Contra-milagro
Hasta ahora varios sectores políticos de este país se oponían a la salida del dictador del Valle de los Caídos. Lo que negaba la derecha, la izquierda era incapaz ni siquiera de plantear. Mover a Franco parecía inalcanzable, imposible, por lo que el propio hecho se podría calificar de “milagro histórico”.
Nunca se debió enterrar al verdugo junto a las víctimas. Pero, en ese momento, Juan Carlos I era capaz de firmar cualquier cosa para subir al poder. Ya lo había hecho antes jurando los Principios del Movimiento y la lealtad al Jefe del Estado, es decir al dictador, al Nacional Catolicismo. De esta manera Juan Carlos I de Borbón era declarado sucesor, no electo, del genocida Francisco Franco.
En 1975, a modo de rey, Juan Carlos I pasaba a ser el jefe del Estado español. El nuevo rey tomaba el poder por asignación directa e indiscutible del dictador. En este acto celebrado en las Cortes el Rey nombró al Generalísimo y a Dios, al primero agradeció y al segundo le pidió ayuda.
Pero la ayuda no sería divina sino terrenal. Dios tendrá mejores cosas que hacer, seguro. Así que será la Iglesia española, siempre al lado de dictaduras y monarquías, la que apoye al rey como hizo antes con el dictador.
Para la Iglesia española la exhumación de Franco no ha sido un milagro, más bien ha sido un “contra-milagro”. La institución de la iglesia siempre al lado de la represión franquista, cómplice histórica de corruptos, nada democrática y donde la mujer es menos que el hombre.
A veces los pies de Dios no llegan a tocar el suelo. Es en ese espacio, entre lo divino y lo terrenal, donde existe esa iglesia despreciable.
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