Nuestros corazones lloran a Notre Dame
El incendio de la catedral de Notre Dame es, para quienes nos dedicamos a las artes, una auténtica catástrofe. Lo es para todo el mundo, por supuesto, por ser una obra arquitectónica que refleja el sentir de la humanidad, lo que somos como civilización: el progreso, la creación… en definitiva, lo que es el arte. Sin embargo, decía María Von Touceda, también historiadora del arte y escritora, que quienes nos dedicamos a las artes sentimos este incendio como un agujero negro (ese que se fotografiaba hace algunos días), un agujero de dolor en nuestros corazones, y coincido con ella. Nosotras crecemos (y creemos) en las artes como una tabla salvavidas, como un arma (cargada de futuro) y de posibilidad ante la irracionalidad del mundo.
La tarde de ayer todas mirábamos París con el corazón encogido. Decía Paco Mariño en Twitter “algo tiene el arte cuando nos duele tanto”… y es verdad. Las artes, la creación, es lo que somos como humanidad. Las que peleamos desde el feminismo sabemos lo importante del relato historiográfico para construirnos como civilización, como sociedad, por eso insistimos en la necesidad de que las mujeres estén, estemos, se nos muestre, se nos reconozca. Por eso nos duele tanto Notre Dame, porque la historia y sus múltiples representaciones (las artes visuales, la música, el cine…) es lo que somos, refleja lo que pensamos, nos constituye.
Insiste la prensa en decir que Notre Dame es el símbolo de Francia… discrepo: Notre Dame es el reflejo de la historia de todas y todos. El gótico es el estilo de toda Europa, de cómo el ser humano buscaba acercarse a Dios, traer la Jerusalén celeste y el Paraíso a la tierra a través del magistral trabajo de los artesanos de vidrieras. Notre Dame es el templo que buscaba crecer, llegar al cielo, acercarse a la Divinidad… va más allá de la fe, tiene que ver con la belleza, con la búsqueda de lo intangible, lo sublime, lo inmaterial.
Nuestros corazones lloran a Notre Dame, en una noche en la que muchas apenas hemos dormido, alimentando la exigua esperanza de que la estructura aguantase y Notre Dame sobreviviera, grave, pero con pulso aún… Nos queda ella, Nuestra Señora, aún imponente, aún en pie, con el deseo de que en diez años o en más, volvamos a poder transitarla, visitarla, sentirla, como siempre ha sido, nuestra, de todas, de todos.