Confinados en la acera
La necesidad de mantener la distancia física ha de ser el detonante para corregir el injusto reparto del espacio público.
Hace poco más de dos semanas que empezamos a redescubrir las calles. Primero fue acompañando a los más pequeños y luego sumamos las franjas para salir a pasear o correr. Y mientras salíamos del encierro en nuestras casas nos topamos con otro tipo de confinamiento: el de las aceras ridículas y las calles en las que es imposible caminar manteniendo una mínima distancia con otras personas.
En el radio de un kilómetro -el umbral de unos 10 minutos andando y ahora nuevo margen para la legalidad- pueden convivir hasta 25.000 personas en los barrios más densos. Gente que compartimos nuestro espacio vital para pasear, correr o simplemente hacer cola, todo en menos de dos metros de acera. Mientras vigilamos para no rozarnos entre nosotros, uno comprueba el absurdo de las calzadas llenas de coches aparcados o con carriles de circulación ahora desiertos. Nos damos cuenta de que el reparto del espacio público había antepuesto la fluidez del tráfico (en realidad, solo la del coche) dejando las sobras de la calle para las aceras. Y lo que anteriormente era una cuestión de simple confort, ahora se ha convertido en una imperiosa necesidad: necesitamos más espacios peatonales.
- Medidas temporales (fines de semana o por horas)
- Medidas fijas (24 horas todos los días)
Habrá quien piense que estoy exagerando. Otras personas, en cambio, se sentirán muy identificadas con esta sensación. Y es que no todos sufrimos este urbanismo hostil de igual manera, sino que va por barrios. Los edificios más humildes, con casas pequeñas sin patio ni jardín, se ubican en las zonas más densas. La ausencia de garajes convierte nuestras calles en almacenes de automóviles, devorando incluso los descampados que harían la función de espacios abiertos. Nuestras ciudades presumen de una buena proporción de espacios verdes por habitante, en forma de grandes parques, bosques metropolitanos o ‘anillos verdes’. Pero cuando los buscamos en nuestros barrios, ya sea para caminar, hacer deporte o simplemente como espacio estancial, la carencia de espacios útiles de proximidad es evidente.
Los ayuntamientos están tomando medidas rápidas para corregir este problema. Siguiendo las instrucciones del Gobierno para priorizar la movilidad peatonal y ciclista, un aluvión de ciudades están reservando espacios en las calzadas para poder andar y, con ello, aliviar la presión peatonal. Sin embargo, la mayoría limitan las medidas a los fines de semana o a ciertos tramos del centro. Llama la atención el caso de Madrid, con 29 calles cerradas para más de tres millones de habitantes, algunas tan escuetas que no superan ni 300 metros.
Así han logrado cubrir el expediente sin molestar al coche, ni siquiera cuando el tráfico está bajo mínimos. Y es que, aunque sean positivos, estos cortes lúdico-festivos reflejan el papel que el peatón tiene para la administración como algo excepcional y anecdótico. No como estructural en el esquema de movilidad de las ciudades, a pesar de ser el modo en el que nos desplazamos la mayoría de las veces.
Por suerte, hay excepciones. En A Coruña se han propuesto consolidar sus áreas peatonales tras la desescalada. Valencia intensifica sus medidas para reducir espacio al coche en sus calles. Y Valladolid acaba de presentar un ambicioso plan que mejorará los itinerarios peatonales y ciclistas, además de triplicar los carriles reservados al transporte público. Una tendencia que sigue los pasos de ciudades que hicieron del peatón su seña de identidad, como Vitoria o Pontevedra, hoy referentes en Europa.
La necesidad de mantener la distancia física ha de ser el detonante para corregir el injusto reparto del espacio público. Es el momento de ser ambiciosos. Cuando las ciudades se abren al peatón no solo reducimos el ruido y la contaminación, también dinamizamos el comercio de proximidad y corregimos las brechas sociales que el uso y abuso del coche genera en nuestras calles.
Ahora nos toca demandar a nuestros gobernantes medidas que antepongan nuestra salud al modo de transporte más ineficiente y más contaminante. Necesitamos recuperar el espacio público, mejorando su calidad para que realmente sea un espacio de convivencia para toda la ciudadanía. Y tenemos que exigirlo ya. Que esta crisis sea el punto de partida para, por fin, tener una ciudad pensada para la gente.