COVID-19: ¿Cómo vivir sin tocar cuando no ves bien?
Dos metros de distancia que impiden la comunicación.
Por Elena Vecino, catedrática de Biología Celular (UPV/EHU), IdEX Prof. Univ. Bordeaux (Francia), Life Member Clare Hall Cambridge (UK).IP Grupo Oftalmo-Biología Experimental (GOBE), Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea:
El tacto es un sentido fundamental para un gran sector de la población: los invidentes y las personas con baja visión. No obstante, esta pandemia nos obliga a cumplir unas normas de distanciamiento higiénico que quienes necesitan tocar para ver tienen complicado cumplir.
En España, al menos un 2% de la población es ciega o tiene baja visión, lo que implica que su agudeza visual es igual o inferior al 30%. La baja visión es una anomalía visual un grado menor que la ceguera y, hoy por hoy, no tiene cura. No solemos reparar en cómo de frecuente es, sobre todo porque no basta mirar a los ojos de los afectados para apreciarlo.
Sin embargo, la realidad es que en España más de un millón de personas se hallan en esta situación. Los síntomas de la baja visión se presentan en forma de visión borrosa, pérdida de visión central o periférica, o disminución de una parte del campo visual. Algunas de las patologías que pueden causarla son el glaucoma, la degeneración macular, la retinosis pigmentaria y otras distrofias de retina hereditarias.
Ahora la normativa para salir de esta pandemia nos obliga a todos a cumplir una serie de reglas fundamentales, entre las que destacan el uso de mascarilla en lugares públicos y el distanciamiento higiénico de dos metros. El problema es que hay personas que, por sus limitaciones visuales, no son capaces de determinar con precisión esa distancia respecto a otros individuos.
Para colmo, mantener la distancia les dificulta obtener información de alguna persona cercana en tareas tan cotidianas como encontrar un producto en el supermercado. Con el fin de sensibilizarnos sobre el problema, la plataforma “Tengo Baja Visión” ha lanzado una campaña en la que invitan a que estas personas utilicen un distintivo en forma de pin con el mensaje “tengo baja visión”. Ese simple gesto nos permitiría a los demás identificarles, comprender su situación y prestarles ayuda. Por ejemplo, ayudándoles a guardar la distancia de seguridad y advirtiéndoles verbalmente de posibles riesgos.
No acaban aquí los problemas para las personas con diversidad visual. En la fase de reincorporación a la vida normal, se han reorganizado los espacios para que se circule de forma ordenada, estableciendo, por ejemplo, vías de entrada y salida en los centros comerciales.
El problema es que la señalización se ha realizado basándose en las personas que pueden ver sin dificultad. Entre otras cosas, se han pintado líneas en el suelo o se han colocado orientaciones visuales para indicar dónde están los guantes y los desinfectantes. Ahora bien, en ningún momento se ha establecido que las señales en el suelo incorporen bandas en relieve para poder ser detectadas por los bastones de los invidentes. Ni tampoco se han instalado señales de gran tamaño a la altura del campo visual para que puedan ser percibidas por personas con baja visión.
La consecuencia es que los cambios en la configuración de los espacios está afectando a una gran cantidad invidentes y personas con baja visión. Suelen tener memorizados los espacios, y los cambios de direcciones realizados en los establecimientos les pueden generar una gran desorientación.
Parece lógico y exigible que las nuevas normativas que regulan la pandemia y la post-pandemia hagan una excepción con estas personas a la hora de tocar físicamente determinados elementos de su entorno. Por otro lado, los grandes avances realizados hasta ahora en señalización deberían ponerse en práctica en estos momentos mas que nunca.
Y otro aspecto que inevitablemente debería someterse a revisión sería el distanciamiento higiénico de dos metros, para que este no se convierta en un distanciamiento humano que también dificulte ayudar a otra persona cuando lo necesite.
A esto se le suma que, entre las precauciones que hay que tomar por la pandemia de COVID-19, se incluye la limitación del contacto físico con superficies de materiales donde el virus es capaz de permanecer hasta 72 horas, como el plástico o el acero. Una medida que a quienes no pueden guiarse por la vista les supone un importante obstáculo. Sin ir más lejos, en el marco de la llamada “nueva normalidad”, la orden ministerial SND/399/2020 ha prohibido expresamente el uso de los elementos museográficos diseñados para un uso táctil.
Si encima optan por usar guantes –aunque no es obligatorio, incluso desde el Ministerio de Sanidad se recomienda evitarlo y, en su lugar, lavar frecuentemente las manos–, estos les impiden el reconocimiento de los símbolos en Braille. Tanto en los números de los ascensores, en la señalización del baño de hombres o de mujeres o, sencillamente, en el título de un libro en la librería. El Braille, que ha sido indudablemente un gran avance social en la señalización y la comunicación, podría verse ahora temporalmente suspendido en espacios públicos.
Es la era y la hora de los dispositivos móviles. Permítanme que, llegados a este punto, refiera una experiencia personal. No hace mucho, organizamos en el Bizkaia Aretoa en Bilbao una exposición sobre fotografías científicas del “Ojo de la ballena”. Como una especie de premonición de lo que se avecinaba, la exposición estaba totalmente adaptada a personas con baja visión, así como a invidentes.
Esta exposición, además de las notas a pie de foto en Braille, disponía de una audioguía que se podía bajar instantáneamente a cualquier dispositivo, gracias a un código QR. Este sistema permitía a los visitantes con diversidad visual obtener toda la información de las obras traducida a señales sonoras. ¡Difícil saber cuándo se podrá volver a mostrar de nuevo esta exposición de obras “tocables”! Pero parece que este podría ser el camino en la nueva normalidad: generalizar los códigos QR.
La pandemia nos ofrece la oportunidad de avanzar tecnológicamente un poco más y simplificar la vida a personas que no ven o ven mal. En un mundo supeditado a constantes desplazamientos, la transferencia a un dispositivo móvil de la información de la vía desde la que sale el siguiente tren, sin tener que tocar o leer ningún cartel, debería ser algo preceptivo. Los investigadores en telecomunicaciones tienen ahí todo un nuevo reto para que, al menos, esta pandemia nos sirva para avanzar en la adaptabilidad. Y poder sacar algo en positivo.