar los dientes”, explica Castro, que sí matiza que hay que fijarse en los números.
“Entre los seis meses y dos años debe de tener 1.000 ppm (partes por millón). Entre los 2 años y los 6 años deben ser entre 1.000 y 1.450 ppm de flúor; y a partir de los seis en adelante, 1.450 ppm”, apunta el doctor Bruno Baracco, portavoz del Colegio de Odontólogos y Estomatólogos.
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En caso de alguna dolencia (gingivitis, halitosis o riesgo de caries), recuerda que debemos pedir consejo al especialista. “Algunas pastas dentífricas sólo pueden encontrarse en clínicas dentales, ya que se consideran prescritas por los odontólogos, por eso es importante acudir a consulta”, recomienda Baracco, que desaconseja las blanqueadoras: “No lo son en realidad, por lo que no deberían ser consideradas nuestra primera elección”.
Las pastas blanqueadoras no lo son en realidad. No deberían ser consideradas como una primera elección
Bruno Baracco, portavoz del Colegio de Odontólogos y Estomatólogos
Del mismo modo que no es lo mismo una pasta de adulto que una de niño, tampoco lo es el cepillo. “En un bebé, por ejemplo, debe utilizarse una gasita estéril o un dedal de silicona. Los cepillos de niños se caracterizan por un cabezal pequeño, redondeado y suave y por un mango más grande de lo habitual para que el niño pueda manejarlo bien hasta que tenga totalmente desarrollada su motricidad fina. Así, según va creciendo la boca, se van modificando las caracteríticas”, explica Baracco.
Tanto Baracco como Castro insisten en que el cepillo debe cambiarse cada tres meses o cuando se note que esté deteriorado. “Hay personas que realizan una presión excesiva por lo que los filamentos se deforman en menos tiempo y dejan de ser efectivos. A pesar de tener una buena técnica y aunque a la vista parezca que el cepillo está perfecto, pasados esos meses, el acúmulo bacteriano podría ser excesivo y perjudicial para la salud oral, aumentando el riesgo de periodontitis y caries”, añade. “También se debe cambiar después de una eventual infección que involucre la boca, tanto bacteriana como vírica, tipo amigdalitis, gripe o herpes”.
Limitar la pasta tiene una razón de ser: la “exagerada e innecesaria” cantidad de los anuncios puede ser perjudicial en casos extremos, apunta Baracco. “Tiene más repercusión en los tejidos blandos (encías y sobre todo mucosa interna de la boca) que en los dientes, ya que a veces los detergentes pueden generar cierta agresión por deshidratación o irritación”, explica.
Tampoco los dientes salen ilesos de este exceso, ya que ingerir demasiado flúor con demasiada frecuencia puede traer consecuencias en los niños. “La fluorosis dental aparece como resultado de la ingesta de demasiado fluoruro durante el periodo de desarrollo de los dientes, generalmente desde que se nace hasta que se cumplen 6-8 años”, explica el odontólogo. “Estos elevados niveles interfieren en el buen funcionamiento de las células que forman el esmalte (odontoblastos) perturbándolas e impidiendo que el esmalte madure con normalidad”, añade Baracco.
Hay varios grados de fluorosis dental. El más leve, y también el más frecuente, no causa dolor. “Se caracteriza por la aparición de pequeñas manchas blancas en el esmalte”, explica Baracco. Si llega a ser aguda, los dientes pueden llegar a presentar manchas tipo motas o defectos como agujeros en la superficie.
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