Cuando la ideología es más importante que la vida
España necesita mascarillas, respiradores, sin duda, pero, por encima de cualquier otra cosa, España necesita conocer su opinión de mierda.
Imagínense: la Tierra; un futuro cercano. Astrónomos de la NASA detectan que el agujero negro que ocupa el centro de la Vía Láctea ha incrementado inesperadamente su actividad y se está engullendo nuestra galaxia a toda velocidad. Los datos no dejan lugar a dudas: dentro de unas pocas horas todo el sistema solar quedará desintegrado; nuestro planeta, triturado a nivel subatómico; no cabe la menor esperanza, no hay solución posible, nada que se pueda hacer. ¿Nada? ¿Seguro? ¡No! ¡Todavía tenemos tiempo para colgar cinco o seis tuits ingeniosos contra los políticos que más odiamos! Decenas, centenas de miles de españoles entran en la red social del pajarito y teclean cosas como “Tras décadas de recortes en los presupuestos científicos que nos hubieran salvado, el PP ha conseguido su objetivo final: el fin del mundo. Enhorabuena @pablocasado” o “Irene Montero ha declarado ‘es cierto, mañana desapareceremos todos’. ¿Por qué no has dicho todos y todas? ¿No eres tan feminista @IreneMontero?”.
¿Qué tiene en común toda esta gente, tanto a la izquierda como a la derecha, aparte de no poner nunca la coma en los vocativos? Pues que consideran que las ideologías no están al servicio de la vida, sino la vida al servicio de las ideologías. Que están tan egocéntricamente fundidos con su visión de la realidad que cualquier suceso reta su identidad y han de salir en su defensa victoria tras victoria. Parece increíble, lo sé, pero, con la que está cayendo, la principal obsesión de parte de la ciudadanía sigue siendo validar su ideología, sin que les tiemble el tuit en el momento de usar interesadamente la crisis del coronavirus para confirmarla. España necesita mascarillas, respiradores, sin duda, pero, por encima de cualquier otra cosa, España necesita conocer su opinión de mierda -gracias, Punsetes-.
Hay una oscura, casi terrorífica, miseria humana que tiene que ver con la celebración de las desgracias que ratifican nuestra forma de ver el mundo. Personas que se alegrarían si mañana aparecieran pruebas irrefutables de que Woody Allen abusó sexualmente de su hija y torcerían el gesto incómodas si las pruebas irrefutables indicasen lo contrario. Gente que celebró las informaciones sobre los gastos de la Junta de Andalucía en cocaína y prostíbulos con las emociones propias de aquél al que le acaban de pitar un penalti a favor. Por supuesto que no desean que Dylan Farrow haya sido abusada, pero si hay que elegir entre que haya sido abusada o aceptar un hecho que desmiente nuestra forma de ver el mundo… Nadie se alegra de que los socialistas andaluces malversen fondos públicos en drogas y prostitutas, pero… bueno, sí, claro que hay gente que se alegra de que los socialistas andaluces malversen fondos públicos en drogas y prostitutas.
Llegará el momento de pasar la factura a todos los dirigentes de todas las administraciones del Estado por su comportamiento en esta crisis. Claro que sí. Me permito predecir dos aspectos de ese juicio futuro: uno, que el gobierno de España no lo hizo es-pec-ta-cu-lar-men-te mejor ni es-pec-ta-cu-lar-men-te peor que el resto de los gobiernos de nuestro entorno, y, dos, que la distinción entre izquierda y derecha no va a ser útil para separar a los que mejor y peor obraron durante la epidemia. Hasta entonces, deberíamos recordar la máxima que recomienda no hablar si nuestras palabras no mejoran el silencio, y ponerla al día defendiendo no escribir tuits si su texto no mejora la pantalla en blanco. No escribir tuits sin preguntarnos previamente si con el tuit yo me pongo al servicio de la crisis o pongo la crisis a mi servicio. No escribir tuits que no pongan un grano de arena en la lucha contra el agujero negro de la covid-19 -sí, en femenino, lo acaba de recomendar la RAE-.